Las voces del túnel
Leyendas de Cantabria ·
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Leyendas de Cantabria ·
Por Jueves Santo las bocas cegadas del viejo túnel de Tetuán dejaban oír voces o sollozos, según la versiónUna vez al año, en concreto el día de Jueves Santo, unas extrañas voces se hacen oír junto a los corazones marineros de Santander; en el barrio de pescadores de Tetuán, que eso es lo que fue hasta que los barcos de faenar comenzaron a abandonar Puertochico, víctimas de la gentrificación, para emigrar al Barrio Pesquero, que no tiene más nombre que ese. Las mismas voces se escuchan, o al menos se podían escuchar en tiempos, en La Cañía, una de las vías de acceso al turístico Sardinero.
Estas dos diferentes formas de ver, concebir y vivir el mar; la del barrio castizo y humilde de pescadores y la zona noble del veraneo regio, se comunicaban a través del antiguo túnel de Tetuán, que nada tiene que ver con el construido a finales del siglo veinte para comunicar Puertochico y Las Llamas.
A ese pasaje cegado durante décadas y al fin reabierto de forma completa en 2021 y no al actual (oficialmente denominado con buen criterio como Túnel de Puertochico) es al que se refiere la vieja y bastante desconocida leyenda urbana de los llantos del túnel. De acuerdo con la tradición oral y, por supuesto, la leyenda, ya casi tan enterrada como estuvo el túnel, tanto en la boca de La Cañía como en la de la calle Tetuán que le dio nombre, se oían voces de niños el día de Jueves Santo, casi como si la castiza y marinera calle santanderina se transformara por unas horas en la selva de la isla de Perdidos. Al menos así se decía cuando ambas bocas estaban cegados, reduciendo al olvido una obra de ingeniería que al final se reivindicó al volver a ver la luz y demostrar su sólida construcción pese a las décadas de olvido y sepultura.
Como casi toda la mitología urbana, la historia tiene un poso de realidad convenientemente desfigurada hasta gestar la leyenda. El túnel se construyó a finales del siglo XIX como parte del trazado del tren que conectaba Santa Lucía con El Sardinero. Permaneció en servicio hasta que a principios de los años diez la electrificación de los trenes y tranvías, hasta entonces a vapor, le obligaron a abandonarlo por ser demasiado estrecho para instalar troles o catenarias. Sin embargo, y aunque se dejó de utilizar, no se cegó, y durante la Guerra Civil volvió a dar servicio a la ciudad, pero esta vez como refugio antiaéreo para protegerse de los bombardeos franquistas. De hecho, todo Santander, como muchas otras ciudades, es un una inmensa esponja llena de porosidades en forma de antiaéreos, improvisados o diseñados a tal efecto, y algunos tan olvidados que de vez en cuando aparecen de forma fortuita cuando se remodelan viejos edificios o calles.
El túnel fue así testigo del miedo y el dolor no solo de los niños, sino de toda la ciudad. Quizá esta experiencia traumática alumbrara la leyenda o quizá tenga un origen más reciente, porque el penúltimo capítulo de la galería se escribió en 1950, cuando se habilitó de nuevo como paso peatonal antes de ser cegado durante más de medio siglo.
Quizá el sellado dejara atrapado a algún espíritu, a tenor de lo que cuentan aquellos pocos santanderinos que aún recordaban la leyenda de las voces (o los llantos, según la versión) del túnel. Tal vez, incluso, con la reapertura los dueños y las dueñas de las voces hayan podido salir por su propio paso, abandonar su prisión subterráneo y terminar con su angustia y, de paso, con la leyenda.
Otro asunto muy distinto será cómo diferenciar, con la resurrección del antiguo pasadizo, el viejo túnel y el construido a finales de los ochenta del siglo XX, que la población rebautizó como de Tetuán, –o de La Cañía, que también así se le conocía– quizá por recuerdo del anterior. Con su reaparición reivindica su antiguo nombre. No parece que haya hubo voces en contra.
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