Ludivina Gutiérrez: «Los mayores necesitamos que nos escuchen»
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Tras una mala caída, en la que se fracturó las dos clavículas, esta usuaria de 'La Columbeta' no se mueve de su pueblo, Cabárceno, donde sigue haciendo su rehabilitaciónLudivina Gutiérrez (Llerana de Saro, 1941) vive en una casa con huerto con vistas al Parque de la Naturaleza de Cabárceno. Cada semana acudía a la asociación 'La Columbeta', entre cuyos objetivos está que las personas mayores que viven en las zonas rurales no se tengan que ir de sus casas, gracias al programa de la Fundación 'la Caixa', 'Mi casa, mi espacio. Asistente personal como servicio de proximidad para personas mayores y/o personas dependientes del medio rural de Cantabria'. Pero hace un año y medio tuvo una mala caída y se rompió las dos clavículas. Para poder seguir viviendo en su hogar, su hijo Román y su nuera se mudaron a vivir con ella y su marido. Semanalmente recibe la visita de Lucía González, miembro de 'La Columbeta', que le ayuda en su rehabilitación física y a ejercitar la memoria.
–Vivir en un pueblo tiene muchas ventajas, pero también inconvenientes. Cuando tuvo el accidente, y antes de que llegara su hijo y su nuera, ¿se planteó en algún momento que tenía que cambiar su vida e irse a vivir a otro sitio?
–No, porque sabía que siempre tendría a mi marido y a mi hijo para que me ayudaran. Además, en cuanto salí del hospital, mi hijo y su mujer se mudaron a mi casa. ¿Y a dónde iba a ir, a un piso, donde viven ellos? No me gustan los ascensores. Ellos viven en un segundo y las pocas veces que he ido a su casa, subo andando. En la situación en la que estoy, sería impensable. Aquí tengo mi jardín y mi huerto y sitio de sobra para salir a pasear.
–¿Qué atención recibe de la asociación 'La Columbeta' y del servicio 'En mi casa', que financia la Fundación 'la Caixa'?
–Lucía viene dos veces a la semana a casa. Me acompaña mientras hago los ejercicios de rehabilitación. También hacemos ejercicios de memoria, como crucigramas, que me gustan mucho. Y charlamos mucho. Pasamos buenos ratos. También me ofrecieron el servicio de transporte, pero como mi hijo tiene coche, es él quien me lleva y me trae cuando tengo que ir al médico.
–Si no estuviera esta ayuda, ¿su vida sería más complicada?
–Sin mi hijo no sé cómo me las arreglaría. Mi marido también ayuda, pero ya tiene su edad. Mi hijo es el que se encarga de bañarme. También hace la comida. ¡No sabes cómo cocina! Antes me encargaba yo, pero por obligación. Ahora casi no sé ni lo que hay en la nevera. Los primeros meses tampoco era capaz de vestirme sola y precisaba del apoyo de los tres. Sin ellos, sería imposible manejarme, hubiera tenido que contratar a alguien. Las visitas de Lucía también hacen mucho, me hace bastante compañía. Pero soy consciente de que mi hijo se tendrá que ir algún día.
–Antes de la pandemia, acudía a la asociación 'La Columbeta', ¿qué actividades hacía?
–Hacía gimnasia de mantenimiento. ¡No veas cómo subía los brazos! ¡Madre mía! Y pensar que ahora, con el derecho, como mucho, me da para peinarme. Y con el izquierdo, no consigo pasar de los ojos. Tenía admiradas a mis compañeras, de cómo me movía. Además hacíamos juegos de memoria (como los que sigo haciendo en casa cuando Lucía viene a verme). Jugábamos a las cartas, a las brisca, y al dominó. Las manualidades eran muy entretenidas. Pero lo cierto es que cada vez me costaba más ir. Los traslados se me hacían muy pesados. Ya no tengo los huesos como antes y ya me empezaba a dar miedo caerme, pero hice buenas amigas. Conozco la asociación desde hace casi 20 años, desde que me jubilé y dejé de cuidar y ordeñar las vacas que teníamos.
–¿Cómo se las arreglaron durante la pandemia?
–Cuando todo se empezó a poner feo, tuve que dejar la rehabilitación y me mandaron unos ejercicios para hacer en casa. Lo malo es que soy muy vaga (risas), pero el médico siempre ha estado pendiente de mí y me ha estado llamando por teléfono. Me dieron unas gomas y un palo y mi hijo me compró una pelota de goma para que la apretara con las manos. Pero en cuanto me duele, lo dejo. Tan mal no lo he debido de hacer, porque aquí estoy y ya puedo hacer muchas cosas por mi misma.
–¿Siente que la vida en un pueblo, a medida que se van cumpliendo años, se complica?
–La verdad es que yo no lo siento así. Tengo al equipo de 'La Columbeta' y a un médico extraordinario en Penagos, Fernando, y a su enfermera, que están muy pendientes de mi. Estoy aquí mil veces mejor que en la ciudad. La única ventaja que veo es que en Santander está Valdecilla.
–¿Qué es lo que más echa de menos?
–Sobre todo, encontrarme bien. Que no me duela nada. Y dormir. Se me pasan las horas de la noche con los ojos abiertos, muchas noches, pero bueno, no voy a quejarme. También a mis amigas. Muchas se han muerto en los dos últimos años. En la asociación charlaba mucho con ellas.
–¿Cree que la sociedad presta la suficiente atención a las personas mayores?
–Los mayores necesitamos que nos escuchen. Parece que ya no tenemos nada importante que decir. Pero también me gusta escuchar. Hablar con gente de la que pueda aprender cosas nuevas es fantástico. A veces pienso que hay personas que creen que a cierta edad ya está todo aprendido. Y no es así. Si vieras cómo disfruto con el programa de la tele 'Cifras y letras'... Y por otro lado, hay gente estupenda, como me lo han demostrado en Valdecilla. ¡Menudas enfermeras! Ellas se preocupan mucho por las personas mayores. Y también doy gracias porque haya gente joven atenta con nosotros como Lucía.
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Mariana Cores
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