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Hay quien al morir se convierte en leyenda. Es casi un tópico. A Paco Gento (Guarnizo, 1933-Madrid, 2022) no le hizo falta. Lo era hace mucho, pero que mucho tiempo. El hombre récord, el único que ha ganado seis Copas de Europa ya era un tótem del fútbol mundial. La Galerna del Cantábrico se extinguió, pero el recuerdo de sus cabalgadas por la banda quedará para siempre, como un palmarés que ni Di Stéfano, ni Cristiano, ni Maldini ni Messi pudieron superar. Con el muchacho de Guarnizo que sobrado de confianza cabalgó los viejos Campos de Sport para tomar carrerilla y convertirse en líder del Madrid yeyé se va uno de los últimos estandartes del fútbol de antes, aquel de futbolistas con su pequeña barriga; ese que quizá no tuviera tanto atleta, pero sí el mismo talento. El fútbol de la gente. El fútbol en el que destacaba por su velocidad en medio de la calma, y por eso su apodo, y que le encumbró entre los grandes y en cierto modo entre los pioneros, porque también ganó la Eurocopa en una época en la que llamarla la Roja era anatema 34 años antes del ciclo glorioso del Mundial y las dos Euros. Uno de esos lobos solitarios que pintaron de color un deporte gris en una sociedad muy necesitada de alegrías.
Paco Gento era muchas cosas: mito del fútbol mundial, plusmarquista de la Liga de Campeones, que no se llamaba así, último superviviente de una generación y, por supuesto, el mejor futbolista cántabro de la historia. El muchacho que osó hacer sombra nada menos que a Alsúa cuando debutó con el Racing el 22 de marzo de 1953. El extremo al que le bastaron diez partidos para fichar por el Real Madrid. El compinche de Alfredo Di Stéfano. El rey de las orejonas. El de los 437 partidos y 126 goles en Primera. Lo dicho; una leyenda que lo es más desde que a los 88 años le llegó el pitido final.
Se marcha como presidente honorario del Real Madrid, cargo en el que sucedió al propio Di Stéfano. Para él y un puñado de privilegiados más no era don Alfredo, sino Saeta. Tal era el estatus de una figura que, consciente de su aura, mantenía las distancias en su domicilio madrileño mientras ejercía orgulloso su cargo honorífico. Una figura cuya lejanía contribuyó a alimentar el mito. La primera plantilla del Real Madrid le despidió con un minuto de silencio. La del Racing, con palabras de su presidente, Alfredo Pérez. El mundo del fútbol, con innumerables testimonios y algunos recuerdos.
No solo la Saeta Rubia. También Puskas, Kopa, Kubala, Amancio, Luis Suárez, Rial, Iríbar y muchos más compartieron vestuario con él en el Real Madrid y la selección española. Como lo hicieron Marquitos, Vicente Miera, Aguilar y Corral en un club blanco con mucho sabor cántabro. Como infinidad de deportistas tuvieron palabras de recuerdo.
La capilla ardiente instalada en el Santiago Bernabéu, que permanecerá hoy abierta hasta la una de la tarde, pone fin a una historia que arrancó en 1933; la de un chico que, criado en un país que se desangraba, encontró en el fútbol el modo de regatear a su destino y a la pequeña estabulación que su familia tenía en Guarnizo y marcó el camino a sus hermanos Julio y Antonio, que también pasaron por Real Madrid y Racing. La de toda una vida en un Madrid que le marcó, aunque le costara adaptarse al principio. Una historia que concluirá en breve, con un entierro en Guarnizo que ya se ha anunciado como en la más estricta intimidad familiar. Será entonces cuando la Galerna vuelva para siempre al Cantábrico; cerca de donde sus padres tenían la huerta. Allí donde vivieron, y murieron, sus hermanos. Porque Paco Gento siempre fue el que más sobresalía, tanto como para sobrevivirles.
Dio sus primeras patadas en Nueva Montaña, en el campo junto a la fábrica que alumbró un nuevo barrio en Santander en el que ya destacó por su velocidad, hasta el extremo de probar en el atletismo. Por el camino fichó por el Unión Club de su Astillero natal para llamar la atención del Racing, que en 1952 le incorporó al Rayo Cantabria. A partir de ahí todo fue meteórico. Juan Ochoa le ascendió al primer equipo en la recta final de la temporada y en solo diez partidos llamó la atención de muchos, pero sobre todo de Álvaro Bustamante, cántabro emigrado a Madrid y vicepresidente blanco, que le habló de él a Santiago Bernabéu, que se topó con la negativa del racinguista cuando ofreció 800.000 pesetas por su traspaso. Al final fueron 1.450.000 y a un jugador para suplirle: Espina, en una operación que enfadó bastante a la afición verdiblanca y que se fraguó en medio de un cambio de presidente después de que Manolo San Martín, creador del gran Racing de los cincuenta, el de Alsúa y compañía, dimitiera como dirigente tras rechazar dos veces sendas ofertas blancas.
Al final, en junio de 1953, firmaba por el club de Chamartín con un sueldo de 125.000 pesetas. Mucho dinero entonces, pero no tan alejado de lo mundano como los del fútbol actual. Eran otros tiempos. Otro deporte. Uno en el que aquel chaval menudo que era capaz de rondar los once segundos en cien metros con el balón en carrera destacaba, pero al que se le hizo duro el cambio. Pese a todo su carácter, que tenía de sobra; pese a todo su atrevimiento, le costó aterrizar y era, pese a sus extraordinarias cualidades, un futbolista en crecimiento; un muchacho que no había cumplido aún los veinte años. Tras una discreta primera temporada Bernabéu estuvo a punto de mandar al hijo del chófer, que a eso se dedicaba también su padre, de vuelta a Santander, pero algo vio Di Stéfano en él e intercedió por el cántabro. Tenía buen ojo don Alfredo.
Quizá sea porque entre los grandes se reconocen. «Corría tan rápido que no podías cogerle en fuera de juego», llegó a decir Bobby Charlton. «Tiene velocidad y le pega al balón como un cañón. Eso no se aprende, se trae», añadía la Saeta Rubia. Pero el órdago lo lanzó Garrincha, su reflejo diestro: «Él y yo con nueve compañeros más, los que quieran, seríamos siempre campeones».
Un año después ya era la sexta velocidad de un Real Madrid que gestaba una generación excepcional, la única que ha ganado cinco copas de Europa consecutivas. Las cinco primeras, por cierto, porque la Galerna del Cantábrico vio nacer la Champions League, aunque entonces no se llamara así. Aquel chico no era ya nada tímido, ni dentro ni fuera del campo, y ya tenía estatus incluso para escaparse de las concentraciones y salir a la aventura. Alguna de ellas le costaría algún quebradero de cabeza décadas después, como una demanda de paternidad ganada recientemente por quien un juez determinó que, efectivamente, era su hija.
Pero nada parecía afectarle cuando saltaba al césped. Nadie tenía su sprint. Con una velocidad inusual para su época, pronto el chaval de Guarnizo creció y se ganó su sobrenombre. Vio gestarse el Madrid de las cinco copas de Europa y capitaneó a los jóvenes del yeyé para ganar en 1966 la sexta como nexo generacional. Por el camino también ganó la Eurocopa con España, un torneo con pocas eliminatorias y con fase final entre solo cuatro equipos. Se perdió la final, pero suya era la banda izquierda del equipo del estreno continental; el del único título que tuvo España hasta 2008. Como le ocurrió en el Real Madrid, a su retirada quedó un vacío de décadas hasta volver a alzar una copa continental.
Para entonces ya había hecho de Madrid su casona, y de no ser por las figuras de Bernabéu y DiStéfano, lo mismo podía haber pasado con el club blanco. También su hermana se trasladó allí para inaugurar otra dinastía: la de los Llorente Gento. Dos de ellos, Julio y Paco Llorente jugaron en Primera con diferentes equipos. Otros dos, Toño y Joe Llorente, se convirtieron en clásicos de la ACB.
Pese al paso de los años y la necesaria pérdida de velocidad, nadie pudo quitarle la titularidad en un Real Madrid que le renovaba una y otra vez y en el que hizo de la banda izquierda su coto privado. Solo el último año perdió protagonismo en un equipo que afrontaba una profunda remodelación que significó, entre otras cosas, el adiós de un capitán que parecía insustituible.
Se retiró tras 18 años en Concha Espina, los más laureados del club, y 16 como titular para retirarse como el mejor extremo izquierdo del mundo. Colgó las botas el 21 de mayo de 1971 tras la derrota ante el Chelsea en la final de la Recopa, con doce Ligas, seis Copas de Europa, dos Copas, dos Copas Latinas, una Intercontinental y una Eurocopa con España en su palmarés. En total, 19 temporadas en Primera División (18 con el Real Madrid y otra como verdiblanco), más de 600 partidos oficiales y 182 tantos y 43 internacionalidades. A sus 38 años todavía le quedaba cuerda y jugó un amistoso con el Racing, que trató de incorporarle, pero decidió rechazar la oferta.
Un amistoso del Torneo Príncipe de España en los antiguos Campos de Sport, los mismos en los que casi dos décadas antes había debutado en la máxima categoría, fue su último partido como futbolista profesional; un guiño a sus orígenes antes de decidir cómo encarar su nueva vida; entre el fútbol y otras ocupaciones, después de casi veinte años frenéticos en los que aquel chaval que dejó la escuela a los catorce años para ayudar a sus padres se había convertido en una figura mundial. Algo nada sencillo, y mucho menos en aquella España autárquica del franquismo de trataba de despertar al exterior y vender buena imagen en una Europa que la miraba como una reliquia a base de turismo, Copas de Europa y aquellos lobos solitarios que de vez en cuando asomaban en un deporte español que todavía despertaba al ámbito internacional.
Aún sediento de fútbol, probó después en los banquillos. Palencia, Castellón y Granada. Pero ni le fue demasiado bien ni le gustó la experiencia, así que se alejó definitivamente del prao para vivir una vida más discreta. Había sabido gestionar bien su carrera deportiva y su economía. A su retirada tenía una ficha de tres millones de pesetas que, aunque extraordinaria para su época, seguía sin parecerse a lo que llegaría una década después, pero lo suficiente para afrontar la vida fuera del fútbol gracias a sus negocios y a que supo asegurarse un patrimonio inmobiliario.
Más lejos de los focos, en definitiva, aunque siempre en las reuniones de aquella generación mágica no solo del Real Madrid, sino del fútbol español, que aún no se explica cómo fue posible que un equipo por el que pasaron Kubala, Di Stéfano, Luis Suárez y Gento no es que no ganara un Mundial, sino que no disputó siquiera unas semifinales. Justo a la inversa que le ocurrió cuando vestía de blanco, donde lo ganó todo. Aprovechaba cada ocasión, cada homenaje, para reencontrarse con su padrino deportivo, con ese Di Stéfano que apostó por él cuando se tambaleaba su incipiente carrera. Homenajes que no solo se sucedieron en Madrid, sino en su Cantabria natal, donde es uno de los pocos personajes que llegó a ver en vida cómo se le ponía su nombre a una calle en El Astillero (en Guarnizo, para más señas, junto al campo de la Cultural), de donde es Hijo Predilecto.
A la muerte de la Saeta Rubia, Florentino Pérez le ofreció sucederle como presidente honorario del club blanco, un cargo que ha ocupado hasta su muerte y que le devolvió a una vida mediática de la que no era un gran entusiasta. Pese a que el Real Madrid anda sobrado de figuras, le será difícil encontrar un relevo de las mismas dimensiones deportivas; las de toda una institución en la calle Concha Espina.
En el deporte cántabro, solo la figura de Seve Ballesteros es comparable en cuanto a relevancia internacional, y tampoco parece sencillo que ningún futbolista supere nunca esas seis orejonas, cinco de ellas consecutivas, que adornaban el palmarés de aquel muchacho atrevido y casi siempre sobrado de confianza, en el campo y en la vida, y que ahora pertenece más aún, como ya lo era hace años, al terreno de las leyendas. La de Francisco Gento López (Guarnizo, 21 de noviembre de 1933-Madrid, 18 de enero de 2022), también conocido como La Galerna del Cantábrico.El rey de la Copa de Europa. El que será eterno en el mismo suelo que le vio nacer.
El palco de honor del Santiago Bernabéu acogió, desde las 19:00 horas de este martes, la capilla ardiente con los restos mortales de Paco Gento. Permanecería abierta hasta las 22:00 horas y volverá a abrirse el miércoles desde las 10:00 hasta las 13:00 horas.
De esta forma, todos los aficionados que lo deseen podrán acercarse al recinto de Chamartín para dar su último adiós al presidente de honor del Real Madrid a través de un acceso habilitado en la calle Rafael Salgado, esquina con la calle Padre Damián, según ha informado la entidad que encabeza Florentino Pérez.
Paco Gento será enterrado en su pueblo natal, Guarnizo (Cantabria), en la más estricta intimidad por expreso deseo de la familia.
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