Bret Easton Ellis El regreso del ‘chico malo’ de la literatura «Mi agente me ordenó que dejara de hacer el capullo y concediera esta puñetera entrevista»

Trece años después de su última novela, el novelista estadounidense, y el mayor exponente de la generación X, regresa con una historia de sexo, obsesión y rabia asesina que, al igual que su polémica American psycho, no dejará indiferente a nadie. Tampoco esta entrevista.
Viernes, 03 de Febrero 2023
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Estoy junto con Bret Easton Ellis en el balcón de su apartamento de Hollywood, situado en la undécima planta del edificio. El sol pega con fuerza y las aguas del Pacífico refulgen a lo lejos. Comento que nadie oiría a una persona gritar en este lugar, en referencia a un párrafo de su nueva novela, Los destrozos, donde un personaje pide ayuda a voces desde el balcón mientras el protagonista –que se llama Bret, ¡nada menos!– empuña un cuchillo.
«No sería la primera vez que alguien grita en este balcón sin que nadie venga a socorrerlo», responde con voz siniestra.
Trece años después de su última novela, Suites imperiales, el 'niño malo' de las letras estadounidenses vuelve a las librerías. Esta vez, su protagonista es un enloquecido asesino que se mueve entre chicos guapitos que pasan el día dándole al sexo y a las drogas. La novela combina sus dos temas preferidos: los psicópatas y los niñatos. Aunque es un libro estupendo, que se lee de un tirón, Ellis tiene dudas de su éxito comercial: «¿Quién va a leer un novelón de 608 páginas narrado por un gay medio loco?». Aunque eso tampoco parece importarle mucho. De hecho, Bret Easton Ellis es la pesadilla de los editores y los agentes literarios. Nada más publicar la obra, se negó a conceder entrevistas. «Pero mi agente me llamó y me ordenó que dejara de hacer el capullo y concediera la puñetera entrevista».
Y aquí estamos. En su balcón. Y Ellis con resaca. Cada noche, a las siete y media, se prepara un martini en vaso grande. Dos vasos, a veces. Pero la víspera quebrantó la norma y se bebió tres. «Los martinis son como unos pechos de mujer: uno se queda corto y tres son demasiados», comenta.
«La gente sigue haciendo lo posible por cancelarme. Que lo hagan. Tal como está todo, eso habla bien de mí»
Ellis tiene 58 años. Han pasado casi 40 desde que publicara su primera novela, Menos que cero, donde retrataba a un grupo de jóvenes californianos sin alma y con incontable dinero para gastar. Publicado cuando tenía 21 años, el libro convirtió a Ellis en el nuevo niño prodigio hasta que, en 1991, cambiaron las cosas. Ese año sacó American psycho, su asombrosa tercera novela, protagonizada por un supuesto banquero de Wall Street, el malvado Patrick Bateman, que actuaba como asesino en serie con gusto por la mutilación, la necrofilia y el canibalismo. La editorial norteamericana que compró los derechos –Simon & Schuster– se echó atrás y Random House entró en escena. Con el libro en las estanterías, a Ellis le llovieron las amenazas de muerte y los críticos hicieron lo posible por cancelarlo antes de que existiera la llamada 'cultura de la cancelación'. En el New York Times, el escritor y periodista Roger Rosenblatt se preguntaba: «¿Vamos a permitir que Bret Easton Ellis triunfe con esta asquerosidad?».
A él, nada de aquello parece afectarle. Incluso lo enorgullece. «Fui el escritor de mi generación con peores críticas. Ninguno fue objeto de tanta saña. Cuando eres tan atacado en la juventud, terminas por desarrollar todo un señor caparazón».
El protagonista de su nueva novela es Bret, un tipo aparentemente popular –aunque solitario y paranoico en el fondo– que termina por pensar que un nuevo alumno de su colegio en Los Ángeles, Buckley (centro en el que estudió el propio autor), es un asesino en serie. «Básicamente, mis libros tratan sobre mí. Son un exorcismo. La escritura siempre ha sido una forma de liberarme del dolor. Si me siento confuso, si hay algo que no logro superar, la escritura es la válvula de escape que me empuja a seguir adelante». De hecho, Los destrozos saca a la luz tantos fantasmas de su juventud que cuando empezó a escribirla, hace 16 años, «sufrí un acceso de pánico tan grave que tuvieron que despacharme a urgencias en mitad de la noche». Fue en 2020, atrapado en casa por el confinamiento, cuando acabó de escribirla.

A medida que se desarrolla la conversación, el escritor va quitándose la máscara de cascarrabias. De hecho, es una persona cálida, con sentido del humor: «Usted pregúnteme lo que quiera», invita. Bueno, vale. Eh, ¿en algún momento quiso convertirse en asesino en serie? «Nunca en la vida he fantaseado con la violencia –responde impertérrito–. Nunca me he metido en broncas o peleas».
A pesar de esta autoafirmación tan pacifista, Ellis es casi tan conocido por sus escandalosos tuits como por sus novelas. Una vez afirmó que la directora Kathryn Bigelow había ganado el Oscar por En tierra hostil porque «es una tía que está muy buena». Otra vez escribió que Breaking bad era la serie más sobrevalorada en la historia, «y mira que me entran ganas de follarme a ese chaval que sufre parálisis cerebral», apuntó. Y, cuando murió el escritor J. D. Salinger, escribió: «¡¡¡Por fin!!! Gracias a Dios que la ha palmado de una vez. Llevaba toda la puta vida esperándolo. ¡¡¡Esta noche, fiesta!!!».
El cabrón de Twitter, el misógino, el narcisista...
Ellis disfruta como un enano con estas polémicas. De hecho, su fama de «príncipe de la oscuridad»–en sus propias palabras– es un disfraz. «Una fama que yo mismo he creado escribiendo esos libros y esos mensajes. El cabrón que publica en Twitter, el tipo chungo que escribió American psycho, el misógino, el narcisista... La gente dice todo tipo de cosas sobre mí, y nunca me he molestado en corregirlos. Pero yo, más bien, diría que soy un fulano del sur de California como tantos; un niño grande de 58, un poco desastre, que va a lo suyo, pero que no tiene ese mal genio que dicen».
–¿Mantiene todo lo que ha escrito en sus tuits?
«No creo haber dicho una sola cosa de la que no estuviera convencido. Nunca he borrado algo. La gente sigue fijándose en tuits que envié hace diez años y haciendo lo posible por cancelarme».
–¿Le preocupa que le cancelen?
«Por mí, perfecto. Que me cancelen. Tengo mis años y dinero en el banco. Tal y como está nuestra sociedad, que te cancelen habla bien de ti».
Hijo de un promotor inmobiliario, el escritor se crio en Los Ángeles y disfrutó de incontables «oportunidades y libertades». Sin embargo, su niñez se vio empañada por las constantes discusiones de sus progenitores y los excesos de su padre con la bebida. «Era un matrimonio muy infeliz. Con alcoholismo de por medio y los arrebatos de ira de mi padre. En paralelo, yo empezaba a dar señales de homosexualidad (cosa que disgustaba a su padre). La situación a veces era de pesadilla».

A pesar de todo, Ellis se alegra de haber crecido en la época que le tocó vivir. «Era una sociedad libre, abierta a toda clase de expresión y de blasfemia. Las universidades ahora son unos lugares horribles, marcados por las normas y las prohibiciones. Debes andarte con pies de plomo. Esa falta de libertad... Hay una autoridad que no cesa de vigilarte, que juzga cómo puedes expresarte. Horripilante. En comparación, la libertad de nuestra época era inmensa».
Tras la publicación de Menos que cero, Ellis se mudó a Nueva York, donde cimentó su fama de amante de las fiestas locas. «Esa década fue la bomba. Vivir allí entonces era fantástico. Todo convergía: el mundo musical, el de la moda... El sector editorial rebosaba glamour. Y el mundo de las revistas era la repera». Sus fiestas se hicieron célebres. «Me pasaba el día planificando cómo iba a ser la siguiente: la música, la comida, las ropas de los camareros... A veces, me iba de casa en mitad del fiestón y me sumaba a otro vete a saber dónde. La primera juerga solo era preparatoria. Nunca he tomado tantas drogas como entonces. Ahora me cuesta creerlo, pero estaba convencido de que aquello era divertidísimo. Hasta que dejó de serlo...».
Lo cierto es que, a pesar de las apariencias, Ellis nunca llegó a descontrolarse del todo. «Me andaba con ojo porque me gusta escribir. Era mucho mejor que meterse rayas de 'coca'. ¿Que si consumía mucha cocaína? Ya lo creo. Es sorprendente que no acabara en una clínica de desintoxicación, pero no tenía un problema de verdad. Si estás metido en una novela, si te has propuesto acabarla, tienes una amiga. Una amiga más seductora que un amante».
Aunque Ellis afirma que se la «resbala» lo que opinen los demás sobre sus novelas, se reconoce muy sensible en sus relaciones amorosas. «Me hicieron sufrir mucho. Llevo muy mal el rechazo. No entiendo que mi pareja llegue a sentirse menospreciada e invisible por la simple razón de que sea famoso. La fama es puro barniz». Con estas palabras, Ellis recuerda a su primer novio de verdad: «Un abogado mayor con quien comencé a salir en Nueva York durante los ochenta. Estaba resentido. Decía que a mi lado era un don nadie, un cero a la izquierda, mientras que yo era el centro de atención. Absurdo. A mí no me elogiaba nadie ni me daban premios, nadie me decía lo guapo que era. Mi fama era, más bien, una lista interminable de críticas y reseñas negativas que hacían que me sintiera empujado a los márgenes del sistema solar de la literatura».
Tras romper con el abogado, se embarcó en una relación con un escultor, que seis años después murió de forma repentina por aneurisma de aorta. «Y la fiesta se acabó para mí», dice Ellis. Se instaló en Los Ángeles, donde unos años más tarde conoció a Schultz, su actual pareja, un músico millennial que el escritor encuadra en la 'generación nenaza'. «Yo estaba buscando a un médico o abogado, alguien con la vida resuelta, de mi edad o mayor, que pudiera cuidar de mí. Pero nos conocimos y me dije que la cosa podía ser divertida un par de semanas. Con el tiempo nos sentíamos cada vez más a gusto juntos».
Entrar en la decrepitud
Ellis ha escrito sobre su pareja de forma descarnada en Twitter, sin esconder nada, tampoco su drogadicción. ¿A Schultz no le molesta ser utilizado como material creativo? «No le queda más remedio. Es un hombre con sentido del humor. Schultz ha pasado por un par de años difíciles. Tuvo problemas con la droga y más de un episodio psicótico. Una situación más que estresante, hasta que obtuvo ayuda».
«Los martinis son como los pechos de una mujer: uno se queda corto, tres son demasiados»
Schultz estuvo siguiendo un tratamiento de desintoxicación durante tres meses. Ahora lleva una vida estable. «Le cayó un empleo muy bueno nada más salir de la desintoxicación. Ventas telefónicas, con unas comisiones muy jugosas. Pero el amigo es un millennial típico. Los de su generación se rinden a las primeras de cambio. De manera que no fue capaz de conservar el trabajo. Ahora se dedica a la música otra vez y escribe guiones. Qué le vamos a hacer». El escritor incluso bromea con que su pareja lo abandone. «Estoy entrando en la decrepitud y no ceso de decirle que vaya buscándose una alternativa. O se encontrará con que tengo 70 años y que tiene que limpiarme las babas».
Ellis ya no tiene ganas de continuar siendo «un figurón exhibicionista en las redes sociales», que se mete en todos los avisperos, pero no hace falta pincharlo mucho para que dé rienda suelta a sus opiniones.
–¿Qué piensa de la actual insistencia en que los pronombres personales respondan a la corrección política? «Es absurdo hasta decir basta. Es de risa. En mi editorial están obligados a seguir estas normas. Y otro tanto pasa en la agencia que me representa. Tan solo me queda reírme. ¡Los pronombres personales! ¿Tenemos que luchar por una cosa así? ¿En serio?».
«Si un fulano dice que es gatito, perfecto. Pero que no nos exija que lo tratemos de minino. Resulta que, si no lo haces, eres transfóbico o enemigo de lo gatuno...»
Tampoco cree que debamos aceptar a las personas tal y como se definan. «Si un fulano quiere identificarse como gatito, por mí perfecto, pero que no me pida que yo lo acepte como tal. Sea usted un gato, oiga. Sea usted un perro. Si es usted un chico y considera que es una chica, sea usted una chica. No tengo problema en aceptarlo. Pero no nos exija que lo tratemos de minino o de felino. Pero resulta que, si no lo haces, eres un transfóbico enemigo de lo gatuno, una persona deleznable. Yo lo veo como una muestra de autoritarismo. A mí no me educaron así. Todo esto no tiene nada que ver con la libertad. Allí donde mires no ves más que despropósitos. Mire lo que pasó con la Women's March (un grupo de acción feminista). Se suponía que era un proyecto a largo plazo, pero a los dos años se dividió por las luchas intestinas. Por no hablar del movimiento Black Lives Matter y los escándalos en su seno».
Ríe con desdén y añade: «¿Se acuerda de cuando todos teníamos que poner una caja negra en el hilo de Twitter después de la muerte de George Floyd? Si no lo hacías, te despedían del trabajo. ¡Por favor!».
Para rematar la charla, me cuenta que, de no haber sido escritor, le habría gustado ser estrella porno. Me lo tomo como una gansada, pero Ellis insiste: «El porno me interesa, y no solo para quedarme a gusto mirándolo. Me interesa cómo lo graban. Sigo las publicaciones y portales de pornografía, todos los chismorreos sobre las estrellas del género, cuánto le han pagado a fulano por la escena del culito. Es un mundo que me fascina».
© The Sunday Times Magazine
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