![Un genealogista infatigable, Mario Crespo López](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/2024/12/20/005%20UN%20GENEALOGISTA%20INFATIGABLE%20WEB.jpg)
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«O généalogiste sur le place! combien d´histoires de familles et de filiations?—et que le mort saisisse le vif, comme il est dit aux tables du légiste, si je n´ai vu toute chose dans son ombre et le mérite de son âge». («¡Oh genealogista en la plaza del mercado! ¿Cuántas crónicas de familias y conexiones? Y que los muertos se apoderen de los vivos, como dicen las tablas de la ley, si no he visto cada cosa en su propia sombra y la virtud de su edad»).
Cualquiera que haya seguido la trayectoria ensayística de Mario Crespo confirmará que el texto de Saint-John Perse que tradujo T.S. Eliot le corresponde profundamente. Este ensayista y escritor santanderino lleva a hombros la fabulosa carga de dar cuenta no sólo de los escritores y escritoras españoles del momento –y eso incluye Menéndez Pelayo, Cossío, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Delibes, Ferlosio, Azúa y yo mismo–. Aparte de esto, aún en manuscrito, tiene un libro titulado 'La bigornia. Retablo de un tiempo anterior'.
Mario Crespo ve la historia de la literatura española como un vivero de experiencias en parte individuales y en parte colectivas, de tal manera que sus grandes retratos, empezando por el de don Marcelino, incluyen la descripción de toda una época. El motivo es que, en efecto, don Marcelino era el mismo sin duda en su circunstancia y en perpetua pelea con la Institución Libre de Enseñanza, que a su vez resume lo más granado y complejo de nuestra historia intelectual de principios del siglo XX. Para escribir estos libros Mario Crespo tiene que acercarse mucho y a la vez distanciarse mucho de lo narrado. El mundo literario e intelectual español viene siendo, por acotarlo un poco, desde la generación del 98 y la del 27 y la guerra civil y el franquismo y el agnosticismo rampante y el catolicismo omnipresente, un lugar inquieto, a ratos atrabiliario, a ratos epopéyico y fascinante, a ratos, según parece, injusto porque, como sucede, según dicen, en el Premio Cervantes, de cada diez merecedores sólo se eligen dos mujeres y ocho hombres.
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España parece en ocasiones un tentadero de reses bravas a partir de la grosería de aquel real académico, cuyo nombre no recuerdo, que declaró que, si Emilia Pardo Bazán quería ser académica, hiciese primero el servicio militar. Este despropósito cómico se ha ido tornando ahora flagrante injusticia, según dicen. No me corresponde a mí decidirlo. El hecho es que Mario Crespo, por su lado, escribe acerca de quien le da la gana. No se puede decir que tenga un sistema de selección fijo más a favor de los hombres que de las mujeres, más bien podría decirse lo contrario. Cuando yo era joven mi escritor favorito era una escritora, Carmen Laforet, y mi segundo escritor favorito en español era Carmen Martín Gaite y mi historiadora favorita es Carmen Iglesias y el personaje científico que más destacó en la idea de la ciencia española fue Margarita Salas. Nunca me ha parecido que Mario Crespo haya tenido 'parti pris' por unos u otros biografiados. Lo que siente por ellos es un entusiasmo desbordante y aplica, para dibujarlos, una minuciosa técnica puntillista, detallista, que hace ver todo un mundo de hombres y mujeres emparentados entre sí, amistados o enemistados entre sí, en un momento dado de nuestra historia. Es difícil no admirar su tenacidad, su imperturbable seguridad de que vale la pena echar la vida entera en una biografía tras otra. Y una biografía es una genealogía. Es decir, un árbol genealógico que nace justo en la mundaneidad, en las plazas públicas además de las privadas, en el 'market-place' que diría Eliot. Me consta que a Mario Crespo no le ha faltado el amor de varias mujeres. Y también me consta, dicho sea de paso, que, al borde ya de los cincuenta, es un intelectual benevolente y, según se decía en los tiempos de la Ética de José Luis Aranguren, «abierto a todas las inauguraciones sean de quien sean». ¡Le interesa tanto la existencia intelectual española, los libros que se han escrito o van a escribirse, las vidas españolas, que son para él vidas mundiales a la vez que locales, que las relata incesantemente! Recuerda Mario al animal rilkeano, que «ve con todos sus ojos la criatura, lo abierto».
Es un historiador incansable, un benemérito discípulo de otra incansable historiadora, Carmen Iglesias. Admirador, además, del más incansable e infatigable y prematuramente fallecido historiador alcohólico Menéndez Pelayo. No, Mario Crespo López no acaba de ser del todo alcohólico, quizá este sea su mayor defecto. Todo este quehacer ensayístico y literario se combina –¡increíblemente!– con su plaza de Lengua y Literatura en el CEPA Escuelas Verdes de Santander. Quiero decir con esto que no sólo se ocupa de lo viejuno y moridero, como es mi caso, sino de lo más prometedor de la enseñanza española. Esto es un brindis a la salud y la energía de nuestro eminente polígrafo santanderino. En este instante Mario Crespo acaba de internarse en una aventura biográfica que incluye una protagonista, Mimí Medinaceli, y, de paso, a su padre, el duque de Medinaceli, es decir, toda una familia ducal. Un enfebrecimiento de archivos rebrilla una vez más en su mirada.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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