
El doloroso relato de un parricidio
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Rafael Larios queda a la espera de conocer su pena de prisión después de que el jurado le declarase culpable del brutal asesinato de su madre en su piso de SantanderAbel Verano
Santander
Domingo, 29 de enero 2023, 07:39
Matar a tu propia madre, esa persona que te ha dado la vida, es uno de los actos más inconcebibles y despreciables que un ser humano puede cometer. Por eso, cuando alguien lleva a cabo esta terrible acción lo normal es que el resto de la sociedad piense que esa persona tiene un problema mental. Y eso fue lo primero que se le pasó por la cabeza a la fiscal Carolina Santos cuando se hizo cargo del caso del parricida Rafael Larios, al que un jurado popular declaró culpable este viernes, por unanimidad, del asesinato de su madre Pilar Moreu, una enfermera jubilada, de 79 años, que estaba entregada a diversas causas solidarias, y con la que residía (además de con su hermano), en el número 6 de la calle Calvo Sotelo (Santander). «Cuando me contaron lo que había ocurrido, lo que se había encontrado la Policía y el estado en el que estaba el acusado, pensé lo mismo que los testigos: hacer algo así, con esta violencia, y a tu propia madre, es propio de un enajenado».
La forense que acudió al lugar de los hechos y se encontró a Rafael tapado con una sábana, con la cara ensangrentada, «confuso y perplejo», también pensó lo mismo. Para descartar que el agresor hubiese sufrido un brote psicótico acordó enviarlo a Urgencias de Valdecilla para su valoración, y ante el riesgo de un posible suicidio, circunstancia que se ha producido en otros casos similares.
Ese primer examen, que para la fiscal es «esclarecedor», reveló que Rafael estaba «consciente y orientado en las tres esferas: espacio, tiempo y persona; tranquilo, abordable, con discurso coherente y estructurado». Asimismo, «no presentaba alteraciones en su percepción, ni contenidos del pensamiento delirante»; el juicio de realidad estaba «conservado» y «no presentaba una psicopatología aguda», por lo que no requirió ingreso hospitalario. Además, los psiquiatras certificaron que estaba tomando su medicación para el trastorno de bipolaridad que padece, como confirmaron los análisis de orina.
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Como colofón a ese examen médico, Rafael manifestó a los sanitarios que tuvo «un impulso» porque su madre le hizo un gesto que interpretó como un» juicio negativo» hacia él y entonces la «agredió». Fue un adelanto de lo que un día y medio después declararía ante la juez encargada de la instrucción del caso, a la que ofreció, como a las forenses que acordaron después su imputabilidad, todo tipo de detalles sobre el crimen. «Dijo que durante la agresión pensó: 'La mato o no la mato'».
Con el «frío» testimonio del acusado y la autopsia de la víctima, la fiscal, que cambió su impresión inicial, hizo una reconstrucción de la brutal agresión, que ha quedado probada para el jurado: «Rafael entró en la habitación de su madre, donde se inició una discusión y decidió acabar con la vida de ella. La empujó con gran agresividad al suelo y, al intentar frenar la caída, la mujer se fracturó los dos brazos por la importante osteoporosis que padecía. Quedó tumbada boca abajo y él se puso sobre su espalda. La fracturó todas las costillas por aplastamiento, además del esternón y la clavícula, y la golpeó con gran violencia, de forma reiterada con una televisión y un router. Además, la propinó siete mordiscos en la espalda y otro en la oreja derecha, arrancándole un parte (que no ha aparecido)». Pilar falleció por una insuficiencia respiratoria.
Cuando compareció en el juicio, Rafael cambió su versión de los hechos (los acusados no están obligados a decir la verdad), y dijo que no recordaba nada de la agresión. Solo hizo mención a lo que ocurrió después del crimen. «Rompí los cristales de la ventana de la cocina porque estaba oscuro y quería ver la luz y me quité la ropa porque me sentía sucio, por todo... No sabía lo que había ocurrido».
Su hermano, con el que también convivía y que ha ejercido la acusación particular en este caso, tenía «el presentimiento de que (Rafael) podía matar a mi madre» e incluso creía que «podía matarme a mí también» por la «tensa» relación que mantenían desde hace años. «Todo eran problemas y discusiones por el dinero, por las tareas de la casa, porque no trabajaba y pedía dinero a mi madre... Todo lo hacía conscientemente porque no quería hacer nada y que los demás estuviésemos de sirvientes». Dos días antes del crimen, cuenta que vio «raro» a su hermano Rafael y que le mandó un mensaje a su madre para que tuviese cuidado, «pero al día siguiente estaba mejor». «Si sale mañana de la cárcel puede venir a por mí», advirtió al tribunal.
Su hermana, que hizo mención a una infancia traumática, también cree que puede estar en peligro si Rafael quede en libertad, por lo que ha solicitado una orden de alejamiento, pese a que vive fuera de Cantabria. «Tiene tendencia a la mentira compulsiva, tiene un problema mental importante e infradiagnosticado, pero no sé hasta qué punto sabía lo que hacía».
Más claro lo han tenido las dos forenses que valoraron a Rafael, al que han detectado, además de un trastorno mixto de personalidad, «rasgos psicopáticos». «Era consciente de lo que hacía, tenía conciencia y juicio de la realidad y no estaba afectada su capacidad volitiva (capacidad de decidir y ordenar la propia conducta). Además, no tiene ningún arrepentimiento posterior. Sabía y asumía lo que había hecho y que podía tener un castigo por ello».
Para la fiscal el móvil del crimen es «el odio y rencor» que Rafael, que queda a la espera de una condena que oscilará entre los 22 años y medio y 25 de cárcel, tenía «hacia su familia». «Nunca vamos a entender por qué odiaba así a su familia y jamás va a tener remordimientos porque el trastorno que padece se lo impide».
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