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«¿Qué hace Hormaechea pegando tiros con los del frente polisario en el desierto de Mauritania?». El embajador de Marruecos -estupefacto- llamó a Cantabria para pedir explicaciones. No había motivo de alarma. El presidente se divertía disparando con un Kalashnikov a unas botellas en la ... arena africana.
La polémica y la extravagancia acompañaron siempre a este hiperbólico político a la hora de conducirse y gobernar, durante los veinte convulsos años que agitó Cantabria con una efervescencia sin rival. No resultaba indiferente. Generó pasiones inquebrantables, una lealtad electoral difícil de emular y, en paralelo, un rechazo de similar intensidad.
Fue un político impetuoso, visionario y temido. Como alcalde de Santander y presidente de Cantabria siempre pensaba en grande. Soñó con osos polares en el Cantábrico, con un semental canadiense que crease supervacas cántabras, elevó un Palacio de Festivales faraónico forrado de mármol y reprodujo su propio safari africano –a los que tan aficionado era- en las antiguas minas de hierro de Cabárceno, que hoy es la joya del turismo cántabro.
Ante sus enemigos políticos rugía como los leones que instaló en el polémico recinto de la Magdalena, junto a las focas. Enamoró al electorado y fagocitó al Partido Popular. Probablemente hasta que no fue demasiado tarde nadie de su entorno se atrevió a decirle la verdad a este rey desnudo. Un Quijote sin escudero que batalló en la soledad de su eufórica gestión, que se enfrentó a propios y ajenos, y a quien sus excesos le acabaron pasando factura en los tribunales, lo que derivó en un involuntario destierro y una comunidad arruinada.
«Volveré», proclamó en 2002, cuando acabó su segundo juicio. Pero, al margen de su dilatada pelea legal, ya nunca regresó aunque sopesó presentar una candidatura en las últimas elecciones de Cantabria.
Juan Hormaechea (Santander, 5 de julio de1939) fue nombrado concejal en la dictadura franquista, por lo que entonces era el cupo familiar. Después viajó con varias siglas del centro y la derecha –siempre como independiente- y acabó en sus últimos años dando charlas en Fuerza Nueva, arremetiendo «contra los que quieren quitar los crucifijos de las aulas».
En las primeras elecciones democráticas del 77 se hizo alcalde con la UCD, gracias a la polémica decisión del PRC –con el ya fallecido abogado Benito Huerta al frente- de no apoyar, como había pactado con los partidos de izquierda, al candidato socialista Jesús Cabezón. Los regionalistas tuvieron que abandonar el Ayuntamiento por la puerta trasera escoltados por la policía ante la indignación de setecientos ciudadanos allí presentes.
Cuatro años después, en 1983, el electorado castigó la maniobra regionalista y el candidato a la alcaldía, que era Revilla, no obtuvo ni un solo concejal. Hormaechea, esta vez como independiente por Coalición Popular, consolidó una mayoría absoluta con 17 concejales frente a los diez que obtuvieron los socialistas con el entonces abogado Santiago Pérez Obregón a la cabeza.
En la alcaldía de Santander Hormaechea desvela y desata su peculiar personalidad. Se hace escoltar por lo que sus enemigos bautizaron como guardia pretoriana, cuatro policías que más que garantizar su seguridad le acompañaban hasta en sus ruidosas evasiones nocturnas en la calle Panamá. Antes de que Chávez recorriera las calles de Caracas ordenando 'exprópiese', el singular alcalde santanderino irrumpió con las máquinas en la Finca de las Pérez en Mataleñas y la abrió para uso público. Las propietarias fueron pobremente indemnizadas muchos años más tarde. Una noche ordenó talar todos los árboles de la Plaza de Pombo. Se decía que a los mendigos les mandaba en tren a Torrelavega para que no afeasen las calles. Impuso contribuciones especiales a los vecinos del Sardinero para que costearan el pavimento carísimo de sus renovadas aceras, y autorizó el topless en las playas de la ciudad. «Pero como se despelote un tío lo empapelo», apostilló en un Pleno municipal. También negoció la compra del Palacio de la Magdalena, que recuperó para la ciudad.
La obsesión de Hormaechea casaba poco con el liberalismo que se presume a la derecha que representaba. Todo su empeño fue recuperar espacios para que los disfrutasen los ciudadanos. La Magdalena, Mataleñas, el campo de fútbol –acordó con el presidente José Luis Cagigas que el Racing vendiera el campo al Ayuntamiento- que convirtió en parque, y la finca de Las Carolinas, cuya venta tenían apalabrada sus propietarios con la Universidad y que se frustró cuando Hormaechea anunció su repentina expropiación.
Aquel Ayuntamiento, que tenía que adaptarse a la democracia, ni siquiera tuvo reglamento de régimen interno hasta los años ochenta. En muchas cuestiones, Hormaechea jugaba con sus propias reglas. En el ámbito del urbanismo ordenó rebajar la edificabilidad de toda la ciudad. Aquello no estaba escrito en ningún sitio, pero todos los promotores y constructores lo acataban sin rechistar.
Otra de sus obsesiones era la estética de la ciudad, así que obligó a presentar con cada proyecto de obra una acuarela o dibujo de cómo iba a quedar, y si no le gustaba lo rechazaba. Gastó más de lo que había –algo que imitaron sus sucesores- pero tuvo suerte porque el entonces ministro Borrell le puso el contador de la deuda municipal a cero, dentro del proceso de regularización que benefició a otras corporaciones locales del país.
En el terreno político, el edil socialista Antonio Lombardo le ganó quince pleitos en la Audiencia Territorial de Burgos sobre cuestiones municipales, por la displicencia de Hormaechea hacia las normas que, al parecer, creía poder sortear con una simple orden suya, según confiesan sus antiguos colaboradores. 'Lombardini' –así trataba de ridiculizarle- se convirtió en su azote político en plenos salpicados de polémicas dialécticas. Años más tarde, firmaron la paz, como ocurrió con la mayoría de los adversarios que tuvo con quienes acabó teniendo buena relación.
Aunque al entonces alcalde le preocupaban, con frecuencia, cuestiones más prosaicas que la acción política. Hormaechea siempre fue un dandi que cuidó su indumentaria, y que cultivó un estilo personal con sus corbatas prendidas de un alfiler, que él siempre aflojaba bajo su barbilla con un estilo muy personal. Cuidaba su físico. Pero su gran complejo fue la calvicie. Se decía que habían fracasado sus presuntos implantes de pelo de chimpancé. Lo cierto es que en un pleno espetó a Lombardo: «Lo único que le envidio es la pelambrera que tiene. Claro, que nunca se ha visto a un burro con pelo». Hormaechea tenía auténtica fobia a las fotografías que reflejaban su pobreza capilar.
En 1987 quiso presentarse simultáneamente a alcalde y presidente de Cantabria convencido de que así, en el momento más álgido de su popularidad, conseguiría mayoría absoluta en la comunidad. Tuvo que conformarse con la presidencia. En Santander, se presentó a Manuel Huerta con un cartel electoral en el que asomaba en segundo plano el propio Hormaechea, cuando nada hacía presagiar los severos desencuentros que mantuvieron.
Juan Hormaechea se presentó como independiente con Alianza Popular pero ni siquiera utilizó sus siglas en los carteles, que alumbraban y explotaban la marca propia que ya se había forjado. Se presentó contra el socialista Jaime Blanco. El eslogan del PRC de Revilla fue 'Que no se rían de nosotros'. Hormaechea fue el candidato más votado y gobernó gracias a la abstención del CDS, entonces liderado por Manuel Garrido, que después militó en el PSOE y el PRC.
Hormaechea conquistó una popularidad nacional, semejante a la que hoy gasta Revilla, con algunas de sus arriesgadas decisiones políticas. La adquisición de 'Sultán' por un millón de dólares tuvo una enorme trascendencia por tratarse del semental más caro comprado jamás en Europa. Aunque en realidad, el toro costó mucho menos. Alrededor de setecientas mil pesetas y fue adquirido en un lote con otros más. Pero al presidente le gustaba presumir del semental del millón de dólares. Hasta el final de sus días Hormaechea ha sostenido que el accidente que acabó con la vida de Sultán –se rompió la rodilla y fue operado sin éxito en Alicante- fue provocado. «Tengo la intuición de que fue un sabotaje», se lamentaba. El consejero de Ganadería, su fiel Vicente de la Hera, anunció que la cabeza y la pata trasera izquierda iban a ser disecadas.
Este tipo de situaciones disparaban la publicidad nacional del presidente cántabro. El mismo que mientras sobrevolaba Cabárceno en helicóptero –fue el primero que tuvo Cantabria- buscando un emplazamiento para un vertedero, descubrió la riqueza paisajística de la antigua mina e inició la épica construcción de un peculiar espacio zoológico que hoy es la instalación turística más visitada de la comunidad.
Hormaechea utilizaba el helicóptero para desplazarse por la provincia. Aterrizaba en los pueblos causando una enorme expectación. Era un enamorado de las maquetas, tenía unas cuantas que contemplaba con frecuencia en la sala de prensa de la antigua Diputación. Desde el aire, Cantabria era para él una gran maqueta sobre la que proyectar sus sueños, sus grandes proyectos. Por eso le encantaba volar. Pero sobre todo empleaba el helicóptero para controlar las obras de aquel ambicioso y desmedido plan de carreteras que proyectó. Aún resuenan los más de tres mil millones de pesetas que costó la carretera de Bárcena Mayor, adjudicada en 530. El escandaloso sobrecoste de la de Potes-Espinama y los 2.074 millones de pesetas que costó arreglar ocho kilómetros de carretera entre Puente Arce y Renedo.
Se llegó a publicar que las salidas nocturnas de Hormaechea motivaron la suspensión de varios consejos de gobierno. Pero lo cierto es que llegaba a su despacho en la antigua Diputación entre las diez y las once de la mañana, leía la prensa y se le desataba el malhumor. Consideraba que los medios de comunicación no reflejaban con fidelidad los comunicados de prensa que se enviaban desde la Diputación, lo que le llevó a pagar por su publicación. Entre ellos, colocó algunos en los que faltaba al respeto a sus rivales. 'Alfalfa para un candidato socialista', le dedicó a su oponente socialista Juan González Bedoya. Tampoco faltaban epítetos insultantes para sus propios compañeros de gobierno, los consejeros. A excepción de Roberto Bedoya y el actual senador Gonzalo Piñeiro, con quienes empleaba modales más tibios.
Entre las dos y tres de la tarde terminaba su jornada matinal que acostumbraba a reanudar no antes de las seis de la tarde. Entonces regresaba de buen humor, afable y persuasivo, y trabajaba hasta las diez o doce de la noche.
Le gustaba el ejercicio físico. Por ello, muchas veces, cuando estaban de visita por la provincia, insistía en subir montes y abordaba duras caminatas para mantenerse en forma. No le gustaba comer, rechazaba numerosas invitaciones, porque no quería atiborrarse ni perder el tiempo. Hasta el punto de que finalmente solo le ofrecían canapés para tomar de pie.
Otra de sus obsesiones fue urbanizar Cantabria. Se decía que asfaltaba hasta los gallineros. No soportaba los socavones ni los charcos, decía que quería que la gente pudiese pasear con zapatos por toda la geografía cántabra, y puso en marcha una campaña de pavimentación de núcleos rurales.
Con el tiempo, fue desarrollando sus peculiares obsesiones, sobre todo con los periodistas. Pero también le obsesionaban González Bedoya y, especialmente Revilla, a quien ya hace veinte años consideraba un enemigo a batir porque presentía el futuro que tenía. De hecho, Hormaechea convirtió en consejero de sanidad al diputado regionalista Ricardo Conde Yagüe. No fue el único tránsfuga regionalista. A otro diputado, Esteban Solanas, le contrató como asesor de infraestructuras rurales y también le puso coche oficial. El propio Revilla confesó que Hormaechea le había llegado a ofrecer la vicepresidencia del Gobierno, en un intento de unir fuerzas contra los populares.
Vivía pendiente de las encuestas. Alfonso del Amo era el hombre encargado de suministrarle constantes valoraciones sobre su figura política que influían notablemente en su acción de gobierno.
El propio Hormaechea explicó en varias ocasiones que en el Ayuntamiento lo controlaba todo, pero que en Diputación «aquello fue el aquelarre» porque cada consejero podía tomar sus propias decisiones. Hasta que decidió que todo lo firmaba él y se encontraba todas las mañanas con una montaña de papeles que tardaba hora y media en despachar. «Aquellos que me montaron el aquelarre en mi gobierno son los mismos que han conseguido que el Racing esté donde esté. En el consejo del Racing había media docena de consejeros de mi gobierno.Lógico lo que ha pasado», reflexionaba más recientemente en una entrevista radiofónica. Se refería al equipo de Francisco Pernía, consejero de Industria y Turismo con Hormaechea, y a quien acompañaron en la gestión del Racing Roberto Bedoya y Alberto Rodríguez, miembros de aquel gabinete.
En su tercer año de legislatura, a finales de 1990, después de cenar con Jaime Blanco, en un momento de euforia en la barra de un pub –en la ya inexistente calle Panamá- llamó 'bigotillos y charlotín' a Aznar, 'hijo de puta' a Fraga y confesó que Isabel Tocino no le seducía como mujer, entre otras perlas. Mientras entonaba Montañas Nevadas presumió de haber derrotado en tres ocasiones a los rojos y proclamó que Cantabria no es España. Estaba acompañado por su entonces amigo Santiago Díaz, uno de los constructores, junto a Emilio Bolado, que probablemente más trabajó en aquella época para la administración autonómica.
No era la primera vez que la verborrea de Hormaechea resultaba inconveniente, pero aquella noche dos periodistas fueron testigos de su exceso y sus palabras rebotaron hasta Madrid indignando a Aznar.
El incidente de El Proyector sirvió probablemente como detonante de una inevitable ruptura, forjada en una tensa relación entre el PP y Hormaechea, larvada en el personalísimo ejercicio de poder de un hombre incómodo para los suyos que ya gobernaba Cantabria con un notable desgobierno económico, prácticamente a golpe de ocurrencia y con unos presupuestos que mermaban cada año por la insuficiencia de las arcas públicas frente a la descontrolada voracidad en su caótica gestión.
Aznar ordenó una moción de censura para librarse de él. Pero la sorpresa en Génova fue mayúscula cuando la cúpula del PP cántabro –encabezada por Roberto Bedoya, vicepresidente del gobierno regional- abandonó el partido y creó junto a Hormaechea otro partido, la UPCA, Unión para el Progreso de Cantabria. Solo siete diputados permanecieron fieles al partido. Ellos junto al resto del Parlamento cántabro apoyaron la moción de censura que hizo presidente al socialista Jaime Blanco al frente de un efímero gobierno de gestión, en una sesión que se tuvo que suspender temporalmente por una amenaza de bomba antes de la votación.
Las siguientes elecciones de 1991 las ganó el socialista Jaime Blanco con 16 escaños y Hormaechea triplicó los votos del PP, que se quedó con solo cinco diputados frente a los 15 de la UPCA. El resultado conducía a la extinción del partido en Cantabria y Aznar optó por comerse sus palabras –«no cambiaré dignidad por votos»- y obligó a Vallines a firmar un humillante pacto con Hormaechea, aunque aquel inconveniente matrimonio de conveniencia no duró mucho.
La comisión que el Parlamento cántabro había constituido en 1990 para investigar la gestión del primer gobierno de Hormaechea derivó en que cuatro diputados de distinto signo –Revilla (PRC), Juan González Bedoya (PSOE), Manuel Pardo (grupo mixto) y Manuel Garrido (CDS) presentaron una denuncia en el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria contra Hormaechea y varios de sus consejeros.
A consecuencia de ese proceso penal, en 1994, a los tres años de haber vuelto a gobernar con el PP, Hormaechea fue condenado a seis años de prisión por malversar dinero público pagando carteles publicitarios a la empresa Oyprocansa, propiedad del ya fallecido Francisco de la Riva, un exboxeador de Cueto. Algunos de estos carteles costaron más que la obra en sí. Un juicio en el que cambió tres veces de abogado y acabó defendiéndose a si mismo.
Hormaechea tuvo que dimitir pero quedó como presidente de Cantabria en funciones, por la incapacidad del Parlamento para elegir sustituto, hasta las elecciones del año 95. Un año más tarde el Supremo ratificó la condena. Hormaechea fue indultado por el gobierno de Felipe González pero aún así recurrió la sentencia al Constitucional. Siempre se consideró inocente.
Éste tribunal declaró nula la sentencia por la parcialidad del juez Movilla que antes del juicio declaró que no deseaba que alguien de la catadura moral de Hormaechea fuese presidente de Cantabria. Quedaron anuladas la sentencia y el indulto. El juicio se repitió en 2002 y redujo la condena a tres años de cárcel y trece de inhabilitación, que prescribieron en 2005. En febrero de 2011 el Ministerio de Justicia le concedió un indulto parcial que dejó sin efecto la condena de tres años de cárcel.
Pero no fue este proceso el que retiró a Hormaechea de la política. Fue un litigio menor. El político ya estaba condenado a seis años de cárcel, pero cuando se celebraron las elecciones regionales de 1995, en las que era candidato por su partido, estaba pendiente de la apelación.
El mismo día de las votaciones la Junta electoral impidió presentarse a Hormaechea generando una confusión insólita entre quienes le iban a votar. Durante la campaña llamó 'enano, feo y baboso' al alcalde de Cabárceno, Juan Sarabia, quien le denunció. La condena, de un mes de cárcel, suponía la retirada del derecho al sufragio, a elegir y a ser elegido. La resolución se ejecutó en el mismo momento en el que se abrieron las urnas. Hormaechea siempre pensó que fue una maniobra de Álvarez Cascos, entonces vicepresidente del Gobierno de España, a quien consideraba inspirador de todo su procesamiento.
La ausencia de Hormaechea dejó una UPCA derrotada (siete escaños) y favoreció la victoria del PP de Martínez Sieso que gobernó con 18 diputados. Unión para el Progreso de Cantabria agonizó hasta la siguiente convocatoria electoral de 1999, donde ya no obtuvo representación parlamentaria.
Fue una etapa convulsa, apasionante desde el punto de vista informativo. Después, con Sieso, llegó lo que llamaron 'normalidad institucional', que fue un gobierno sin sobresaltos ocupado por restaurar las finanzas rotas de Cantabria y por pagar las facturas pendientes que todos los días llamaban a la puerta desde el pasado.
Desde 1995 a 2002, cuando se repitió el juicio, Hormaechea –abogado de profesión- dedicó esos siete años a preparar la defensa desde su despacho de la calle Burgos. Era ya un hombre obsesionado con la conspiración que –decía- le había apartado del poder. «No fui víctima de la política, lo fui de dos jueces», proclamaba. También era un hombre solo. Al que solo acompañaron algunos familiares en la sala de vistas.
El 8 de octubre se inició el segundo juicio. Hormaechea decidió defenderse a si mismo en un proceso en el que se dedicó a rebatir las acusaciones de sus rivales políticos y a denunciar la presunta conjura de la que sentía víctima. La Sala declara probado que, durante su primer Gobierno (1987-1990), prevaricó al adjudicar directamente y sin publicidad a la empresa Oyprocansa la colocación de carteles que anunciaban obras financiadas por la comunidad autónoma, y que malversó dinero público pagando con él remitidos de prensa en los que se atacaba e insultaba a sus rivales políticos. Le condenaron a tres años de cárcel y trece de inhabilitación. El propio tribunal recomendó el indulto de la pena de cárcel, que se concedió nueve años más tarde, no así de la inhabilitación que prescribió en 2015.
Probablemente su osadía le estrelló contra la amarga realidad que consumió los últimos veinte años de su vida. Hizo varios safaris por África y aprendió inglés en Nueva York donde residió algunas temporadas. Últimamente, pasaba gran parte del tiempo en Marruecos. Pero nunca pudo olvidar, ni siquiera pasar página. «Faltan enamorados de la política», decía. Èl, incuestionablemente, nunca quebró su desatada pasión por ella.
Hace unos años, un grupo de boxeadores cántabros y asturianos le rindieron homenaje en un restaurante de Somo. Tiempo antes había dado una conferencia organizada por Fuerza Nueva y había leído un polémico pregón en las fiestas de la Virgen de Latas en Ribamontán al Mar. No acudía a los actos oficiales, como hacen habitualmente otros expresidentes, pero sí asistió al funeral de Botín; su padre había sido empleado del banco. Deja algunos artículos publicados en la prensa regional, sobre política actual.
Repetía que le echaron de la política por no consentir que se construyese un hipermercado en los campos del Racing y un centro comercial en Cachavas, recalificando una plaza pública, a través de la modificación del Plan especial del Puerto, para construir un centro comercial. Ahora, un poco más allá, se recalificó la primera línea marítima para elevar el polémico Centro Botín.
Los detalles de estas operaciones, y otras muchas, se desgranan con detalle en las memorias que deja escritas y que quiso que publicara un periodista cántabro. Por ahora, siguen en un cajón. Gustaba de compararse con la faraona Hatshepsut, a quienes sus enemigos borraron de la historia. Los suyos trataron de olvidar, para ocultar su complicidad con este controvertido personaje. Pero ni siquiera ellos han podido borrar su nombre. El propio Rajoy, al enterarse de que Cascos fundó su propio partido, advirtió: «No quiero un Hormaechea en Asturias». Más recientemente, Vox le sacó del olvido reivindicando su figura y reclamando que le diesen la Medalla de Oro de Cantabria.
Juan Hormaechea, I de Santander, III y V de Cantabria, es ya memoria.
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Gonzalo Sellers
l. mena | archivo dm
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