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Martes, 5 de noviembre 2024
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«El guardia civil no debe ser temido sino de los malhechores; ni temible, salvo a los enemigos del orden». Así empieza el artículo 6 de la cartilla del guardia civil, redactada el 13 de diciembre de 1845 por el fundador de la Benemérita, el duque de Ahumada, y que cualquier agente es capaz de recitar de memoria. La tarde del 29 de octubre, en Chiva, como en otros tantos pueblos de Valencia, no hubo malhechores. Y el único enemigo del orden no tenía rostro conocido, sólo unas iniciales, las de la DANA, que pasarán a la historia. Cuando la naturaleza mostraba su cara más salvaje, doce agentes se jugaron la vida para rescatar a decenas de vecinos que estuvieron a punto de morir en la riada.
Cristian Lacalle estaba en casa con su mujer y sus dos hijas cuando arreció la tormenta. Desde la ventana vio que el agua anegaba la calle y que los vehículos ya no podían circular. No le dio tiempo ni a ponerse el uniforme. Llamó a los dos compañeros que estaban de servicio y les pidió que lo recogieran con el todoterreno. A partir de ese momento, el teniente pasó a estar al mando del operativo: «Llegué hasta ellos como pude y les pedí que me dejaran conducir, porque conozco bien esa zona de salir a pasear con mi mujer y mis hijas. Avanzamos unos metros, pero la corriente arrastraba el todoterreno, así que tuve que empotrarlo contra un árbol y dejarlo allí abandonado».
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Había que moverse a pie, o a nado, o como buenamente pudieran. «Nos agarramos entre nosotros para que no nos llevara la riada», relata el teniente, que nació en Chiva y, tras hacer carrera en la Guardia Civil en diferentes destinos, ha regresado como jefe del cuartel, por lo que movilizó a otros cuatro componentes del puesto para que salieran a rescatar vecinos y pidió refuerzos a la comandancia.
El cabo David Mújica también nació en Chiva -a su familia los conocen como los 'gualdicos'- y sigue viviendo en la localidad, pese a que está destinado en Gestalgar. El teniente y él son, además de paisanos, buenos amigos. Al ver lo que estaba pasando, lo llamó por teléfono –«cuando aún funcionaba», matiza– para ponerse a su disposición. «Como no podía llegar donde estábamos nosotros, le pedí que se quedara al otro lado y que se hiciera cargo de cuatro compañeros que venían de refuerzo de Liria», apostilla Lacalle. Mientras la riada inundaba Chiva, los dos grupos de agentes avanzaron cada uno desde su flanco para poner a salvo a los vecinos que encontrasen en su camino, mirando uno a uno cada coche que encontraban por si había alguien dentro.
Teresa (69 años) se había levantado de dormir la siesta y le había pedido a su cuidadora –que se llama igual– que la sentara en el salón. Está impedida y necesita una silla de ruedas para desplazarse. «Ella –en referencia a su cuidadora– tuvo la lucidez de sentarme en la silla motorizada», cuenta la mujer. La casa empezó a inundarse. Pese a ello, Teresa no quería moverse del salón. «Yo le decía: '¿Quieres morir aquí? Porque yo voy a escapar'. Sólo así se animó, porque estaba desesperada viendo que nos íbamos a ahogar», apunta su cuidadora. Cuando lo daban todo por perdido, la puerta se abrió, pero no por el agua. Teresa vio por primera vez los rostros del teniente Cristian y sus compañeros.
«Para mí fue como si hubieran entrado unos ángeles», relata en la residencia municipal donde se aloja hasta recuperar su casa, y en la que ayer se reencontró con el teniente y el cabo. «Cómo no me voy a acordar de su cara», añade, emocionada: «Si no es por ellos, yo ahora estaría muerta». A Teresa y a su cuidadora las cargaron en brazos –«yo les advertí de que peso mucho, pero son muy fuertes»– y al teniente se le ocurrió subir a ambas al techo del coche que tenían en el garaje porque sabía que allí estarían a salvo. «Volveremos a por vosotras», anunció al despedirse.
Lo dice la cartilla: «El que veía a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea salvado».
Al caer la noche, los dos grupos de agentes se unieron en el punto más peligroso: la calle Ramón y Cajal. La riada había provocado la rotura de una conducción de gas en tres puntos distintos y había que desalojar las viviendas puerta por puerta. Luis es un vecino de la zona que tenía a su madre atrapada en su vivienda y bajo la doble amenaza de morir ahogada o por una explosión. Más que olor, que se colaba por todas las rendijas, lo que más le impresionó fue el sonido: «El gas se escuchaba como si fuese una canal de agua de una tubería, era impresionante». Y ese ruido, cuenta, se mezclaba con el «crujido» de las estructuras de hormigón reventando por la violencia del agua. Luis recuerda «la boca seca» y el dolor de cabeza «por el estrés. «Si alguien llega a encender un cigarro saltamos todos por los aires», añade.
Lo dice la cartilla: «El que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado».
El parque de bomberos de Chiva estaba «perdido» por la riada y los agentes no sabían cómo hacer frente a la fuga de gas. El cabo buscó el modo de contactar con un técnico que, pese a la tromba, se desplazó a la zona y cortó el suministro. «A ese chico había que ponerle un monumento», declara Mújica, que al igual que Lacalle destaca el «carácter extraordinario» del pueblo de Chiva tanto en los rescate como la reconstrucción que ya han empezado.
Pilar Sancho es la madre de Luis. Tiene 85 años y está impedida físicamente, además de sufrir cierto deterioro cognitivo. Su casa es una de las más próximas al barranco. También ella fue rescatada por dos integrantes del grupo de los doce. «Se metieron allí a oscuras, con el agua por la cintura, y la cogieron cada uno de una pierna y de un brazo. Son unos valientes, expresa el hijo de Pilar mientras ella asiente y les da una y otra vez las «gracias».
Lo dice la cartilla: «[El guardia civil] procurará ser siempre un pronóstico feliz para el afligido».
Samuel (38 años, natural y vecino de Chiva) vivía en la casa de sus abuelos, que había empezado a reformar a su gusto. «Todavía está la máquina con las que estaban puliendo y abrillantando el suelo», confiesa mientras recorre, desolado y aún en estado de 'shock', las ruinas que le ha dejado la DANA. La riada cruzó, literalmente, su casa. «El agua no se embalsó aquí, sino que la atravesó de punta a punta buscando el barranco». Samuel vio cómo la fuerza del agua destrozaba hasta los tabiques y se refugió en la planta de arriba, pero el nivel seguía subiendo. «Era como si estuvieran tirando abajo la casa», agrega. El teniente Lacalle y el cabo Mújica derribaron la puerta y lo rescataron: «No podía salir. Ellos me salvaron la vida».
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