Armas de reyes Alababan las glorias de sus dueños y difundían su ideario Todo lo que tu armadura dice de ti: los monarcas definidos por su atuendo para la guerra
Nacidas para la guerra y como objetos de lujo, las armaduras son testimonio de un cambio de época, del poder de los Austrias y de los ideales que movían a sus propietarios, los monarcas que posaron con ellas en unos retratos fascinantes que custodian el Museo del Prado. Muchas de ella se conservan en la Real Armería de Madrid.
Miércoles, 21 de Junio 2023
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Transmiten una sensación de riqueza, de fuerza, de prestigio... de majestad. Son cuadros y, al mismo tiempo, son proclamas políticas, propaganda al óleo: la monarquía hispánica en todo su esplendor. Su mensaje, tras más de cuatro siglos de peripecias históricas, nos rodea al caminar por las salas del Museo del Prado. Pero un espectador del siglo XXI se queda con el conjunto, estudia la mirada que los reyes del pasado lanzan a la posteridad y apenas repara en unos elementos que cree decorativos, casi accesorios.
Sin embargo eran las posesiones más preciadas de sus dueños. Tienen el brillo del metal bruñido y de la filigrana de oro. No son simples armaduras; en realidad, son joyas. El Museo del Prado les dedicó una exposición El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte donde los grandes retratos de los monarcas españoles de los siglos XVI al XVIII posaban con sus armaduras. Porque existieron, son reales, no un alarde técnico de un pintor fantasioso. Y se conservan.
En el Renacimiento, el rey ya no se ponía siempre al frente de los ejércitos, pero se mostraba vestido de metal y oro como símbolo de su poder
La Real Armería de Madrid alberga la que quizá sea la mejor colección de armaduras del mundo. Hace unos años, para una exposición en el Prado prestó 27 de sus principales piezas, que acompañaban a 35 obras maestras del museo; la mayoría, retratos de corte pintados por genios como Tiziano, Rubens o Velázquez. Los nombres de Filippo Negroli o Desiderius Helmschmid nos dicen poco, pero, en el siglo XVI, los reyes europeos competían por lucir sus creaciones en las alfombras rojas. Cada armadura era un tesoro, fruto del cuidadoso trabajo de un amplio equipo de expertos.
El diseño de las numerosas piezas que las componían –básicamente de acero, oro, plata, latón y cuero– era labor del maestro armero, pero en su acabado y decoración participaban bruñidores, grabadores, damasquinadores y guarnicioneros. Algunos de los elementos ornamentales, que incluían motivos heráldicos, religiosos o decorativos, podían ser obra de artistas como Durero. Todo ello hacía que su precio fuese prohibitivo, salvo para los grandes señores.
La pérdida de la función bélica original de las armaduras es paralela a la pérdida de relevancia de los nobles en el combate. A partir del siglo XV, las batallas las decidía la infantería, y las armaduras –las más resistentes, las 'de prueba', soportaban el impacto de una bala y las 'de media prueba', el de una flecha– eran un anclaje al pasado perdido y a una deseada imagen heroica.
También un símbolo de estatus social, un artículo de lujo. Las armaduras ya no paraban mandobles: contaban historias, alababan las glorias de sus dueños, difundían su ideario, entroncándolos en linajes de rancio abolengo. En el mundo del Renacimiento convivían los ideales caballerescos con las nuevas concepciones políticas que dejaban atrás el feudalismo. El rey ya no se ponía siempre al frente de los ejércitos, pero se mostraba vestido de metal y oro como símbolo de su origen y de su poder.
La figura de Carlos V, rey de España y emperador de Alemania, es el ejemplo perfecto de esta época. Y también desempeña un papel vital en el nuevo significado adquirido por las armaduras. Fue él quien estableció las distintas tipologías de armaduras y los conjuntos de piezas decoradas a juego que se utilizaban sobre la armadura base y que eran distintas para la guerra, la justa, el torneo, el combate a pie o las paradas triunfales. También sentó las bases de su lenguaje simbólico. Cada pieza era un alarde técnico y artístico de creciente complejidad, realizada por los mejores especialistas en un número limitado de talleres, localizados principalmente en el sur de Alemania. Carlos heredó estos territorios y también la afición por las armas de lujo, así que consiguió reunir la más amplia colección de la época.
Carlos V dominó el sur de Alemania y el norte de Italia, donde estaban los mejores talleres. Las más logradas armaduras fueron suyas y las incorporó a la pintura
Tras su victoria sobre Francia en la batalla de Pavía, se hizo con el norte de Italia, la otra zona donde se concentraban los centros de producción de armaduras. Como resultado de todo esto, entre 1525 y 1550, época dorada del arte de la armadura, la mayoría de las mejores obras europeas fueron destinadas a Carlos V, su familia y su entorno.
Carlos V incorporó las armaduras a la pintura. Su primer retrato armado, obra de Tiziano, se perdió en un incendio y sólo nos han llegado copias de otros artistas. El más conocido, sin lugar a dudas, es su posterior retrato a caballo en la batalla de Mühlberg, también de Tiziano. El emperador, de brillante armadura y lanza en ristre, se erige en defensor de la fe y del ideal de una Europa unida ante los príncipes protestantes alemanes. El arte –pinturas, tapices, esculturas, armaduras–, al servicio de la propaganda política.
Su hijo Felipe no fue tan aficionado a las armaduras como su padre. Las lució únicamente durante sus años de príncipe heredero y al comienzo de su reinado. Con el tiempo se convirtió en 'el rey prudente', monarca de escritorio, administrador y no guerrero; es Felipe el que en los retratos aparece con su característico traje negro. No obstante, no olvidó la importancia que las armaduras tenían como símbolo. Adquirió las armaduras de Carlos V, ordenó la construcción de una armería en Madrid e hizo llevar allí los trofeos de Lepanto tras el fallecimiento de su hermanastro don Juan de Austria, encargó nuevas piezas para sus hijos... Estableció en su testamento que la colección no fuera vendida a su muerte, como era costumbre, sino conservada y acrecentada por sus sucesores. La Real Armería es fruto de esa preocupación.
Tanto Felipe II como sus herederos continuaron recurriendo a los retratos con armadura en las décadas siguientes. Su ubicación en las distintas residencias reales estaba muy estudiada. Los embajadores y dignatarios cruzaban por pasillos y salas que hablaban de una historia gloriosa. Cuando visitaban el antiguo alcázar de Madrid, se les hacía pasar por la armería para que supieran dónde estaban y a quién iban a ver. Todos ellos conocían perfectamente la historia de cada una de las armaduras y su enorme valor material. El mensaje estaba claro.
La muerte de Carlos II en 1700 supuso el fin de la dinastía de los Austrias y la llegada de los Borbones al trono de España. Felipe V, el nuevo rey, también había crecido rodeado de retratos armados, pues esta moda se había exportado desde España a toda Europa, y se apresuró a retratarse con una de las armaduras de Felipe II. Reivindicaba así la continuidad. Carlos III fue el último monarca que posó luciendo una. Las armaduras perdieron su valor ideológico, pero continuaron siendo un tesoro siempre asociado a la Corona, cedido posteriormente a Patrimonio Nacional para su conservación y disfrute de todos. La Real Armería siempre merece una visita.
El rey, tras el escudo
A los reyes del Renacimiento les apasionaba la Antigüedad clásica. Adornaban con escenas mitológicas sus palacios... y sus armas. La Rodela de la apoteosis de Carlos V es heredera de los escudos de Aquiles y Eneas, pero no fue forjada por el dios Hefesto, sino por maestros italianos en torno a los años 1535 y 1540. En acero, oro y plata, canta las glorias militares del emperador en triunfo, con los laureles romanos, y equipara sus proezas con las del mítico Hércules, representado aquí con las columnas al hombro. Su presencia hace también referencia al «Plus ultra», lema adoptado por Carlos V y que aún pervive en el escudo de España. Todo el ideario de un reinado, tintes caballerescos, defensa de la religión, gloria imperial, hazañas bélicas, condensado en un 'publirreportaje' de apenas 54 centímetros de diámetro.
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