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Florencio González Unamuno, conocido como 'Cano' en Los Corrales. DM .
«Mi padre fue un hombre de valores»

«Mi padre fue un hombre de valores»

El homenaje ·

Florencio González Unamuno, fallecido por covid a los 93 años edad, construyó su vida a base de esfuerzo y sacrificio para sacar adelante su familia

Rafa Torre Poo

Santander

Domingo, 14 de marzo 2021, 07:56

«Si eres una persona honesta, humilde, educada y con conocimientos, puedes ir a cualquier parte», cuenta Fernando que siempre le decía su padre. «Era un hombre de valores», añade, mientras repasa su trayectoria vital. Florencio José María González Unamuno -su abuelo puso a todos sus hijos, incluida una hija, José María de segundo nombre- nació en Los Corrales de Buelna en 1927. Allí le conocían como Cano. Falleció el pasado 5 de febrero por culpa de del covid a los 93 años. Tuvo una vida intensa.

De familia emigrante, Florencio tuvo que seguir los mismos pasos obligado por la Guerra Civil y la victoria del dictador Franco. Florencio huyó a Francia con su mujer, Matilde Amalia, a la que llamaban Cutu, que había nacido en Argentina. Ambos eran primos, y en esa época estaba prohibido que se casaran en España. «Era un amor prohibido», reconoce Fernando, que debido a esta circunstancia se apellida González Calderón Unamuno Unamuno.

Le gusta recordarlo porque su padre siempre le dijo que descendía de la misma familia que Miguel de Unamuno, el escritor y filósofo vasco. Contrajeron matrimonio en Francia y después hicieron las maletas rumbo a Argentina. Tuvieron dos hijos: Julio -fallecido a los 45 años por un cáncer- y Fernando. Aunque no tenía estudios porque le obligaron a abandonar pronto el colegio de 'Los Hermanos', lo que es ahora La Salle, Florencio siempre fue hábil para adquirir conocimientos. En el país sudamericano trabajó en un club social, en el que hizo de todo, desde camarero hasta cocinero de asados. A la vez comenzó a trabajar en una empresa textil de un empresario alemán. Aprendió de cero el oficio de fontanero y acabó siendo el encargado de vapor de la factoría.

También hacía de mecánico fresador porque se le daban bien las matemáticas. «Un día el dueño le dijo en bromas: '¿Sabe usted que gana más que un ingeniero?' A lo que mi padre respondió: '¿Y usted sabe que yo vivo aquí?'», relata Fernando. Para poder sacar la familia adelante, durante muchos años sólo libró un día a la semana. Cuando juntó el capital suficiente regresó a Europa. Primero a Francia, donde trabajó en un aserradero, y en 1973, aún con el dictador vivo, a España. Entonces pudieron oficializar su matrimonio civil francés. Compraron un piso en Torrelavega y el dinero que habían ahorrado lo tuvieron que emplear en tratar a la madre de Matilde aquejada de un cáncer. «Mis padres pertenecieron a una generación que está extinta. Esa que trabajó a destajo una y otra vez para recuperarse de los palos que les dio la vida», afirma su hijo.

Florencio comenzó a trabajar en La General -la actual Bridgestone-, donde se jubiló. El tiempo libre lo ocupó en la familia y los amigos. De Argentina se trajo su afición a los asados, para los que se construyó su propia parrilla. También le gustaba pescar en el río y jugar al dominó en la Peña Gedío de Somahoz y después en la residencia. Ya de mayor se compró un coche nuevo. Antes había tenido otros, todos de segunda mano. «Lo buscó mi hermano en Barcelona y para allá nos fuimos en autobús. Quería darse ese capricho antes de que se le acabara la vida», cuenta Fernando.

«Perteneció a una generación ya extinta, esa que trabajó a destajo para recuperarse una y otra vez de los palos de la vida»

Hasta sus últimos días durmió con una foto en la mesita de su mejor amigo, fallecido por culpa de una peritonitis a los 20 años cuando él estaba en Argentina. «Mi padre nunca le olvidó», concluye Fernando.

Correo electrónico de contactoSi ha perdido a un ser querido y quiere contar su historia, puede escribir al correo: homenaje@eldiariomontanes.es

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