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Casinos, mafia... Las Vegas, así empezó todo: lo que esconde la ciudad del juego

Con un golpe de suerte, así se inició la aventura de Las Vegas. Era principios del siglo XIX y una caravana de comerciantes descubrió agua en medio del desierto. Aquel manantial no tardó en convertirse en chicas, cartas, juego, especulación, mafia y blanqueo de dinero. Bienvenidos a los turbios orígenes de la ciudad que nunca duerme.

Miércoles, 11 de Octubre 2023

Tiempo de lectura: 6 min

Es un oasis en mitad del desierto y también un espejismo, la construcción de un sueño que pasa de generación a generación como un hechizo... a través de soñadores profesionales. Un mafiosos como 'Bugsy' Siegel, un cineasta como Howard Hughes...

¿Pero cómo empezó todo? Con un golpe de suerte. Una caravana que se desvía de la ruta camino de Los Ángeles y que encuentra un manantial en el desierto de Mojave, en mitad de la nada. Corría el año 1829, y durante el resto del siglo XIX Las Vegas no sería más que un abrevadero para viajeros y caballos. Todavía conserva esa impronta de lugar de paso. Vas, sueñas que te forras, te despluman y te marchas.

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El hotel que cambió la ciudad. En 1941 se empezó a construir El Rancho Vegas, un concepto de hotel casino que rompía con la tradición del salón del Oeste, con suelos de serrín y escupideras. Fue la cuna del strip, y que tuvo un final bastante negro. En los sesenta, sufrió un incendio que destruyó todo. Nunca se supo la causa.| Getty Images.

El ferrocarril de la Union Pacific hizo cristalizar la ciudad. Al principio fue una mancha de tiendas de campaña, las de los trabajadores que colocaban las vías, con mesas de juego y burdeles para que se dejasen allí la paga. En 1905, la compañía subastó 1200 parcelas en un día, a 300 dólares el kilómetro cuadrado. Fue la fundación oficial de la Ciudad del Pecado, como pasaría a ser conocida décadas después.

Las Vegas no hubiera sido más que una colección de antros de mala muerte sin la crisis del 29

Luego vino la ofensiva puritana con la Ley Seca, que ilegalizó el alcohol y el juego. El estado de Nevada lo hizo en 1910. Un periódico tituló: «Adiós para siempre a la ruleta». Para siempre, en realidad, duró tres semanas en Las Vegas, donde pronto surgieron los clubes ilegales.

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El cóctel preferido de la mafia. Chicas, juego, alcohol y burbuja inmobiliaria podrían formar un cóctel que sería la respuesta a la recesión. Una idea que tenía como inspiración los espectáculos de París.

Pero Las Vegas no hubiera sido más que una colección de antros de mala muerte sin la Gran Depresión de 1929 y la recesión posterior que propiciaron que el Estado, corto de fondos, autorizase el juego en 1931 para recaudar impuestos y que se levantase el veto al alcohol poco después. La construcción de la presa Hoover, en el río Colorado, a 48 kilómetros de la ciudad, supuso una nueva riada humana. Mano de obra a la que había que entretener.

Las obras duraron cinco años. Fue entonces cuando banqueros y mafiosos se percataron de que el juego podía ser mucho más lucrativo combinado con una burbuja inmobiliaria y que, además, así podían seguir haciendo caja cuando los obreros se marchasen. Financieros y señores del crimen se aliaron. El precio de los terrenos se disparó. La electricidad que fluyó desde la presa prendió los carteles de neón y revivió el espejismo. Las Vegas se convirtió en un reclamo y la avenida de seis kilómetros que la vertebra, en una de las más filmadas del planeta.

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Un visionario muy mafioso. Bugsy Siegel uso la semilla del futuro de Las Vegas y tenía inteligencia más que suficiente para hacer dinero; no tanta para conservarlo, obsesivo y matón tampoco le duró la vida. Murió a los 41 años.

El Ejército estableció una base aérea en 1941 con la condición de que se prohibiese la prostitución. El barrio rojo, conocido como Bloque 16, parecía quedar fuera de juego, pero se reaccionó diseminando el negocio y reciclando a las strippers en bailarinas. Ese mismo año surgió El Rancho Vegas, el primer resort y un concepto de hotel casino revolucionario que rompía con el salón del Oeste, de suelos de serrín y escupideras.

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Es espectáculo del 'hongo atómico'. Hasta las pruebas nucleares en el desierto de Nevada se convirtieron en un reclamo turístico. Durante las pruebas nucleares, los huéspedes de los hoteles degustaban 'cócteles atómicos' en las terrazas, con vistas a las nubes en forma de hongo.

Su éxito inspiró a un gánster emprendedor, Bugsy Siegel –a quien dio vida Warren Beatty en la película Bugsy, de 1991–, que consiguió convencer a un jefe mafioso y a banqueros mormones para que invirtiesen en el Flamingo, un lujoso hotel 'todo incluido'. La idea era sencilla: que el huésped no se marchara hasta quedarse sin blanca. El concepto se perfeccionó. Espectáculos musicales, comida de bufé, moquetas mullidas que ralentizan el paso, salas de juego sin relojes ni ventanas para perder la noción del tiempo... A Siegel lo acribillaron a balazos en un ajuste de cuentas, pero su apuesta funcionó. Se construyeron más hoteles casino y la Mafia empezó a blanquear dinero a espuertas.

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La joya de la corona. Y la gran apuesta de Bugsy: el hotel Flamingo, un todo incluido, donde el jugador podía apostar sin parar. Mientras hubiese efectivo. El nombre fue escogido en honor a su amante, Victoria Hill, por las largas piernas que tenía que Siegel comparaba con las de un flamenco.

Eran los años cincuenta. Los de Frank Sinatra, Dean Martin y su Rat Pack, la 'pandilla de ratas', completada con Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop. Cantantes, políticos, actores o humoristas como Ronald Reagan, que acabaría siendo presidente de los EE.UU., ganaban allí más en una semana que haciendo una película en Hollywood.

El cineasta Howard Hughes, cuando supo que los hoteles desgravaban, compró todos los que pudo

Una prosperidad basada en un estatus especial: no hay cobertura social ni sueldo base para la legión de crupieres, camareras y empleados. Tampoco hay velocidad mínima en las carreteras. Y se permiten los matrimonios y los divorcios exprés. Así lo quiere la Cosa Nostra, y el Gobierno hace la vista gorda mientras recauda una porción del pastel.

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El origen de Las Vegas. El explorador mexicano Antonio Armijo descubrió una pequeña zona de prados y agua en medio del desierto mientras buscaba atajos en una ruta desde Santa Fe para comerciantes. Con los años, ese asentamiento se convertiría en Las Vegas. Los manantiales lo convirtieron en parada de carruajes y trenes.

Hasta las pruebas nucleares en el desierto se convierten en un reclamo turístico. Los huéspedes degustan 'cócteles atómicos' en las terrazas, con vistas a las nubes en forma de hongo. Ocho millones de personas visitaban Las Vegas cada año.

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El 'show business' y la época dorada. El esplendor llegó en los cincuenta: la época de Sinatra, el Rat Pack... Ronald Reagan, que luego sería presidente de EE.UU, actuaba entonces también en Las Vegas, cantando y bailando. Ganaba más dinero en una semana con su show que haciendo una película.

En los sesenta llegaron las tragaperras, más baratas de mantener que los crupieres. Se desvanece el glamour. La Administración Kennedy empezó a apretarle las tuercas al crimen organizado y Las Vegas se reinventó, aunque el cineasta Howard Hughes mantuvo viva la llama de la megalomanía. En 1966 había sufrido un accidente de aviación. Vivía aislado desde entonces y era adicto a la morfina. Se mudó al Desert Inn, huyendo de los altos impuestos de California y, cuando supo que los hoteles desgravaban, compró todas las propiedades que pudo.

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¡Llegan las máquinas tragaperras!En los años sesenta aparecen por primera vez las máquinas tragaperras, mucho más baratas de mantener que los crupieres. Parte de la prosperidad de la ciudad está basada en los pocos derechos sociales de sus trabajadores. La legión de camareras y empleados de los casinos no tienen cobertura social ni sueldo base.

Las inversiones de Hughes animaron a otros empresarios. La propuesta consistía en que la ciudad tuviese un sesgo más familiar. Una especie de Disney World para mayores, con el aliciente mítico del reciente esplendor.

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A pleno confort (y diversión). Varios huéspedes apostando en una piscina en 1957. La diversión y el ocio estaban asegurados.

Ese modelo evoluciona en los  Ochenta hacia el megarresort, que crecen con cada burbuja y se reformulan con cada recesión. Es en esta época cuando Sheldon Adelson (el millonario que quiso convertir Alcorcón en Eurovegas y que falleció en 2021) forja su imperio. Monta una agencia de viajes y organiza una feria de informática en la ciudad que se convierte en cita mundial. Con lo que gana compra un hotel mítico, aunque de capa caída: el Sands. Lo derriba y levanta el Venetian, una imitación pretenciosa de la ciudad italiana con paseo en góndola incluido. Su idea: hoteles temáticos, llenos de respetables asistentes a los congresos los días laborables, que se desmadran durante el fin de semana, para volver el lunes al tajo con resaca y la oportuna laguna en la memoria que los libra de la mala conciencia. Por eso lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

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