Lástima que el mundo comenzara a mirar hacia ellos con la publicación de su tercer y último disco. Un álbum homónimo que quedó grabado antes de que se precipitara el final de la banda con la muerte de su líder en un motel de San Francisco. Para los restos han quedado diecisiete temas perennes, entre los que destaca un embrujo post morten llamado 'Santeria'
A finales de la década de los ochenta tras la resaca punk, e inmersa la escena en los últimos coletazos de la nueva ola y los primeros del grunge, surgió una banda en Long Beach que decidió apostar por el reggae. Lo aderezaron de ska, de la virulencia hardcore y, sin apartar de su misiva los ritmos caribeños más canallas, conformaron un sonido único que embadurnó las playas de California de buenrollismo insurgente.
Sublime fueron tres chicos que se mantuvieron incorruptibles hasta el final de sus días, jamás cambiaron de formación a pesar de que las idas y venidas de los miembros de los grupos fuera la inercia de aquellos tiempos, en ese devenir creativo e inestable que fue levantando las nuevas corrientes musicales de finales de siglo. Bradley Nowell, su líder, cantante y guitarrista, el bajista Eric Wilson y el batería Bud Gaugh, acompañados de un dálmata como mascota, derrocharon personalidad propia en un mundo que tardó en mirar hacia ellos pero que, cuando lo hizo, cayó rendido.
Quizá la rendición llegara demasiado tarde cuando, tras dos discos dignos de despiezar - aquel debut de 1992 llamado '40 oz.to freedom' y 'Robbin the hood' dos años después- y que en estratos comerciales no tuvieron mayor calado, por fin se les prestara la atención merecida con su tercer elepé, 'Sublime'. Un álbum imperecedero, de los que dejan huella, de esos cuyo rastro se perpetúa con el paso de las décadas por genuino y pionero; el primero del grupo junto a una multinacional que vio el filón (MCA Records), pero también el último porque no dio tiempo a más. Nowell, la cabeza pensante y la voz cantante de la banda, perdía la vida de una sobredosis de heroína el 25 de mayo de 1996, en un motel de San Francisco, con el material ya grabado y a dos meses de ver la luz.
El disco que siguió girando
Aunque en un principio el elepé iba a llamarse "Killin' it", el fallecimiento de Nowell llevó a los huérfanos Wilson y Gaugh a rebautizarlo con el nombre de la banda en homenaje a ella y a su líder ya ausente. Una decisión con la que la discográfica estuvo de acuerdo por ser previsible que este fuera el lanzamiento definitivo y de venerado éxito del grupo, el que atraería todas las miradas contemporáneas y el que pasaría a la historia, tal y como terminó sucediendo.
Acompañados en todo momento por la sombra de la muerte, los dos que quedaban de Sublime pudieron ver cómo su tercer y último hijo abrazaba el éxito internacional con canciones como la extrañamente pop 'What I got', el vértigo de 'Seed', 'Same in the end' y 'Paddle out'; o los medios tiempos de 'Pawn shop' y de la cover de su idolatrado Bob Marley,'Jailhouse'. 'Sublime' recibió inmediatamente una calurosa acogida de ventas, llevándoles en volandas hasta la certificación de platino en cinco ocasiones; pero ni con esas consiguieron remontar el ánimo Wilson y Gaugh para continuar con el proyecto.
«Sublime murió cuando lo hizo Brad», declararían en mitad del alboroto y de esa fama que llegó cuando ya sobraba.
La canción que sigue sonando
De entre los diecisiete temas que componen el repertorio de este histórico disco, con singles como 'Doin time', 'Wrong way' y 'April 29, 1992 (Miami)', hay uno que sobrevive de un modo especial. Quizá sea el hechizo de su letra, la magia desbocada de su sonido, el concepto en forma de halo que lo envuelve o, sencillamente, que ha sabido envejecer mejor. Se trata de 'Santeria', que fue lanzada también como sencillo el 7 de enero de 1997 y, relata -desde esa línea de bajo y ese riff de guitarra tan endémico, que nos podrían recordar a otro tema anterior de la banda, -'Lincoln Highway'- la historia de un ex novio celoso que busca venganza porque otro tipo le arrebató su chica.
La santería, subreligión afrocubana que a día de hoy se sigue practicando en Cuba, en el sur de Florida y en otros rincones del Caribe, ejerce su misión en este tema que a ritmo reggae y dejes ska pone de manifiesto las fuerzas sobrenaturales y esotéricas de este ritual ancestral. Y mientras la música circunda tu estado de ánimo, en este trance de brujería limpia y blanca manchada de rencor, la voz de Nowell se vuelve cristalina para hablarnos, por última vez, de la dicotomía que mueve el mundo: el amor y el odio.
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