Es una de las últimas estrellas de la era dorada de Hollywood. Y a los 89 años no para de trabajar. Publicó hace un año unos corrosivos diarios donde habla de Sinatra, Sophia Loren y hasta de Trump. No deja títere con cabeza. No menos provocadora se muestra en el reciente documental “La leyenda de Joan Collins”, ni en esta entrevista en su casa de Londres. «No soportaría estar casada con alguien de mi edad».
Sábado, 30 de Octubre 2021
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Joan Collins, hoy, está de mal humor. Me doy cuenta de que algo no marcha bien nada más verla aparecer en el salón de su casa, barrocamente decorado. Se deja caer en el sofá de terciopelo y ni se quita las gafas de sol. «¿Cómo está?», pregunto. «Muy estresada», responde. Mañana se va de vacaciones a Mallorca y nuestra entrevista le está robando tiempo para hacer el equipaje. ¿Quién es el responsable de este desastre?, se pregunta en voz alta. ¿Su representante? ¿El relaciones públicas de la editorial? Mira alrededor tratando de dar con un culpable, aunque todos saben que su disgusto no tiene nada que ver con esta entrevista, sino con que un periódico británico acaba de publicar que tuvo una aventura con un parlamentario conservador. «Es mentira, de pies a cabeza», sentencia.
"Preguntarme si debo tomarme un descanso es una puta impertinencia. Ni se le ocurra venirme con planes de jubilación"
Pero Collins es una profesional y, cuando clava los ojos en mí, me dedica una sonrisa que es puro Hollywood. Se quita las gafas de sol y sus famosos ojos verdes relucen mientras dice: «Yo siempre estoy contenta, vivo la vida con felicidad».
La actriz acaba de publicar My unapologetic diaries ('Mis diarios, sin disculpas'). Durante 15 años, desde el final de Dinastía, la actriz llevó un diario oral a través de un dictáfono. Lo ha transcrito y el resultado es un libro lleno de chismorreos hollywoodienses y comentarios cáusticos.
Desde los 9 años sobre el escenario
Hija de un agente de teatro y una profesora de baile, Joan debutó con 9 años en los escenarios londinenses. A los veintipocos la contrató la 20th Century Fox y se fue a Los Ángeles. Apareció en películas como Tierra de faraones (1955), fue compañera de reparto de Richard Burton y de Paul Newman. Se embarcó en aventuras con el joven Warren Beatty y con Harry Belafonte, casado por entonces y al que recuerda como «fascinante».
Collins es una de las últimas estrellas de la época dorada de Hollywood. Su libro está salpimentado de referencias a Jack Lemmon («adorable»), Gregory Peck («soso pero adorable») o Tony Curtis («pletórico de vitalidad»). Y desfilan famosos de todo tipo: Donald Trump («un estúpido y un patán»), Jennifer Anniston («en la vida he visto unos brazos tan delgados»)... El libro divierte por su descaro y ausencia de modestia. Una noche sale a ver 101 dálmatas. «¡Por Dios! Es una mierda», dictamina. «No quiero parecer amargada, pero Glenn Close está horrorosa en el papel de Cruella. Me moría de ganas de obtener este papel y hubiera hecho todo para conseguirlo (casi todo, quiero decir). Pero Glenn Close lo interpreta sin el menor humor».
Pregunto si al revisar estas corrosivas entradas del diario ha sentido nostalgia de su juventud. «Yo no vivo sumida en la nostalgia. Vivo el presente», contesta. Londres siempre le gustó más que Los Ángeles, una ciudad que encontraba peligrosa. Entre otras cosas, por los productores de manos largas, que por entonces hacían de las suyas sin problemas. En su momento, Collins explicó que el magnate de la producción Darryl F. Zanuck –cuyo escritorio estaba decorado con una estatuilla de su propio pene en oro macizo– la persiguió sin descanso. La británica explica que rechazó todas sus acometidas, «lo que me costó unos cuantos papeles». Entre ellos, el de Cleopatra, que al final fue a parar a su amiga y rival Elizabeth Taylor. Su mejor defensa contra los peces gordos lujuriosos era un buen rodillazo en la entrepierna. «Me sentía una de las primeras feministas. Yo creía que tenía derecho a vivir mi vida con tanta libertad como un hombre», dice ahora.
Su primer marido la violó a los 17 años tras drogarla. Collins dice que se casó con él porque se sentía obligada "ahora que nos habíamos acostado"
Para ella, la auténtica era dorada de Hollywood tuvo lugar de los años treinta a los cincuenta, la época de Clark Gable, Marlene Dietrich, Hedy Lamarr y Rita Hayworth. Collins tan solo llegó a conocer las postrimerías de este periodo. «Todas esas personas se fueron. Supongo que la gente asocia mi nombre a esa era dorada porque quedan muy pocos actores vivos que estuvieran haciendo cine en los cincuenta. Clint Eastwood, Shirley MacLaine... ¿Quién más hay?».
Lo que me lleva a entrar en terreno peligroso. Collins ha cumplido este año los 88 y me atrevo a preguntarle: ¿nota el peso de los años?
La pregunta no le gusta. Según ella, su médico dice que parece una mujer de 60 años y no de «eh, equis años», negándose a pronunciar la cifra fatídica. «Dice que tengo una constitución increíble. Nunca me pongo enferma».
¿Y no tiene ganas de tomarse un bien merecido descanso?, pregunto.
Acabo de traspasar una línea roja. «Esto que acaba de preguntarme es una puta impertinencia –espeta–. No me haga más preguntas de este tipo. Ni se le ocurra venirme con planes de jubilación. Mucha gente tiene un concepto erróneo de las personas mayores, un concepto que no se corresponde con la realidad de hoy. La gente hoy vive más años y tiene mejor salud. La mujer de Henry Mancini (la cantante Ginny O'Connor) tiene 95 años y todas las semanas sale a la discoteca a bailar».
Collins está metida en otro proyecto más: una serie biográfica de televisión cuyo título es Joan and Jackie. Es la historia de nuestra entrevistada y su hermana Jackie, una escritora de ficción romántica de gran éxito. Jackie murió hace seis años y Joan sigue echándola de menos. «Es muy triste. Durante los dos años posteriores a su fallecimiento, cada dos por tres estaba pensando cosas como 'tengo que contarle a Jackie esto que me ha pasado'. Y entonces caía en la cuenta de que estaba muerta. Es verdad que a principios de los ochenta tuvimos nuestros más y nuestros menos. Pero fue porque Jackie no podía ni ver al que entonces era mi marido. La verdad es que yo tampoco lo soportaba».
Collins hoy va por su quinto esposo, Percy Gibson, un productor cinematográfico 30 años menor que ella. Cierta vez un periodista le preguntó por la diferencia de edad, y la respuesta de Joan hizo época: «Si se muere, pues se muere y ya está».
La vida sentimental de Joan Collins ha sido más que accidentada. Su primer marido fue Maxwell Reed, un actor norirlandés que la violó y la desvirgó a los 17 años después de haberle puesto una droga en la bebida. En su autobiografía, Passion for life, Collins describe esta experiencia como «asquerosa» y «degradante». Y agregaba que acabó casándose con él porque se sentía obligada «ahora que nos habíamos acostado». El matrimonio duró poco, y Joan más tarde se casó con el actor y compositor Anthony Newley, con quien tuvo dos hijos: Tara y Sacha.
Más tarde se unió a Ron Kass, antiguo representante de los Beatles, con quien tuvo a su hija Katy. Y durante unos años estuvo con Peter Holm, un cantante y playboy que resultó ser tan desagradable que Joan durante años se abstuvo de mencionar su nombre, refiriéndose a él simplemente como «el sueco ese». Y por fin conoció a Gibson, quien «sin ningún género de dudas» es el mejor de todos con los que ha estado. «No puedo imaginarme vivir sin él a mi lado –subraya–. Es el puntal de nuestra familia entera. Gracias a Dios que me casé con un hombre 30 años menor. No soportaría estar casada con uno de mi edad».
Un matrimonio perfecto... que se vio puesto a prueba durante el claustrofóbico confinamiento. «Me entró miedo –reconoce–. Higienizábamos los periódicos antes de leerlos. Percy hacía la compra y luego higienizábamos cada cosa una a una». De vez en cuando salían al balcón para charlar unos minutos con algún amigo que pasaba por la calle. Pero hoy acaban de inyectarle la tercera vacuna de refuerzo y hace lo posible por regresar a la normalidad.
Su mejor defensa contra los productores lujuriosos era "un buen rodillazo en la entrepierna. Me sentía una de las primeras feministas"
A todo esto, Joan Collins no está muy contenta con el aire apesadumbrado que se respira en Gran Bretaña. «Todos queremos pasarlo bien otra vez, y eso no tiene nada de malo. Todos nos lo merecemos. Por algo somos humanos, ¿no? –incide–. Sí, claro que hay problemas. Los precios de las cosas no hacen más que subir, hay escasez de camioneros en el país, corremos el riesgo de estar sin calefacción durante el invierno, pero de nada sirve quedarse sentados lloriqueando. Yo digo que la vida es una fiesta, pero hay mucho infeliz que parece disfrutar al pasar hambre».
Joan Collins es columnista en una revista vinculada al partido conservador y una representante del viejo Hollywood, así que no sorprende que se reconozca «contraria» a la corrección política y cercana al partido de Boris Johnson. Por ejemplo, está que trina con los manifestantes ecologistas que bloquean las autopistas. «Esa gente no tiene ni idea de cómo viven los trabajadores de verdad. Dan risa. Y es una vergüenza que la Policía los deje campar a su aire».
"La gente no se atreve a decir lo que piensa"
Collins quizá se ha vuelto un tanto reaccionaria en la vejez, pero no está desconectada del mundo. Sigue las disputas políticas y lee la prensa con atención. Eso sí, hace lo posible por mantenerse alejada de las redes sociales por la cultura de la cancelación. «No quiero tener nada que ver, nada absolutamente, con toda esa banda de retrasados». Sospecho que por lo mismo se abstiene de dar su opinión sobre Harry y Megan, limitándose a decir con frialdad que «bastante tenemos con ver sus caras en la prensa día sí, día también».
En su opinión, en el Reino Unido hoy nadie se atreve a hablar con libertad. «La gente no dice lo que piensa por miedo a ser señalada, a ser cancelada. Me parece vergonzoso desenterrar lo que alguien dijo hace 15 años con el fin de perjudicarlo». También «me pone negra la forma en que todos se meten con Churchill, el hombre que nos salvó de los nazis. Yo por entonces era una niña y no me daba cuenta, pero estuvieron a punto de invadirnos. De no ser por Churchill, hoy todos andaríamos marcando el paso con una esvástica en la manga de la camisa».
Hablar del pasado con Joan Collins viene a ser como almorzar en el Ritz con Roger Moore o descorchar una botella de Bollinger con Frank Sinatra en el Ciro's, todo ello junto y revuelto. El suyo es un mundo que no puedes habitar, en el que seguramente no querrías vivir, pero... A medida que se atenúa el brillo del glamour del siglo veinte, me alegro de que Collins siga entre nosotros, enseñándonos que la vida puede ser luminosa.
@ The Sunday Times Magazine
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