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Roberto Ruiz
Cuando Pablo Torre recuperó la sonrisa
La contracrónica

Cuando Pablo Torre recuperó la sonrisa

Lunes, 22 de febrero 2021, 07:16

En el fútbol como en la vida, como en el meccano o en el tetris, poner cada pieza en su lugar, y a cada uno en su sitio, resulta trascendental. Que le pregunten a Solabarrieta, desde que ha acertado con la posición de Pablo Torre. Y eso que la mediapunta para el joven delantero no es una posición concreta, sino un territorio indefinido, cuyas fronteras resultan tan móviles que lindan con el todocampismo. De apoyar el medio campo a esperar el fallo en el área chica. De banda a banda, y de costa a costa, la presencia de la joven promesa se hacía notar cada vez que el Racing tenía el balón.

Y eso que no arrancó el partido con demasiada precisión. O tal vez sus compañeros no le entendieran, cuando abría a banda, cuando buscaba un hueco imposible, o cuando ponía un balón perfecto en el segundo palo... y allí no había nadie. Pero sólo era cuestión de tiempo, porque ahora el jugador tiene quien hable su mismo idioma. Con Riki se entiende a la perfección; con Íñigo, casi podría jugar con los ojos cerrados.

Así que antes del primer gol ya muerde. Se le ve cómodo, colabora en la presión, se cuela de rondón en todos los ataques, siempre en el epicentro. Conduce un contragolpe, a la antigua usanza: con el balón cosido a la bota, para soltarlo en el balcón del área y dejar solo a Soko, cuyo disparo en diagonal coge demasiada altura. Pero ya el partido está decantado, y el campo inclinado hacia el gol sur, con un Charles que sólo puede mirar cómo le viene encima un aluvión de oportunidades. Torre, pisando el área pequeña, ve pasar el balón sobre su cabeza por dos veces.

Después de las patadas, los marcajes estrechos o del destierro a la banda, el centrocampista es feliz

LIBERTAD

Para el canterano la mediapunta no es una posición definida, sino un territorio por explorar

UBICACIÓN

Pero a veces es mejor tomar distancia, para que los árboles -sobre todo, de piernas- no te impidan ver el bosque. Desde treinta metros, cuando abre el balón a la banda lo ve claro, cinco segundos antes que todos los demás. Mientras otros miran la jugada, él arranca su carrera. En línea recta, hasta el infinito, o casi. Porque el balón cae llovido desde la banda, y cuando pasa entre Cedric y su marcador, Torre ya está allí. Con la caña. Nadie esperaba que ese balón pasara, nadie contaba con el doble fallo... salvo él. Un toque sutil y el portero no puede hacer nada. Es el dos a cero, que casi cierra el derbi. Y, sobre todo, cambia la cara al goleador.

Ha costado diecisiete jornadas -incluyendo dos de descanso forzoso-, pero por fin Torre sonríe. Después de las patadas sin fin, los marcajes demasiado estrechos, las interpretaciones flexibles del reglamento. Del destierro en la banda. De las entradas y salidas del once. Hasta aquí. En adelante, el joven delantero es otro. Sin ese gesto de tensión en su cara. Con una sonrisa radiante, el partido es suyo. Hace y deshace, coloca y mueve a los suyos. Y el Racing juega los mejores minutos de la temporada.

Al descanso, se va chocando manos. Y empieza igual la segunda parte, dando los cinco a Traver, que entraba de refresco, para desfogarse en un final de partido que se prometía plácido. Tanto, que Torre ya empieza a soltarse. Da indicaciones a los suyos, reclama al árbitro... Se sabe ya importante, y se nota. Se ofrece, tira desmarques, baja a buscar el balón y subirlo, abre los brazos para pedir calma cuando los suyos se vuelcan demasiado en ataque, coloca la barrera o se lleva las manos a la cabeza cuando Cedric se quita de encima un balón franco en boca de gol.

Cada vez más asentado, empieza a disfrutar del protagonismo. Primero, un slalom driblando a cuatro rivales. Luego, pincha un balón despejado y caracolea en la frontal, volviendo locos a los defensas, que sólo pueden seguirle con la mirada mientras gira sobre su eje.

Pero ya no hay partido. En el minuto sesenta y nueve, Delfín Calzada levanta el cartelón. El diez por el veintisiete. Mientras la grada corea su nombre, hasta Álvaro Cejudo aplaude a un Pablo Torre que, esta vez sí, se marcha ovacionado, con la sonrisa en la cara. Y no sólo por el tres a cero que luce entonces en el marcador, o por el gol en su casillero particular, sino porque su equipo, al fin, ha jugado a lo que él marcaba. Es su estreno como director de esta orquesta, y quién sabe si un punto de inflexión, la explosión definitiva de ese futbolista estratosférico que llevamos intuyendo desde su debut con el primer equipo.

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