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Abel Verano y David S. Olabarri
Santander
Viernes, 9 de febrero 2024, 01:00
El trágico asesinato de Silvia López Gayubas, de 48 años, a manos, supuestamente, de su dos hijos adoptados causó con una gran conmoción en toda España, pero particularmente entre quienes conocían a la familia. Al menos de puertas para fuera.
La víctima de este cruel ... crimen, de firmes creencias religiosas, ejercía de catequista desde hacía años, militó en el Partido Popular de Castro y trabajaba como celadora interina de la unidad de Medicina Nuclear del Hospital de Cruces, en Baracaldo (Vizcaya). De hecho, había sacado hace poco la oposición y «estaba muy contenta». Pero no quería quedarse ahí. Aspiraba a ascender de puesto dentro del Servicio Vasco de Salud y por eso tenía pensado seguir estudiando para ocupar una mejor plaza.
«Nos hemos quedado en shock y extrañados por esta inesperada muerte», apuntaba un miembro de la parroquia castreña ayer, por la mañana, cuando conoció la identidad de la víctima. «Una vecina ha venido después de misa a comentarme que la mujer asesinada era nuestra Silvia».
Desde la iglesia de Santa María de Castro, donde la víctima impartía catequesis a niños de 2º y 3º de Primaria desde hace años, recuerdan a Silvia como una persona «muy alegre», «preocupada por los demás», «entregada» e «implicada». «Venía con su marido y sus dos hijos todos los domingos a misa. Eran una familia muy unida».
Debido a su trabajo de celadora, en ocasiones tenían que buscarle sustituto para impartir la catequesis, pero siempre que podía allí estaba con sus alumnos. «Nunca tuvo ningún altercado con ellos», apuntan desde la parroquia de Castro, donde señalan que sus dos hijos eran «un poco callados» y el mayor, «un poco más introvertido».
Carácter «Era muy comprometida, muy dada a ayudar. Venía a repartir propaganda y era colaboradora»
Bien valorada «Una chica muy maja, siempre tenía muchas ganas de hacer cosas, y era muy buena persona»
De su paso por el Partido Popular de Castro Urdiales como afiliada y militante, Silvia dejó muy buen recuerdo entre quienes llegaron a gobernar el Ayuntamiento de la ciudad bajo la Alcaldía de Iván González. «Era una chica muy maja, siempre tenía muchas ganas de hacer cosas, y era muy buena persona», apunta uno de esos compañeros, al que se le ocurren infinidad de adjetivos positivos para definirla.
«Venía a la sede, a las reuniones, y nos ayudaba; era una chica muy comprometida, muy dada a ayudar. Con el PP siempre esta echando una mano. Venía con nosotras a repartir propaganda, era colaboradora», afirma otra compañera de partido, que también resalta que la víctima «siempre iba acompañada del marido y los hijos; no la veías ir con la cuadrilla de amigas». Esta militante popular también dice que Silvia era una persona «muy habladora» y «muy participativa». «Me ha costado creer que era Silvia. Todo lo que pueda decir de ella es bueno. Nada era malo en ella».
Comprometida «Era muy alegre, entregada e implicada. Venía con su familia todos los domingos a misa»
Los menores «Sus dos hijos eran un poco callados y el mayor era un poco más introvertido»
Otra de las que fue compañeras en su etapa del PP también se mostraba ayer «incrédula» con lo ocurrido porque había estado con Silvia y su familia hacía una semana y no vio nada anormal. Todo lo contrario. «La tenía un cariño especial de la época en la que trabajos juntas en el PP. Era muy colaboradora y siempre estaba dispuesta a ayudar».
En ese encuentro, ambas hablaron sobre los estudios de sus respectivos hijos y sobre lo que tenían previsto estudiar cuando acabasen su etapa en Secundaria. «Me comentaba que los niños tenían los típicos problemas de su edad, pero que sacaban buenas notas». Un extremo al que también hizo referencia ayer la alcaldesa de Castro, Susana Herrán. «Eran excelentes académicamente y tenían una personalidad acorde a la edad que tienen».
Silvia decidió adoptar un niño, pero le dijeron que eran dos hermanos y «para no separarlos accedió a hacerse cargo de los dos». «Era una mujer maravillosa, un amor continuamente. No la he visto un día enfadada. Era muy prudente y muy parecida a su marido; colaboradores y prestados a lo que hiciera falta».
La mujer demostraba en las redes sociales, en la que era muy activa, lo orgullosa que estaba de sus «dos niños». «A pesar de todo lo del virus, ha sido un día muy bonito», escribía como comentario a una foto de la primera comunión de su hijo menor en 2020. «Qué bien E. Estás guapísimo», escribía el padre y marido de Silvia, que se encontraba trabajando en el momento de los hechos en el turno de noche de una empresa metalúrgica en el País Vasco. «Está destrozado», describieron fuentes de la investigación.
También era Silvia aficionada a compartir en las redes sociales mensajes poéticos, filosóficos y espirituales, algo lógico teniendo en cuenta su labor como catequista. «Somos instantes», rezaba uno de ellos. De hecho, esta actividad la convirtió en una persona muy conocida en Castro, cuyo Ayuntamiento ha decidido decretar tres días de luto por su muerte y suspender hasta la próxima semana los actos del Carnaval.
Problemas «Los hijos les comentaban a algunos compañeros del colegio que las cosas en casa no estaban bien»
Cursos E. y J., de 13 y 15 años, estudian 2º y 4º de la ESO en el colegio Menéndez Pelayo
Además, era, a juzgar por sus mensajes, muy aficionada a la playa, lo que explicaría su decisión de vivir junto con su familia en Castro Urdiales, donde se sentía plenamente integrada en la vida de la villa marinera.
Todo esto de puertas para fuera, porque, de puertas para dentro, vecinos cercanos a la familia señalan que Silvia era «muy estricta» con la educación de sus hijos y «muy exigente» con ellos desde el punto de vista académico. Además, se apunta a «continuas broncas» familiares.
Los dos hermanos supuestamente responsables de la muerte de su madre adoptiva llegaron a España cuando tenían 2 y 4 años. Vivieron unos primeros años de vida «muy duros», explican fuentes de su entorno, que insisten en que los chicos nunca «han sido muy habladores».
Son «más bien cerrados», de esas personas que tienden a no exteriorizar sus sentimientos. Solo hablaban de cosas dolorosas «entre ellos» y con sus amigos «más cercanos». A estos chavales, algunos compañeros de clase, eran a los que les decían que las cosas en casa «no estaban bien».
Creyente «A veces salían a leer en misa y su madre insistía en su formación religiosa»
Cambios En los últimos meses habían notado un cambio en la actitud de los chicos, sobre todo en el mayor
E. y J., de 13 y 15 años, estudian 2º y 4º de la ESO en el colegio Menéndez Pelayo, en el barrio de La Loma. Lo primero que hacían al llegar a este centro concertado era rezar. Era algo habitual para ellos. Su madre, catequista desde hacía unos cuantos años en la parroquia de Castro Urdiales, insistía mucho en su formación religiosa. De hecho, iban a misa todos los domingos. Y, a veces, salían a leer durante las ceremonias, según explican desde la iglesia. El párroco insiste en que jamás vio a los jóvenes poner una mala cara o quejarse por tener que ir a misa.
Acudir a actividades religiosas era, de hecho, una de las cosas que más hacían los hermanos. Sus compañeros de clase explican que «nunca han salido mucho de casa». «Al principio el mayor no decía nada o daba excusas cuando le decíamos para quedar, pero últimamente se quejaba del control que tenían en casa», explica un alumno.
Este chico relata que los hermanos sacaban buenas notas. En el centro educativo tenían orden de no hablar con los medios de comunicación. Sin embargo, fuentes del entorno del colegio insistieron en que los chavales tenían un buen expediente académico y nunca habían dado problemas en clase.
Los que les conocen dicen que en los últimos meses habían notado un cambio en la actitud de los chicos, sobre todo en el mayor. Explican que cada vez tenían menos reparos en hablar de lo que les pasaba, de las «constantes» discusiones con su madre. Decían que les regañaban por todo, que daba igual como se portasen.
El mayor también había empezado a hablar de que eran adoptados con unas pocas personas de su círculo más estrecho. Aseguraba que no tenía apenas recuerdos de sus primeros años de vida, pero tenía cada vez «más conciencia» de que lo que había sufrido cuando estaba en Rusia «no era justo». «Es posible que le provocase sentimientos encontrados», explica al respecto la madre de uno de sus amigos.
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