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A José Alberto siempre le ha gustado, ante la duda, correr hacia delante. Prefiere dejar a la espalda lo intrascendente y provocar que pasen cosas delante de su mirada. Es un inconformista reconocido y un ambicioso de sueños humildes. También es alguien empeñado en ser autodidacta y llevarle la contraria a la lógica, de ahí se explica que haya nacido en Oviedo y sea un sportinguista de corazón. Aquí no, pero en Asturias le lleva aún trabajo explicarlo. Así fue como se fue perfilando una fama de buen tipo. Es difícil escuchar malas palabras de él aún poniendo empeño y eso es una virtud al alcance de muy pocos. José Alberto cayó de pie en Santander al día siguiente de pagar la cuenta de unos cuantos cafés en aquella cafetería en que le llegó la oferta verdiblanca. Llevaba ya unos cuantos partidos en la grada de El Sardinero siguiendo al Racing, así que de camino, por Villaviciosa y Llanes, repasó lo que era urgente y al entrar en La Albericia lo puso en práctica. Bingo. De aquello ya han pasado cinco meses. Llegó con lo puesto, sin maleta y con prisa. Ahora descansa, con el armario lleno, con ropa de verano e invierno y con intención de ampliar la habitación.
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El técnico ha certificado en Santander su mejor resultado desde que dio el salto al fútbol profesional y quizás lo ha hecho en el escenario más complicado e incierto con el que se encontró. Pero para disfrutar de esas alegrías primero hizo «más kilómetros que el Alsa». Fue futbolista del montón y solo rascó la Tercera y de refilón. Unos problemas físicos le obligaron a colgar las botas prematuramente. Decidió darse un respiro como entrenador con la edad permitida para votar casi recién estrenada y cogió las riendas de un equipo de niños de cuatro años. Su pasión por el banquillo nació en el fútbol base, donde durante siete años le robó horas al día para buscarse la vida para tener un duro en el bolsillo y poder formar a los pequeños. Sus jornadas eran un tetris donde encajaban las piezas de aquella manera. Y así lo fueron hasta que decidió poner todos los huevos en el cesto del fútbol. Dirigió al Covadonga en Tercera y tuvo que dar explicaciones a sus colegas de Oviedo cuando pasó a formar parte de la nómina de Mareo. Para entonces, también le hacía trampas al reloj para ver fútbol, aprender de los entrenadores consagrados, preguntar a los que saben, tomar un culín de sidra y echar una parlada y ganarse su jornal con el buzo. Porque a José Alberto no le daba con las cuatro perras que cobraba por dirigir al juvenil de Sporting de Gijón. Hizo un surco yendo y viniendo de Oviedo a Avilés a trabajar y luego a Gijón a entrenar. Montaba y reponía muebles en un almacén hasta la media tarde y luego se ponía el chándal para entrenar. Pidió la excedencia cuando agarró el filial del Sporting, al que subió a Segunda B, y más tarde la cuenta cuando cogió al primer equipo. El Molinón pidió a gritos su puesta en el banquillo coreando su nombre. Eso, para un ovetense, tiene un mérito más allá de su libreta táctica.
A partir de ahí no se bajó del fútbol profesional: 54 partidos con el Sporting, 43 con el Mirandés, 26 con el Málaga y 22 con el Racing. Lo de llegar antes que nadie y marcharse el último suena a frase hecha, pero en La Albericia le dieron las llaves después de unos días. No entiende que las cosas salgan por casualidad y por eso no escatimaba. Estos meses sin la familia cerca aún tenía más excusa para coger el teléfono a deshoras y llamar al compañero de turno y contarle la última ocurrencia futbolística. Para este verano ya tiene deberes, porque anda buscando casa para traerse a los suyos y equipo al benjamín de la familia. Ahora le toca descansar y en breve cumplir otro de los sueños que eligió corriendo hacia delante: armar el equipo que quiere entrenar. Filtrará los jugadores y luego los tratará a todos con esa inconfundible cercanía. Mientras tanto, agotará las semanas veraniegas disfrutando de un buen menú sobre la mesa y mejorando su swing con el palo. Aunque de hoyo en hoyo no se quite de la cabeza si jugar con uno o dos delanteros.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
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