Me pregunto cómo este miedo a tocar, a besar, a abrazar, podrá erradicarse...
Cuadernos de excepción, día 4 ·
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Cuadernos de excepción, día 4 ·
Llevo alimentos a mis padres y, de paso, aprovecho para comprobar que están bien. Como muchas personas de su edad, no han salido a la calle desde que comenzó el confinamiento. Charlamos unos minutos. Ellos desde el pasillo de su casa, yo desde el descansillo ... de la escalera. Las bolsas de la compra, como una barricada para evitar tentaciones sentimentales, en medio. Como la vecina de enfrente se ha ido, el portal es nuestro. Con cuatro metros de separación se puede conversar y no hay riesgo. Pero es raro y triste estar así, guardando las distancias, sintiendo que el otro es una amenaza.
Me pregunto qué consecuencias va a tener todo esto en el modo en el que nos relacionamos. Me pregunto cómo este miedo a tocar, a besar, a abrazar, podrá erradicarse cuando nos digan que podemos salir otra vez a la calle y comportarnos libremente. Me pregunto cómo recuperaremos la confianza para estrechar entre los brazos a un buen amigo, dar la mano sin pensarlo a un desconocido o abrazar sin temor a una madre. El problema del coronavirus es que no se ve. Tenemos miedo a contagiar y a que nos contagien, ninguno sabemos si estamos infectados o si la persona que tenemos enfrente lo está. Y así andamos, alejándonos los unos de los otros para evitar que se propague una enfermedad de la que no sabemos aún gran cosa. Hay cierto sentido comunitario, eso es verdad también, todos a una como fuente ovejuna. No nos tocamos pero sentimos que estamos juntos.
Nadie sabe qué va a suceder, tampoco qué efectos tendrá todo esto que nos está pasando. No hablo ya del número de víctimas, tampoco de la crisis económica y del cierre de empresas. Hablo de cómo transformará los hábitos sociales un acontecimiento así. La revolución digital ofreció la posibilidad de que dos personas, estando separadas, tuvieran la ilusión de estar permanentemente conectadas, juntas. El cuerpo se comenzó a volver innecesario para compartir con otros nuestro día a día. El cara a cara fue siendo desplazado por fotos, chats, audios o videollamadas. Lo virtual, la vida vivida a través de la pantalla, fue ganando espacio a lo corporal en la última década.
Temo que esta crisis del coronavirus, este cerrar el mundo, esta obligación de no tocarnos, este temor al cuerpo de los otros, este miedo incluso a acariciarnos el rostro con nuestras propias manos, nos empuje al abismo de las relaciones sin piel, sin erotismo, sin alegría. Ojalá me equivoque y el día que levanten las prohibiciones salgamos todos a la calle, muertos de sed, a recuperar los abrazos que hemos perdido.
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