![Los profesores del colegio público Manuel Llano, enTerán, colaboran con los operarios en el traslado de parte del material escolar hasta Ucieda.](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201901/30/media/cortadas/rosendo%20(14)-kAa-U70457215059YkD-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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En los soportales del colegio público Manuel Llano, en Terán, había ayer tres pares de calzado en las que el barro llegaba hasta la zona del tobillo. La talla, entre un treinta y muchos y un cuarenta y pocos. Por muy crecido que esté el ... chaval, ningunas pueden ser de un niño que jugando en el patio metiera el pie en un charco. Sus propietarios son Ana, José Ángel y Rubén, tres profesores que tuvieron que realizar casi una hora de caminata por el monte para impartir clases.
Como la mayoría de sus compañeros viven en las ciudades y van a Cabuérniga para trabajar. En condiciones normales tardan diez minutos desde Cabezón de la Sal, media hora desde Torrelavega... Pero el argayo que el pasado jueves apareció a la altura de Ruente a causa de la riada y mantiene cortado el paso hacia los municipios del interior del valle han roto esa normalidad. «El resto hemos venido compartiendo coches por Carmona, que se tarda el triple, pero es lo que toca», explica Sara Maestro, la directora, quien apunta que muchos vecinos se han prestado incluso a dejarles una casa. Es sólo un ejemplo de los muchos quebraderos de cabeza que estos días está generando el corrimiento de tierra a los cerca de 1.400 vecinos de los municipios de Cabuérniga y Los Tojos.
El que tiene que trabajar fuera de la comarca debe levantarse una hora antes; para ir al supermercado hay que gastar medio depósito de gasolina, los estudiantes del instituto se pierden la primera hora de la mañana y tiene que recuperarla por la tarde... Asumible unos días y «de locura»durante mucho tiempo. «Podemos sobrevivir y tampoco es que estemos aislados, pero, a ver, está claro que es un trastorno. Habrá que esperar», apunta Francisco Calzado, vecino de Bárcena Mayor, donde los cuatro restaurantes del pueblo se plantean cerrar –lo tienen casi decidido– ante el aluvión de cancelaciones y la caída de las reservas para los próximos fines de semana.
En el Manuel Llano la aventura ayer no sólo era llegar. Tocaba mudanza. Mudanza, a medias. En este centro estudian alumnos que viven al norte y al sur del argayo. Los primeros, los de Ruente, lo tienen muy complicado para acercarse. La solución que ha acordado la dirección del centro con la Consejería y los padres es dividir el cole en dos sedes. Los 48 alumnos de Cabuérniga y Los Tojos se quedarán en Terán y los 58 restantes en unas dependencias de Ucieda –allí, en jornada continua y sin comedor– que ahora mismo están vacías: «Empezamos este miércoles y aquello está muy bien, pero totalmente vacío. Hay que llevar sillas, pupitres, material escolar... Todo, pero es que no sabemos cuánto va a durar esto y no pueden perderse todo un trimestre».
Lo primordial, de una forma u otra, está cubierto: la enseñanza y la sanidad. Esto último con una UVI móvil del 061 que el Gobierno de Cantabria tiene activa durante 24 horas con sede en la localidad de Valle. En caso de emergencia, con el argayo, es imposible realizar un traslado urgente y esta ambulancia sirve para prestar una primera atención de calidad. Se instaló el lunes y ayer tuvo su primera salida. El paciente, un vecino de Lamiña con problemas cardiacos. La médico le atendió 'in situ' y cuando le estabilizaron fue trasladado al hospital por los sanitarios de Puentenansa. Así, en caso de otro caso grave, la UVI móvil seguía en el lugar. «La verdad es que esto está muy bien y nos da tranquilidad. Yo tengo a mi madre en casa con 94 años y está sana, pero si pasa algo sé que van a llegar rápido. Del argayo no tiene nadie la culpa, pero de que no limpian y no dejen limpiar los ríos sí, la Confederación», critica Pilar Sainz. Es un reflejo del sentir general. Contra la naturaleza no se puede luchar, pero creen que no se ha hecho todo lo posible en materia de previsión.
Las heridas del temporal monopolizan las conversaciones en los bares y también las horas de labor de los operarios municipales. «Estamos ahí con la pala y a la vez haciendo fotos a los daños, tanto a carreteras y elementos del pueblo como bienes de los vecinos para poder después reclamar», detalla un empleado del Ayuntamiento de Los Tojos, que avisa de que el riesgo de aislamiento total es real. La previsión del tiempo anuncia nieve y eso podría suponer el cierre del puerto de Palombera. Y la collada de Carmona, la vía de entrada y salida favorita en estos momentos por la mayoría de los vecinos, no ofrece muchas garantías por la cantidad de pequeños corrimientos de tierra que se suceden.
Obras Públicas tiene presencia continua en esta CA-182, pero no dan abasto. Lo comprobó ayer Cayetano Calderón, uno de los tres panaderos que diariamente hacen la ruta por la comarca. En distintos puntos de la carretera autonómica se encontró con piedras y restos de argayos que habían caído sobre la vía y otros puntos en los que los técnicos han cerrado uno de los carriles ante el riesgo de que ceda la calzada. «Si voy un poco bien tardo una hora, si no más. Y lo peor es que va a haber que madrugar de más muchos días». De 70 kilómetros cubiertos por jornada ha pasado a unos 200. Más distancia, más gasolina, más gastos. Ya estaba decidido que el día 1 de febrero subiría el precio de la barra, «aunque seguro que ahora la gente piensa que es para pagar el combustible de más. De verdad que no».
Menos beneficios para unos y «grandes pérdidas económicas» para otros. En ese segundo grupo se encuentran, sobre todo, los hosteleros. En Bárcena Mayor calculan que los cuatro restaurantes que están activos dan cada domingo unas 500 comidas. Eso era antes del argayo. Ahora se plantean cerrar hasta que se normalice el tráfico. Han echado cuentas y no les compensa.
Mari Carmen de Cos, de La Jontana, ha recibido desde el pasado viernes muchas llamadas de clientes:«Nos preguntan y les decimos la verdad. El que quiera venir puede, pero tiene una tiradita. No vamos a hacerles venir por Carmona, que se hace largo de madre». Lo tienen complicado los comensales y también los dos trabajadores que echan una mano a ella y a Jesús Cuesta. Para poner cinco o diez menús creen que les compensará más dejar bajada la verja.
En la misma disyuntiva está Yoli González, del mesón Río Argoza. Tenía una reserva para un grupo grande, de 40 personas, pero ahora está en el aire. «Esto es un desastre. Nadie diría que estemos en el siglo XXI», se lamenta la restauradora, menos comprensiva con la falta de soluciones por parte de la Administración. En su caso, no sólo es que no entrará dinero en la caja, sino que también ha salido mucho en forma de la comida que ha tenido que tirar a la basura. Todo lo que tenía reservado para el pasado fin de semana se quedó en la nevera. Además, al igual que la cartera, que viene de Cabezón de la Sal, los suministradores de bebidas ahora también se encuentran con más piedras en el camino para llegar a Los Tojos y Cabuérniga. Piedras en sentido figurado y en sentido literal.
Muchos contratiempos, muchos trastornos, pero nada grave. A no ser que en Cabuérniga a alguien le entre el antojo de comerse un yogur. A José Luis González, la persona que está detrás del mostrador de la tienda de Valle –la única que hay en la zona cuasi incomunicada–, el comercial de Danone le ha dicho que no puede dar toda la vuelta por Carmona. Si el frutero o el de los congelados le da el mismo argumento se acercará él hasta el mayorista, pero los principales suministradores le han dicho que sin problemas: «Lo que pasa es que no sabemos hasta cuándo. Hay que ir atando cabos y buscándote la vida para seguir el día a día con normalidad». Pero reconoce que esta crisis para él también es una oportunidad. Ahora las grandes cadenas comerciales están más lejos. En cambio, los vecinos tienen su tienda a mano. «A raíz de las riadas el agua salió turbia unos días y ya lo notamos. Ahora, nosotros seguimos dando servicio. Esperemos que cuando quiten el argayo la gente se acuerde de que hemos estado aquí, al pie del cañón», bromea.
En una población en la que abundan los jubilados, algunos vecinos a los que sus hijos les traen la compra una vez a la semana se encuentran un tanto indefensos. No es el caso de Tere López. Ayer, su sobrino le subió un saco de patatas, seis cartones de leche y una botella de lejía. «Ya estaba aviada porque tenía el congelador lleno, pero me dijo que venía y bueno. No me viene mal», detalla la señora. Dice que los más perjudicados son los que trabajan al lado contrario del obstáculo.
Algunos se han trasladado a vivir temporalmente a Cabezón de la Sal, en alquiler o en segundas viviendas o de familiares. Otros han ideado una estrategia más ingeniosa:conducen hasta el argayo, lo cruzan a pie y en mitad de camino se intercambian las llaves del coche con un vecino que haga el viaje al contrario. A grandes males, grandes remedios.
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