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A los familiares de Jesús Mari Baranda, el jubilado de 67 años asesinado y decapitado en Castro Urdiales hace supuestamente ocho meses, no les ha ... extrañado que el juez de instrucción decidiera esta semana prolongar el secreto de la investigación del crimen. Son conscientes de que existen numerosos cabos por atar para ensamblar este demoniaco puzle. Entre ellos, el desconcertante comportamiento de la inculpada, Carmen Merino, pareja de la víctima, que continúa en la prisión de El Dueso, donde permanece «tranquila» y sin asumir culpa alguna, según ha podido saber este periódico. Todo ello, claro está, dentro de la presunción en un caso extraordinariamente hermético como este.
Los guardias civiles que detuvieron a Carmen, de 61 años, en la madrugada del 28 de septiembre probablemente no se esperaban que el arresto acabaría en un enigma tan lleno de oscuridad. Al fin y al cabo, tenían la prueba irrefutable de un asesinato, una cabeza dentro de una caja, y a la supuesta culpable, conectada al hallazgo por un nexo diáfano. La mujer había entregado meses antes la caja convenientemente envuelta a una amiga sin desvelarle su contenido real con el fin de que se la guardara un tiempo.
- Febrero. Jesús Mari Baranda desaparece. Su pareja, Carmen Merino, explica a la familia y a los amigos que se ha marchado de viaje.
- Abril. Ante las reiteradas disculpas que pone la mujer sobre el destino de su novio –la última, que la ha abandonado– y la falta de noticias de este, crecen las sospechas en su entorno. Un primo interpone una denuncia el día 2. Tras enterarse, Carmen Merino le entrega una caja cerrada a una amiga para que se la guarde con la excusa de que son «juguetes sexuales» y no quiere que la Guardia Civil los descubra si acude al piso.
- Septiembre. En la madrugada del día 28, la amiga abre la caja y descubre la cabeza de Jesús Mari. Esa misma madrugada Carmen Merino es detenida.
- Octubre. El día 1 la arrestada declara en el juzgado e ingresa en prisión provisional. El juez ordena el secreto de la instrucción que esta misma semana ha decidido ampliar.
El descubrimiento –a raíz de que esta persona apreciara que del paquete salía un olor nauseabundo– cerraba un expediente, el de la desaparición de Jesús Mari, ocurrida en febrero y voluntaria según la versión que en su momento dio su pareja al argumentar que se había ido unas semanas de viaje (más tarde, cambiaría esta excusa por la de que el hombre había decidido abandonarla). Pero al mismo tiempo abría otro caso: el cráneo convirtió repentinamente la ausencia en un asesinato macabro y a Carmen, en una supuesta asesina o inductora que se había incriminado a sí misma con aquellos restos de la manera más absurda posible. Todo apuntaba a un desarrollo rápido de la investigación.
Nada más lejos de la realidad. Un mes después de que el juez decretara la prisión provisional para la sospechosa –el 1 de octubre, tras tomarle declaración en el juzgado castreño–, los interrogantes más poderosos del crimen siguen vigentes. Si se ha destapado alguna respuesta, solo lo saben la Policía y el magistrado. Ni ha trascendido el móvil del homicidio ni cómo o dónde se produjo o si participaron terceras personas. El hecho de que se haya optado por ampliar el secreto revelaría que todavía quedan lagunas, zonas de sombra y elementos que enlazar. También, que el juez quiere cerrar una instrucción exhaustiva, muy sólida.
Por existir, hay tres elementos sobre los que la confusión es absoluta: ¿Por qué Carmen decidió quedarse con la cabeza de su novio? ¿A qué responde que luego no recuperase la caja con el cráneo durante meses, con un riesgo cada vez más patente de ser descubierta? ¿Y dónde se encuentra el resto del cadáver? Su actitud tampoco ayuda: insiste, al parecer, en que ella no sabe nada del asesinato y se niega a colaborar desde la cárcel.
«He perdido la esperanza de encontrar los restos de Jesús Mari. Y mis primos, también», enfatiza Begoña Baranda, prima de la víctima, con un tono apagado, reflexivo, desde su domicilio en Castro. Ha transcurrido algo más de un mes desde que la muerte violenta del jubilado –residente en la localidad aunque nacido en Vizcaya– saliera a la luz y la Policía aún no ha dado con el destino de los restos. «Y por parte de ella se niega a decir nada. No hay explicación. Tiene que tener un perfil psicológico muy complicado», opina Begoña Baranda. No es la única. Los expertos en criminología consultados por este periódico coinciden en su capacidad de autocontrol emocional, que explicaría el motivo de que esté «tranquila» en prisión, a la espera del final de la instrucción, «cuando cualquiera se volvería loco en una situación así».
«Nos ha descolocado a todos. Nos tiene el alma encogida esa frialdad suya para habernos mantenido engañados tantos meses y no hablar ni siquiera cuando está en la cárcel», señala la prima de la víctima. «Me ha costado mucho llegar a ese convencimiento, pero no creo que recuperemos el cuerpo. Además, el tiempo ha jugado en nuestra contra. Tantos meses preguntándonos por qué se comportaba así mi primo, de viaje él solo, y resulta que nunca se fue de vacaciones. Pienso que le mató el mismo día en que desapareció y ha dispuesto de mucho tiempo para deshacerse del cuerpo», asegura.
Si echa una mirada atrás, Begoña Baranda reconoce que hay muchos instantes que ahora la sobrecogen por la «sangre fría» de Carmen Merino. Cuando esta tuvo que declarar por la desaparición llegó a pedirle a la familia de la víctima que la acompañara para no ir sola al juzgado. «Recuerdo también una ocasión en que sonó el teléfono, era mi primo y me dijo: 'Estate tranquila, que Carmen me ha llamado para decirme que Jesús está bien, que ha venido a casa a coger ropa y dinero y se ha vuelto a marchar'. Otra vez, ella me comentó que cuando se iba a Sámano a pasar la tarde con los primos, Jesús Mari le llamaba ocho o diez veces por teléfono. '¿Y ahora que se ha ido por ahí, no te ha vuelto a llamar?', le pregunté yo. Y ella se quedó callada, mirando con cara de pena como cada vez que le preguntábamos».
«A mí no me encajaba esa actitud», admite la prima, para quien «la pareja seguramente no estaba bien. Viajaban menos y Jesús Mari pasaba mucho tiempo en Sámano. No descarto que se hubiera enterado de los antecedentes de Carmen (en 2013 y 2017 tuvo que responder por pequeñas estafas) y quisiera romper. Era muy recto».
De vez en cuando, el hermano acude al cuartel de la Guardia Civil para interesarse por el desarrollo de las investigaciones, «pero no nos dicen nada». Sobre la ampliación del secreto de la instrucción, Begoña considera que «era de esperar porque el caso es muy complicado, pero la Policía española está preparadísima. La falta de mi primo la tenemos asumida, somos pacientes y sólo aguardamos a que se conozca la verdad para poder cerrar este capítulo».
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