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En 1941, el fuego devoró más de 115.000 metros cuadrados de ciudad. Santander quedó huérfana de casco histórico y miles de familias se vieron en la calle, sin hogar. El régimen franquista vio el incidente como una oportunidad para reconstruir la ciudad con ... un nuevo orden. Las clases bajas fueron expulsadas al extrarradio y en apenas una década se erigió más de un centenar de edificios señoriales que hoy constituyen el centro neurálgico de la ciudad, con viviendas y bajos comerciales. Desde la calle el aspecto de ese Santander nuevo es impecable, pero por dentro algunos de estos edificios están enfermos y necesitan curas.
La velocidad en las obras y la precariedad de los materiales -era un tiempo de posguerra en la que la calidad y el buen suministro no estaban garantizados- alumbraron construcciones que no han resistido bien el paso del tiempo y que comienzan a presentar desgaste en los materiales. El último ejemplo ha sido el caso del número 13 de la calle Isabel II, que fue desalojado el pasado día 4 al descubrirse que uno de sus pilares se encontraba al borde del colapso.
«Fue un tiempo en el que el hormigón se elaboraba en obra y su calidad quedaba a merced del buen hacer de cada operario. A veces, lo que se fabricaba en la tercera planta era diferente a lo que se hacía en la primera, sencillamente porque la cantidad de arena que llegaba era diferente y había que hacerlo con lo que había», cuenta el ingeniero Joaquín Calonge, encargado de la rehabilitación del número 13, y que el pasado día 4 tomó de la decisión de desalojar el inmueble en el centro de Santander.
César Díaz - Primer teniente de alcalde
Domingo de la Lastra - Arquitecto
Luis Villegas - Catedrático de la UC
Ángela de Meer - Profesora de la UC
Hechos parecidos en otros edificios de la ciudad son tan recurrentes que muchos expertos han pedido a las autoridades mayor atención para todos los edificios que fueron levantados entre los años cuarenta y cincuenta. El Ayuntamiento, que tramita la obligatoriedad de realizar estudios estructurales de todos ellos, ha cuantificado 131 edificios que pueden encontrarse en situación vulnerable. Lo anunció esta semana el primer teniente de alcalde, César Díaz. «Necesitamos que pasen un estudio más detallado que el que supone el actual Informe de Evaluación de Edificios, porque ahora la revisión se realiza de manera eminentemente visual, y tal y como están las cosas ya se ha demostrado que algunas patologías no son detectables a simple vista y precisan de un estudio más pormenorizado».
La rehabilitación de muchos pisos y bajos comerciales sirve en muchos casos para enmascarar los defectos. Una buena capa de pintura o una decoración concreta pueden maquillar deficiencias importantes en pilares y vigas. Algo que sí se descubre con estudios no invasivos de los materiales. «Se utilizan múltiples técnicas no invasivas, esto es, que no dañan la estructura del edificio, pero que sirven para ver la calidad de los materiales. Se pueden tomar muestras de hormigón para realizar pruebas físico y químicas en el laboratorio y también son muy usados los ultrasonidos», explica Luis Villegas, catedrático del Departamento de Ingeniería Estructural y Mecánica de la Universidad de Cantabria (UC).
«Estudiando la forma en la que la onda sónica atraviesa la estructura podemos ver si el hormigón es más o menos consistente», detalla el experto. Era tal la confianza que se tenía en el hormigón en aquellos años que se pensaba que lo aguantaría todo. «Eran los años en que este nuevo material comenzaba a sustituir a la madera y se tenía un exceso de confianza en su fortaleza», confirma el arquitecto Domingo de la Lastra; «por eso se explica que en un edificio concebido, por poner un ejemplo, para ocho plantas, no tuvieran inconveniente en añadirle luego otras dos o tres».
Fue una práctica generalizada en aquellos años de posguerra. Con frecuencia los adjudicatarios de solares y contratistas de la reconstrucción remitían cartas al alcalde para recibir un trato de favor: «Supongo que el contratista esté realizando gestiones para que se autoricen, remetidas, dos plantas más sobre lo establecido por la ordenanza, para no desentonar con el edificio contiguo de Casanueva», solicitó por aquel entones al regidor Manuel González-Mesones un adjudicatario de dos solares en la calle Cuesta.
Un paseo rápido por el centro de la ciudad deja claras las obras que en buena parte de estos edificios se realizaron tras su construcción. «Cualquiera que pase por el área siniestrada en 1941 puede ver que la mayor parte de los edificios tienen dos, tres y hasta cuatro plantas más de las que aparecen en los planos originales, con lo cual queda claro que hubo una especulación y una clara ilegalidad en la construcción del área incendiada», explica Ángela de Meer, experta en Geografía, Urbanismo y Ordenación del Territorio de la UC.
Pero esto no supone una necesidad de que salten las alarmas. Es un problema del que no hay que preocuparse, pero sí ocuparse: «¿Quiere esto decir que hay muchos edificios que se construyeron igual que el número 13 de Isabel II?, pues sí. ¿Quiere esto decir que todos tienen que estar en malas condiciones?, pues no», concreta el exdecano del Colegio de Arquitectos de Cantabria, Ignacio Villamor.
El deterioro de las construcciones con el paso del tiempo es algo lógico que puede entenderse bien si se hace el símil con la salud de una persona. A medida que pasan los años aparecen los achaques y conviene atenderlos para conservar la calidad de vida.
«Determinados elementos estructurales son, como quien dice, elementos vivos. Las vigas de los entramados resistentes van deformándose con el tiempo bajo la acción de las cargas. Aunque este fenómeno es más acusado en estructuras de madera, en el hormigón también sucede. Fruto de esas deformaciones hay ocasiones en que las tabiquerías entran en carga, colaborando en la transmisión de las mismas, por eso es delicado hacer obras en edificios antiguos y que se construyeron de aquella forma», explica Ignacio Lombillo, profesor de la UC y miembro del Grupo de Tecnología de la Edificación.
Otros procesos degenerativos afectan directamente a la resistencia de los materiales. «La oxidación más habitual, asociada a los procesos de carbonatación, ataca de manera relativamente homogénea a las armaduras y en cierta extensión, pero la debida a la acción de los cloruros es más peligrosa, porque puede llegar a penetrar en profundidad reduciendo significativamente la sección de acero en una zona muy localizada, lo que puede ser menos visible, pero más grave». Y en un Santander de aquellos años, en la que la arena del hormigón podría ser traída de la playa, es fácil garantizar la presencia de cloro en los hormigones.
Los estudios que deban acometerse correrán a cargo de las comunidades de propietarios aunque el Consistorio ya estudia modos de ayuda para sufragar parte de los gastos. Porque, al fin y al cabo, tratándose del centro de la ciudad, se trata de garantizar la seguridad de todos.
La amenaza de derrumbe
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