El día a día de la Cocina Económica: «He encontrado aquí una familia»
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Para los beneficiarios de las ayudas, participar en los talleres de la organización es su forma de «devolver» el apoyoUn coche estaciona cerca de la puerta del economato, en la calle Tantín de Santander, donde ya hay varias personas que forman una cola. Como la compra que acaban de hacer es para todo el mes, el maletero del vehículo les ayuda a llevar todos ... los alimentos a casa. Eso sobre las doce del mediodía. Poco después, cuando se acerque la hora de la comida, en el lateral del centro -justo por donde se accede al comedor- se formará otra fila distinta. Esa es la actividad que se percibe desde fuera, de un vistazo, pero el trabajo diario que hace la Cocina Económica continúa en el interior de las instalaciones.
En la planta baja, Charo plancha la ropa de las personas beneficiarias. Allí mismo hay también varias duchas disponibles. Mientras tanto, en una sala de la segunda planta, trabaja tranquila y con «mucha paciencia» Lucía Mena, que hace nueve meses llegó a la ciudad procedente de Perú. Ella colabora en la producción de alpargatas que luego se venderán en el comercio solidario. Llegó a las puertas de la Cocina Económica hace seis meses en busca de ayuda para comer. Sobre todo preocupada por Fátima, su hija de 4 años, que es el motivo por el que decidió abandonar su país: «Vine pensando en su futuro y en sus opciones de estudio», cuenta.
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Esa mano que le tendieron en la Cocina Económica significó poder seguir hacia delante. «Sin ellos estaríamos en otra situación», admite. De momento no tiene papeles, por lo que no puede encontrar trabajo. Por eso participa en los talleres: «Es una oportunidad de poder ayudar». Sí tiene un piso, pero es su madre «quien me apoya» para poder cubrir los gastos. Así que al menos tienen un techo, pero la economía no da para cubrir también el alimento.
En el cuarto contiguo, María Nieves Hurtado pasa la mañana frente a una máquina de coser que ha aprendido a utilizar allí. «Tenemos una profesora excelente», admite mientras Sor Hermenigilda se quita importancia y destaca la labor que hacen dos voluntarias que son «más expertas que yo». Ellas les enseñan «lo básico» para saber hacer cosas sencillas. Luego, lo que queda bien «va al mercadillo», dice. María Nieves, procedente de Colombia, empezó a coser tras pasar por el economato. Y allí encontró «un apoyo muy importante». El que necesitaba para ella y su familia: «Me siento feliz, como en familia. Y cuando no estoy, me falta», añade. Aunque ahora ya no es usuaria del economato, reconoce que «está todo muy caro» y no descarta tener que volver a solicitar ayuda.
Del «pequeño supermercado» con el que cuenta la Cocina Económica se encarga Sor Pilar Martín. Ella explica que allí «no se habla de dinero». Así que los productos se consiguen y la cantidad depende de los miembros de cada familia. Allí pueden canjearlos y adquirir productos de entre más de cien referencias. Aunque el dato varía según la jornada, por allí pasan de media entre 25 y 30 personas al día a por la comida para todo el mes. Para Sor Pilar, lo «más maravilloso» de su trabajo es «verles salir adelante» tras superar la situación que les ha empujado a llamar a esa puerta.
En su día a día ha podido percibir cómo ha cambiado el perfil de usuario: «Viene gente nueva cada día y llegan personas que nunca se han visto en esta situación», señala. Personas que antes tenían trabajo y la nómina les permitía llegar a final de mes. Eso sí, a ella también le ayudan. En concreto varios voluntarios, a quienes agradece su presencia porque «solos no podríamos».
Y por el comedor pasan en torno a 300 personas al día. Unas 50 para desayunar, otras 150 al mediodía y el resto a la hora de la cena. Lo cierto es que no son cifras fijas. Al contrario, siempre fluctúan, pero últimamente registran una «tendencia al alza», explica Jesús Castanedo, director. Además, ahora se topan con momentos «delicados». Se acercan las Navidades, que son fechas de reuniones con la gente más cercana y quienes «tienen alguna situación de ruptura familiar» se sienten más solos y «nosotros tratamos de arroparles».
En la Cocina Económica notan como «han aumentado mucho» las necesidades económicas y, por ende, «las personas demandantes de alimento», añade. La inflación y el coste de la electricidad han afectado a las familias. Unas subidas que también han tenido un impacto importante en los números del centro. En estos meses se han visto obligados a ajustar sus cuentas porque «a finales de agosto ya habíamos consumido el presupuesto previsto de luz para todo el año», resume Castanedo. Y eso a pesar de que ya tuvieron en cuenta una subida a la hora de repartir las partidas. Por eso ahora buscan la mejor forma de salir del paso «sin disminuir la calidad de la atención», subraya. Un camino en el que valoran «la solidaridad de los vecinos de Santander».
En el centro «apostamos por la dignidad» de las personas y en el seguimiento también les animan a participar en cursos para que «alimenten sus ilusiones». El educador «les estimula» a que busquen alguno que les interese y se animen a formar parte. «No importa a dónde lleguen»; lo fundamental es que hagan algo.
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