![El Sardinero, anestesiado](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202002/03/media/cortadas/52559519--624x415.jpg)
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«Se avecina bronca en El Sardinero». «Se espera una entrada hasta la bandera». 'A fulano o a mengano se le recibirá de esta o de aquella manera'. Y terminaba habiendo bronca, se llenaba el campo y el público rompía en aplausos o en silbidos ... según fuera la ocasión con aquel personaje que regresaba al estadio. Antiguamente los cronistas deportivos eran como oráculos con una credibilidad infalible. Si decían que iba a haber esto o lo otro... Lo había. El fútbol está cambiando, pero por mucho que lo haga lo que no se puede alterar es que el periodismo deportivo es el mejor termómetro para pulsar el grado de nerviosismo e ilusión que rodea a un equipo de fútbol. No por nada en especial, sino porque recoge el sentir de su afición que no es otra que la esencia del club. Y esta semana ese corazón ha latido alborotado como el de un niño ladrón. El Racing se jugaba mucho en el dichoso mercado de invierno y en lo que de él se pudiera sacar. Al final, el pulso descendió al comprobar que los fichajes -con permiso de lo que puedan hacer- no han sido lo que se esperaba. «Es que, ¿quién ha venido?», se preguntaban los aficionados ayer en los corrillos habituales del estadio. «Los conocerá Chuti Molina». Se contestaban. «Habrá qué verlos antes de juzgar, ¿no?». Eso fuera del estadio. En las escaleras que suben a la Tribuna, dos socios de siempre se paraban en el descansillo. «Guillermo este no es mal futbolista. Pero es que...», le sugería Felipe Abascal, «socio desde 1988». Su compañero, Manuel Ruiz, «de Solares», le tiraba un jarro de agua fría para despertarle. «Lipe, joder, que vamos últimos». Es que hay amigos que no se guardan una.
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Daniel Pedriza
Marcos Menocal
Las crónicas durante la semana no se posesionaron. Fue como un llamamiento a la espontaneidad. 'Que pase lo que tenga que pasar'. Y así fue. Ni una referencia al malestar, ni una a Chuti Molina -hasta el minuto 59-, al que han señalado como el culpable de buena parte de las penas, ni muchas protestas por los errores, ni a nada... Sólo animar. La Gradona fue -como era de esperar- la que marcó el paso y en los prolegómenos comenzó a rugir y el resto, a su manera, secundó el grito. Y es que el racinguismo está muy por encima de casi todo. Ni tan siquiera con el rostro desencajado en el minuto tres cuando el Alcorcón estrelló un balón al palo de Luca. Ni así dejó de animar a los suyos. «Este ya ha hecho más que...», se escuchaba en la grada después de ver correr a Guillermo al que ya consideran de los suyos.
Pero llegó lo de siempre... Error y gol. Silencio. Por minutos se desconectó la grada. Como si la hubiesen apagado. Los espectadores agachaban la cabeza. Algún tímido intento de recuperar el aliento en la Gradona. Error tras error, nervios, prisas... Silbidos. Anestesia general. En el palco Tuto Sañudo le trataba de explicar a la alcaldesa de Santander, Gema Igual, lo que ocurría. Al de Serdio se le veía enfadado. A la regidora ojiplática. Pedro Ortiz, el vicepresidente del Racing, se triscaba los dedos... En la zona noble temblaban las piernas. Y de repente... «A por ellos, a por ellos». La expulsión de Laure le dio al interruptor y otra vez la grada estalló. Cuando alguien se ve ahogado, cualquier gesto sirve de tronco. De la noche al día, del silencio al ruido, del lamento a la esperanza. El Sardinero se dejó llevar por lo que le pidió el cuerpo. Y así, en el minuto 50: «Chuti vete ya, Chuti vete ya». Y llegó el gol de Figueras. De la protesta a la esperanza. Y luego, otra vez al letargo. Y el partido se fue como en el mus: muerte dulce. Sin que nadie lo remediara. La afición estaba tan anestesiada que no se dio cuenta de que el equipo necesitaba un arreón en el último suspiro. El resultado provocó un bajón en los plomos de los espectadores que salieron arrastrando los pies. Hasta la megafonía tenía voz de funeral. Otro final repetido.
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