

Secciones
Servicios
Destacamos
Desde la hamaca que hay colgada frente a la puerta de la preciosa cabaña en la que iban a quedarse se ven las paredes imponentes ... de Lunada. El puerto y, en la lejanía, el lugar en el que se salieron de la vía. Los chicos estaban a unos quince minutos del alojamiento que habían escogido. La carretera, incluso en un día despejado como este lunes, es abrumadora. De las que sobrecoge y te hace sentir diminuto. «Cuando yo era una chavala y volvíamos en coche por la noche de haber estado por ahí, uno se apeaba e iba andando en esa zona para guiar al coche, que iba detrás», cuenta Belén Gómez mientras está sentada al sol en la entrada de Casa Setién, en San Roque de Riomiera. Es del pueblo, «de toda la vida». Acaba de salir del bar, en el que se ha hecho el silencio cuando en la televisión han hablado del accidente. Se ha parado la partida de los cuatro vecinos sentados en una mesa y la conversación entre Javier y Adrián, en la barra. Se ha parado todo y, al acabar, unos y otros empiezan a lanzar frases. «Si ponen quitamiedos, no se matan». «Por allí hay otro coche que se despeñó que lleva como veinte años y no se ha hecho nada». «Es un puerto malo, pero, con protecciones, esto era totalmente evitable». Es lo que dicen en el pueblo. Lo que sienten. «Es el puerto más abandonado de toda Cantabria». Así resume Belén lo que piensan en San Roque.
Son las doce y, puerto arriba, prácticamente el único coche que se cruza con el de los reporteros de El Diario Montañés es uno de la Guardia Civil. Hay menos nieve que el sábado por la noche. Ha llovido, y entre el agua y el sol, que pega bien, han hecho lo suyo. En un tramo de carretera, si uno se fija, hay una bolsa con ropa, una caja de unas zapatillas de deporte, un trozo de defensa, los triángulos hechos añicos... Los agentes, con un dron, están 'mapeando' la zona para su informe. Desde el lugar en el que se salió el coche, en el que se intuye la rodada que llevó a los chavales al precipicio, se ven muy a lo lejos los restos del vehículo. Pero sólo si alguien te lo indica. Es tal la distancia, que lo que se ve apenas se distingue de las piedras que hay cerca.
«De noche no se ven las alturas». Lo dice uno de los pocos conductores que pasa. Y hace pensar. «Mira, allí está. Qué desgracia, qué mala suerte», comentan dos vecinos que se han acercado a uno de los miradores.
«Nos llama mucha gente cuando vienen de Madrid, por ejemplo, y me suelen preguntar si la carretera está abierta o cerrada. Es más, el jueves mismo me llamaron unos (no sé si serían precisamente estos chavales) y les dije que, aparentemente, estaba abierto, pero que es mejor que fueran por arriba –dando un rodeo–. En esta carretera pintaron unas rayas y limpiaron un poco los márgenes en verano, para la Vuelta a España, pero no han hecho nada más. Es una carretera que está fatal, que no tiene quitamiedos y en la que no hay cobertura. Yo vivo ahí arriba y, si un día me caigo, no se va a enterar nadie... Aquí en el restaurante nos exigen poner algunas cuestiones digitales y tenemos unos problemas enormes con la cobertura». La que habla es Lucía Fuentenebro, propietaria del restaurante La Vieja Escuela, en La Concha. A su lado está Luis Fernando Ruiz. «Lo primordial –añade a la conversación– son los quitamiedos. Y poco pasa. La gente la tiene respeto a esta carretera».
Noticias relacionadas
Desde su establecimiento, que en este tiempo abre de viernes a domingo, se ve la fachada de la cabaña en la que iban a quedarse los jóvenes que sufrieron el accidente. Para subir hay que coger un desvío 'pindio', con unos metros de camino asfaltado a base del hormigón 'a rayas' que se pone para conseguir agarre. Es una de esas cabañas pasiegas reformadas. De piedra y con una buena balconada. Con leña junto a la puerta y la hamaca colgada entre dos árboles en el verde. Las vistas desde este lugar son un verdadero espectáculo.
De ahí –en La Concha– a San Roque. Son las dos en Casa Setién. Javier Mantecón está sirviendo. Habla con toda claridad. «¿Qué te voy a decir? Que es algo que se veía venir. No hay una valla, ninguna protección, nada. Si tienes un mínimo fallo ya sabes lo que te pasa. Si tienes el mínimo despiste, allí es la muerte aseguradora». Señala a Adrián Samperio, vecino de la zona que está sentado a la barra. «Pregúntale a este, que sabe». Pasa por allí a menudo. «Unos quitamiedos, una bionda... Con algo de seguridad esto se hubiera podido evitar. Por allí no se circula a mucha velocidad y menos de noche y en estas condiciones. Yo con hielo y nieve por ahí no subo ni loco. Tengo algo de ganado y subo en verano con mucho cuidado. El que no conozca esa carretera y de noche, y con algo de nieve...».
Javier y Adrián empiezan a charlar entre ellos. «Es que el problema ya no es la carretera en sí, ni la nieve, es la falta de seguridad», repite el hostelero. Adrián cuenta que la quitanieves pasó por la zona antes de las ocho. Que luego nevó algo más. Comentan que también había algo de niebla. Y repiten: «Es que por allí de noche no sabes por dónde vas. Unos quitamiedos, unos reflectantes... No hay una indicación, no hay nada».
Sólo se callan porque en la tele hablan del accidente. Entra más gente. Todos en silencio. Después, cuando acaba la noticia del informativo, a la tertulia se suman los cuatro que estaban jugando la partida. Veteranos de la zona. Dos de ellos explican que pasaron el sábado mismo por el tramo del accidente sobre las siete. Que fueron a cenar al otro lado, que había algo de nieve (no como otras veces, pero algo había) y tramos con niebla. Y que para volver, ya sabedores de la noticia y del follón de coches que había, dieron un rodeo. «Mi mujer me llamó al ver la que se había montado». Han estado callados hasta ahora, pero levantan la voz. «Por allí todavía está otro coche de uno que se mató. No se ha hecho nada y se lamentan ahora. Y seguiremos esperando. Es el peor puerto señalizado de Cantabria. Y tampoco tienen que hacer tanto. Con nieve y niebla, por ahí vas a diez por hora. Un quitamiedos no deja que te vayas para abajo. Son cuatro kilómetros que, si te sales, adiós. Y lo mismo para los coches que para los ciclistas, que en verano suben por ahí todos los días cincuenta o cien con la bici. Y si alguno por lo que sea se despista...».
«Es un puerto malo, pero, con protección, esto es totalmente evitable». Lo dice Adrián como para cerrar la conversación porque ya se va. Todos asienten. También Belén, que se ha salido a tomar el sol y está sentada junto a la puerta. «No puede ser esta falta de sensibilidad. Que pongan algo, que el primer golpe te lo aguanta».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.