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El mediodía santanderino no distaba demasiado del de un domingo de resaca. Las verbenas del Corpus, la intensidad del sábado noche y la lluvia matinal enfriaron una hora del vermú en la que la calma dominaba sobre la tormenta. Sin embargo, en todas las terrazas ... había palabras clave que cambiaban la conversación. Punto, play off, ascenso... Y, con ellas, el cambio de tercio. «Es verdad, que hoy hay partido», decían los menos enterados. «Claro, le contestaba el de al lado». Y todos enzarzados en valorar la temporada del Racing. Buena, sin duda.
Porque este domingo, cierto es, había poco ambiente racinguero en el centro de Santander antes de que el sol alcanzara su cénit, pero no había nadie que fuera ajeno al furor verdiblanco. Una camiseta vintage por aquí o un camarero con la primera equipación por allá eran la nota de color en una zona centro de la ciudad en la que la sensación general era que lo importante llegaba a partir del próximo partido. Si es que lo había, claro.
Todo cambió en los minutos previos al partido. Las terrazas se ocuparon, frente a las pantallas se agotaron las localidades y los templos habituales del racinguismo se convirtieron en espacios blanquiverdes. Era el momento de la verdad, el de atarse las botas, agarrar bien el vaso y preparar las gargantas. Puerta grande o enfermería, la tarde no daba para florituras.
Pero la jornada no era solo importante en la capital, ni mucho menos. De Unquera a Castro Urdiales, de Bezana a Reinosa, los aficionados se juntaron para animar a los suyos en la distancia. Como siempre, uno de los puntos candentes fue Ampuero. Con el Pino Verde como punto de reunión, en la villa son de sangre caliente y tienen en Íñigo un paisano, ídolo y bastón en el que sostener una pasión cultivada desde hace muchos años. A orillas del Vallino sufrieron con preocupación como el Racing sesteaba durante la primera parte.
Mermados de efectivos por la numerosa expedición desplazada a tierra de La Plana, el comando del Asón se amoldó al ritmo del encuentro y esperó estímulos para alzar la voz. En Unquera o Arnuero la situación era similar. Tensa espera.
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El descanso sirvió para comentar lo ocurrido y para que los menos optimistas lanzaran el primer aviso. «No me gusta», decía alguno. En ese momento tan ofensivo como premonitorio. El tanto del Villarreal apagó cualquier eco de entusiasmo. Las caras, en Castellón y en toda la comunidad autónoma, mutaron hacia ese rictus triste que tan bien queda en los dibujos infantiles. Lágrimas, gritos cuando el árbitro se tragó el penalti a Arana y, al acabar, una voz de esperanza: volveremos a intentarlo.
La comunión entre jugadores y grada quedó patente al acabar el encuentro, cuando la plantilla se acercó a los suyos en una mezcla de perdón y gracias. Los 1.000 racinguistas respondieron y, aunque un miembro de la seguridad del Villarreal B quiso romper el momento mágico, el sonido cruzó la península para retumbar entre el mar y la montaña. El año que viene es el año del Racing.
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