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Magdalyna Semenak levanta una ceja cuando nos ve aparecer por su oficina. Entre sus manos, y por toda su amplia mesa, se amontonan montones de folios perfectamente ordenados. Slava, el traductor, y yo llegamos preguntando por el director del hospital pero no se encuentra en el centro, así que presume, sin equivocarse, que le va a tocar a ella, como directora médica, responder el rosario de preguntas. De rostro serio pero afable, no tarda en demostrar su carácter tímido, tranquilo e inteligente. En su semblante se adivina también cierto aire de cansancio. No es difícil deducir que ella y el centro que codirige no atraviesan su mejor momento. Dicen que la primera víctima de la guerra es la verdad, pero en realidad «quienes más sufren son los niños», resalta apenada. Ella lo sabe bien. En el centro atienden a menores que llegan de todos los puntos del país, incluidos los que se hallan en algunos de los enclaves más afectados por el conflicto como Gostómel, Lugansk o Mariupol.
La invasión rusa «ha provocado muchos cambios en el trabajo del hospital», en especial en lo referente «al número de pacientes atendidos», explica. En la actualidad, el hospital atiende a más de 5.000 niños refugiados. «El gran número de pacientes que han llegado a Transcarpatia desde entonces ha supuesto un notable incremento de la demanda asistencial», traslada. En total, calcula, si normalmente el centro pediátrico «atiende a cerca de 4.000 niños de la región, la cifra supera ahora los 10.000, entre asistencia policlínica y ambulatoria».
Al preguntarle por los aspectos en que dicho cambio ha sido más notable sonríe de pronto, como aliviada: «Por suerte no hemos sufrido ninguna falta de medicamentos o material de asistencia, que era uno de nuestros grandes temores». Un hecho que se debe en gran medida «al apoyo del resto de Europa y de países aliados y sus envíos de material sanitario», entre los que la doctora destaca a España.
Semenak cambia de nuevo de expresión: «Lo que sí necesitamos es mucha más capacidad de asistencia psicológica para los niños». «Los que viven en zonas más seguras están muy asustados por las constantes alarmas, y para aquellos que han estado en zonas de guerra la situación es mucho peor». La doctora explica que «tener que refugiarse en los sótanos y sufrir los bombardeos les provoca traumas importantes, como ocurre con los que han estado en lugares como Bucha, Gostómel o Mariupol». A las afecciones psicológicas se suman también las físicas porque «muchos también llegan enfermos, con infecciones por las malas condiciones de salubridad o la falta de agua o alimentos».
En el hospital trabajan 780 personas, entre ellos 133 médicos y 333 del departamento de enfermería, explica Magdalyna Semenak. Pese a la dureza y complejidad de la situación, el colectivo «asume con normalidad la situación porque son profesionales preparados para este tipo de situaciones», destaca con un sutil y comedido deje de orgullo.
Cuestionada por las necesidades de otro tipo que sufra en la actualidad el centro, su directora señala que «las principales carencias se concentran en el área de Urgencias». Pese a la evolución de la situación bélica, concentrada ahora en el este y el sur del país, «los niveles de demanda siguen en máximos».
A título personal, como ciudadana ucraniana, Semenank reconoce que no sabe «que esperar del conflicto» pero reconoce estar «muy afligida por lo que están sufriendo» tanto ella como sus compatriotas. En ese sentido, la directora médico del hospital manifiesta el sentir de todos sus colegas de profesión, ninguno de los cuales «va a dejar Ucrania». «Vamos a trabajar duro para ayudar a la gente porque para esos somos médicos», expresa. Experta en Neonatología, antes de despedirnos, con exquisita amabilidad, nos cuenta que tiene amigos que trabajan en las 'zonas calientes' del conflicto con los que suele hablar a través de internet. Alguno de ellos ejercen en Mariupol, ciudad devastada por los ataques rusos y en la que «ya no tienen nada, porque todos los hospitales han sido destruidos». Debido a ello, muchos de los médicos de esa zona, como otros de Jersón o de Zaporiyia, han decidido colaborar en Transcarpatia y ahora trabajan mano a mano. Son, también ellos, quienes cuidan a sus conciudadanos, la esperanza del país.
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