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Sin perder la vista del mar, que es quien puede poner en aprietos a los bañistas, en los puestos de socorrismo de Cantabria la jornada da para mucho más que para los rescates a la carrera en el agua –por fortuna, escasos–. Desde niños extraviados a picaduras de escorpión, sustos con las medusas, que no faltan a su cita con el verano, y también anécdotas amables para recordar. Marina Guitián, socorrista de 21 años de Cruz Roja, que pone cara y voz al batallón de ojos que vigilan las playas de la región, cuenta una que le hizo especial ilusión. La protagonista era una turista de Edimburgo que, con el dedo roto y el castellano justo, acudió al puesto de socorristas más cercano en busca de ayuda. Y allí estaba Marina, igual que al día siguiente, cuando la mujer quiso volver expresamente para agradecerle la atención y pedirle que le vendara otra vez porque con ella –dice la joven– «se sintió tan segura que le aliviaba más si el vendaje se lo hacía yo. Por situaciones como esta es por lo que me hice socorrista».
Residente en Cantabria, donde cursa el Grado de Relaciones Laborales, Marina aprovecha los cuatro meses de junio a septiembre para compaginar sus estudios con su trabajo en el equipo desplegado por Cruz Roja en los arenales de Santander. Su jornada laboral es de cinco días a la semana, ocho horas al día, en los que va rotando cada hora entre el puesto de vigilancia estática –en la torre– y dinámica –las patrullas de supervisión por la orilla–, que es lo que más le gusta. Su día empieza a las 11.30 horas. Lo primero que hace es observar la media de edad de los bañistas de su zona, analiza la marea y el oleaje e identifica el color de la bandera que más se adecúe al día. Después, cumple lo que para muchos es «un sueño».
Hace dos años que forma parte de la plantilla de la organización. El verano pasado su destino fue la Segunda playa de El Sardinero; ahora vigila la Primera. Siente que apenas hay diferencia entre ambas, sin embargo, este año debe prestar más atención porque en su radar se encuentra el Azucarillo, una zona rocosa en la que no se permite saltar y que añade «mayor peligrosidad» a los bañistas. Y siempre hay quien se olvida de las indicaciones de los socorristas, aunque «cada vez son menos», opina. «Nos tienen mucho respeto y eso se nota, porque a muchos turistas les gusta acercarse a los puestos para preguntar sobre las mareas y demás».
Por lo general, los bañistas, sobre todo las familias, se sienten más seguros cuando tienen un puesto de vigilancia al lado. «Cada vez que un niño se pierde, vienen directo a nosotros, y para los padres es un alivio porque son situaciones que se dan mucho», explica Marina. De hecho, disponen de pulseras identificadoras para niños que se extravían en la playa, personas mayores o con discapacidad.
Sin embargo, no siempre el ambiente es tan tranquilo como quisiera. Hace unos días, sin ir más lejos, Marina llamó la atención de un joven en reiteradas ocasiones por querer saltar desde el Azucarillo, haciendo caso omiso a sus indicaciones. «A pesar de que cada uno es responsable de lo que hace, estamos aquí precisamente para evitar ese tipo de situaciones de riesgo», expone. Fue entonces cuando se acercó a la orilla y le indicó los motivos por lo que no debía saltar. «Quería evitar cualquier lesión posterior, porque aunque muchas veces no lo valoren, mi intención siempre es ayudar», aclara. Aún es pronto y la temporada de medusas apenas ha comenzado, pero «ya estamos en preaviso. Estoy tranquila porque el año pasado hicimos frente a la situación limpiando las orillas y sacando cualquier medusa que veíamos; este año no va a ser menos».
Ayudar y proteger a las personas que disfrutan de los días de playa «es gratificante», y entablar conversaciones que hagan más amena la jornada, también. «No puedes apartar la vista ni despistarte, pero tener buenos compañeros ayuda, la colaboración es clave», expresa. Impulsados por la misma vocación, la mayoría de jóvenes que completan la plantilla, todos menores de 25 años, comparten las emociones y vivencias cada día, por lo que muchas veces se forjan amistades entre ellos. Y Marina está convencida de que esas relaciones personales «van a durar más allá del verano».
Con más de 280 profesionales en la plantilla, el servicio de Cruz Roja vigila en 61 playas de trece municipios de Cantabria: Alfoz de Lloredo, Bareyo, Camargo, Comillas, Laredo, Piélagos, Ribamontán al Mar, San Vicente de la Barquera, Santa Cruz de Bezana, Santander, Santoña, Suances y Noja. Esta última cuenta con dos nuevos puestos este verano, lo que supone cuatro nuevos socorristas y la ambulancia de Soporte Vital Básico (SVB). El servicio continuado se ofrece del 15 de junio al 15 de septiembre y entre las principales actuaciones se encuentran las asistencias sanitarias, rescates, evacuaciones a hospitales, atención al baño asistido y labores de concienciación y prevención que hacen de la playa «un lugar más seguro».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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