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En cada partido en los Campos de Sport podemos disfrutar de un 'espíquer' fabuloso, pero mira que a veces se lo ponen difícil a José Barba. Casi tanto como cuando tuvo que cantar una alineación en chino. Y es que ayer, en el descanso, le ... tocó anunciar la venta después del partido de las equipaciones conmemorativas con las que habían jugado los futbolistas del Racing. Las «camisetas sudadas», tuvo que decir, literalmente.
Serán secretos del coleccionismo, claro, pero parece ser que una camiseta bien adobada de transpiraciones corporales vale mucho más que una limpia y bien planchada. Ciento once euros, en concreto. Y solo para aficionados que hayan acudido al templo a presenciar el duelo contra el Leganés, líder momentáneo de la categoría.
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Sergio Herrero
Cierto que el racinguismo no se puede medir con dinero, pero al menos los afortunados que las adquieran podrán estar seguros de que estarían cargadas de ADN hasta las costuras. Porque el equipo madrileño hizo a los nuestros sudar la gota gorda. Y el árbitro, tinta china.
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Entre uno y otros, a punto estuvieron de aguar la fiesta del aniversario 111 a la parroquia racinguista. Porque el Racing empezó mal, superado por un visitante que sabía lo que se hacía, jugando al fútbol y al antifútbol. Lo mismo desnudaban a nuestra defensa cogiéndole la espalda a voluntad, que castigaban la tibia a Íñigo Vicente, para que dejase de dar guerra, o perdían tiempo descaradamente. Si es que hasta pegaron a Mantilla, que ya hay que tener valor. Pero su superioridad al inicio era tan aplastante que ni los diez minutos de cortesía concedieron. En el fútbol moderno ya no queda de eso: en el minuto siete, ya íbamos palmando.
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Daniel Pedriza
Por si fuera poco para tener sudores fríos, el árbitro se empeñó en ser protagonista, anulando a los madrileños un gol en propia meta que tendrían que dar un curso avanzado de VAR para explicar por qué no subió al marcador. Con cada decisión discutible, aumentaba la tensión. Luego, cuando tocó pitar un penalti de libro, se resistió con uñas y dientes a revisarlo. Vamos, que no hubo un problema de orden público de milagro.
Así que no es de extrañar que las camisetas, para cuando llegaron a la tienda, estuvieran empapadas, sudadas hasta la etiqueta. Y lo mejor es que no sólo lo estaban las de todoterrenos como Íñigo el capitán y Aldasoro, o correcaminos como Mboula, sino que artistas como Peque e Íñigo se entregan como el que más.
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Esperemos, eso sí, que antes del partido hubiera rulado el desodorante, porque una cosa es el valor simbólico de una camisola usada, y otra muy distinta que luego haya que exponerla guardada en una vitrina, para que no cante La Traviata.
La duda es cuánto cobrarían por las camisetas de los que no jugaron. A mi lado, Lucas, que es portero del Marina, preguntaba en voz alta si rebajarían la de Parera. Que sería lo justo, ¿no?
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