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¿Quién es? ¿Por qué hace fotos? No se puede, es peligroso». Cabría esperar que las preguntas proviniesen de un miembro de alguno de los cuerpos de seguridad de Ucrania, pero en realidad quien reclama la información con indignación es una mujer rubia que frisa los cincuenta y viste un mandil frente al puesto que regenta en el mercado callejero de Mukáchevo, capital del óblast de Transcarpatia. Hasta que Slava, el traductor, no le explica la situación y le muestro el carné de prensa no se queda tranquila. Entonces su actitud cambia por completo y sonríe agradecida. «Cuenta bien lo que está pasando aquí, que lo sepa todo el mundo», dice antes de despedirnos. El incidente, aunque menor, refleja a la perfección el estado de ánimo que marca el día a día de los ciudadanos ucranianos incluso en esta región, una de las más alejadas de los frentes de combate.
El ambiente es tenso y la gente desconfía de todo lo que le parezca extraño, en especial las autoridades. Buena prueba de ello son los innumerables controles que realiza la policía en distintos puntos de la ciudad. Los puestos establecidos a base de grandes bloques de hormigón cubiertos de malla de camuflaje militar, preparados para alojar a destacamentos defensivos, se esparcen por esquinas y rotondas. Incluso el traductor, que depende de la Administración militar, prefiere no tenérselas que ver con la policía por lo que pueda pasar. Cada vez que le pido detenernos para fotografiar algún espacio sensible duda y, aunque casi siempre acaba cediendo, me pide que lo haga rápido y disimuladamente. Los casos de infiltrados rusos que con cualquier excusa recorren el país y filtran después información estratégica al enemigo son habituales y nadie se fía de nadie a menos que lo conozca. El miedo a un ataque aéreo es manifiesto y latente en todos los ciudadanos.
Recorremos el centro de la ciudad para tomarle el pulso a la pequeña y coqueta urbe cuyo origen se remonta al siglo IX. Por sus calles empedradas y llenas de baches circulan bastantes coches. Más allá de los puestos de control, en general la vida en sus calles discurre con aparente normalidad aunque, según dicen, en ellas hay menos gente de la habitual y muchos de ellos son refugiados. Atendiendo a las últimas cifras oficiales más de 5,7 millones de ciudadanos han abandonado el país, lo que equivale a más de 65 veces la población de Mukáchevo. Datos que revelan la magnitud del éxodo provocado por la invasión impulsada por Putin. La mera mención del presidente ruso provoca airadas reacciones en cualquier momento e interlocutor.
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Aunque inicialmente el recorrido iba a comenzar con una visita al castillo de Palanok, joya del patrimonio histórico de la ciudad, que domina desde lo alto de una colina, el permiso ha sido cancelado debido a la cercanía de una base militar. Así que nos centramos en el casco urbano, que recorremos observando la presencia de pequeños grupos de militares que se mezclan con señoras que regresan de hacer la compra, con madres que pasean con sus hijos y trabajadores que cargan mercancías hacia sus comercios. En los bares y cafés las conversaciones son animadas y bulliciosas. Músicos callejeros dan color al ambiente local, desde un joven que toca versiones de conocidas canciones de rock hasta un abuelo que, sentado en una caja a la entrada de un callejón, interpreta con su acordeón temas del folclore regional con sentida emoción.
Por momentos la situación marcial se olvida, pero las pruebas de que se trata de un país en guerra no tardan en manifestarse de nuevo. Un sonido sordo y confuso empieza a sonar a lo lejos y se incrementa rápidamente hasta hacerse ensordecedor. Al poco vemos pasar realizando un vuelo rasante sobre la ciudad a un imponente caza del ejército ucraniano. Esta vez no había sonado la alarma de turno, pero como para fiarse.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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