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Al filósofo alemán Friedrich Nietzsche se le atribuye esa frase de que 'lo que no te mata, te hace más fuerte'. Sin ir a una ... consecuencia tan extrema, bien se puede aplicar a la carrera tenística de Cristina Bucsa (Chisinau, Moldavia, 1 de enero de 1998). Porque la torrelaveguense ha elegido un camino muy distinto al usual para entrar en la élite del tenis femenino mundial. Tan distinto que se puede decir que es único. El suyo. Pero con más vueltas, con más dificultades, ha llevado al mismo sitio. Al éxito. En una de las catedrales del tenis mundial, la Philippe Chatrier de Roland Garros, la cántabra y Sara Sorribes se colgaban ayer una medalla de bronce olímpica. El premio a muchos años de un trabajo distinto.
Porque Bucsa no es un talento forjado en prestigiosas academias, con entrenadores de postín e instalaciones de primer nivel para que los chavales tengan todas las comodidades. Su padre, Iván, exatleta moldavo que compitió en Juegos de invierno, llegó en 2000 a Cantabria, para trabajar en el Palacio de los Hornillos. Un año después, llegaron Tatiana y la pequeña Cristina, la única hija del matrimonio. Pronto se mudaron a Torrelavega donde esa niña tímida empezó a practicar deporte. Kárate, natación... Hasta que cogió una raqueta. Los entrenadores que había por las pistas de La Lechera pronto empezaron a fijarse en esa niña que derrotaba a otras –y a otros– mayores que ella. A Cristina le costaba hasta llevar las cuentas en ese marcador tan peculiar de los juegos de tenis. No importaba. Iván bajaba a la pista para ayudarla.
Torrelavega fue su lugar de entrenamiento. Y esto es Cantabria. Y en invierno, pues ya se sabe lo que pasa. «De pequeña tenía que entrenar bajo la lluvia y eso me hizo mentalmente mucho más fuerte», señalaba en un encuentro con sus paisanos en la Casa de Cultura de Torrelavega. Guiño a la máxima 'nietzscheniana'. Cristina suplía lo que no aprendía en una gran escuela de tenis con empezar a forjar una fortaleza mental a prueba de todo. Y a los doce años se plantó en el Campeonato de España en Barcelona. Su primera gran alegría. «Nadie pensaba que una chica de Torrelavega pudiera ganarlo», señaló en esa charla en la capital del Besaya.
Los éxitos de la cántabra no pasaron desapercibidos en la Federación Española de Tenis. Le ofrecieron un puesto en el Centro de Alto Rendimiento. Pero los Bucsa lo rechazaron. Sí fue a esa instalación a los 14 años, cuando tras un largo trámite ya tenía la nacionalidad española. En Sant Cugat, se fue a trabajar junto a Gala León. Pero la aventura de Bucsa en Cataluña no duró mucho. En apenas dos años estaba de vuelta en casa. En Torrelavega.
Empezaba así una vida nómada. La de una tenista que tiene que tiene que buscarse la vida en los rincones del mundo más recónditos. Torneos pequeños, con premios también pequeños y que algunos otorgan puntos para la clasificación mundial. El 28 de mayo de 2017 llegó su primera alegría, al ganar en individuales en Santarém (Portugal). En dobles, en noviembre de ese año estrenaba su palmarés. Fue en Valencia, junto a la rusa Yana Sizikova.
La carrera de los Bucsa, porque Cristina no se entiende sin Iván, iba con paso lento, pero seguro. Poco a poco. Más victorias en individuales, en dobles... En el horizonte, el intentar jugar uno de los torneos de Grand Slam. Eso llegó en 2021, cuando entró ya en el cuadro principal del Abierto de Estados Unidos.
Ya partir de 2022, la eclosión. La cántabra empezó a escalar poco a poco en la clasificación mundial y a pisar los torneos más importantes, hasta plantarse en tercera ronda en 2023 en el Abierto de Australia, en la que la eliminó la número uno mundial, la polaca Iga Swiatek. Pero si en individuales la carrera de Bucsa iba más despacio, en dobles iba a toda velocidad. La cántabra era una consumada doblista y en esa modalidad ya jugaba bastantes finales de torneos de categoría. Hasta que en este 2024 llegó el más importante. El Mutua Madrid Open. Un torneo de categoría WTA 1.000. La máxima tras los de Grand Slam. La compañera de viaje, para una pareja formada quince minutos antes del cierre de la inscripción... Sara Sorribes.
Con la valenciana forma una dupla de éxito. Dos torneos, dos logros más que importantes. Y son un dúo atípico. A Sorribes le da por escribir en libretas. Sus sensaciones, su vida. Y Bucsa está reñida con el móvil y no hace caso a las redes sociales –más que nada porque no tiene– más allá del Facebook, con el que queda con otras tenistas para entrenar en los torneos. Y tampoco las marcas se fijan en ella. Se compra su propia ropa, cada prenda de una marca, y tira con ella «tres o cuatro años», apuntaba en una entrevista con Relevo. Cuando el tenis se lo permita, retomará sus estudios de Psicología. Seguro que le han servido para, nada más perder la plata, tirar de su compañera. A ganar el bronce. Y la valenciana se dejó arrastrar a la 'locura' por una tenista que ha escogido otro camino para llegar al éxito. Más difícil, más íntimo. Pero ha llegado al mismo sitio que otras. Títulos del máximo nivel, participaciones en los torneos de Grand Slam... Y ahora, una medalla de bronce olímpica para la que, según la clasificación mundial –está en el puesto 60–, es ahora mismo la mejor raqueta de España.
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Ana del Castillo
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