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Justo ayer se cumplieron 42 años. El 1 de diciembre de 1978. Fue la noche en la que el juego volvió a Santander. El Gran Casino de El Sardinero, después de 54 años de espera y prohibición, abrió de nuevo sus salones tras ... las gestiones del por entonces alcalde de la ciudad, Juan Hormaechea, y el presidente de la Diputación Provincial, Leandro Valle. La primera bola de la ruleta fue tirada por María Elena Alonso, la esposa del alcalde. Número trece, negro. Esa noche jugaron en el edificio personajes como José Luis López Vázquez, Silvia Tortosa, Concha Márquez Piquer, Paco Marsó o Concha Velasco. La historia -recogida en el libro del periodista Juan Carlos Flores-Gispert sobre la historia del Casino- es un ejemplo del trascendental paso de Hormaechea por la Alcaldía. En la forma y en el fondo. Muy a su estilo. Sus diez años en el cargo transformaron radicalmente Santander. Sirva el caso de la península y el palacio de La Magdalena. El más importante. Su Cabárceno -por hito destacado- santanderino. Y todo, a su manera.
Juan Hormaechea ya era alcalde antes de las primeras elecciones municipales democráticas tras la muerte de Franco, que se celebraron en abril de 1979 -o sea, que fue el primer alcalde de la democracia en la capital-. Ganó en esas bajo las siglas de UCD y arrasó en las siguientes (mayo de 1983) liderando la Coalición Popular. Su paso y sus obras por la ciudad le catapultaron después al Gobierno de Cantabria. Y el estilo del mandato fue, básicamente, el mismo. Política personalista y grandes proyectos de transformación con mano firme. Cueste lo que cueste. Ideas, casi siempre, llamativas.
El mejor resumen de su gestión se produjo el 25 de noviembre de 1977 ante el notario de Madrid José Roán Martínez. En esa fecha, Hormaechea le compró a don Juan de Borbón, hijo y heredero del rey Alfonso XIII y abuelo del actual monarca, la península de La Magdalena (23 hectáreas) y todos los edificios incluidos en ella que eran de su propiedad. Todo, por 150 millones de pesetas y a través de un crédito del Banco Santander que, dicen, el edil negoció directamente con Emilio Botín (el abuelo de Ana Botín).
La maniobra recuperó para la ciudad y para los vecinos su esquina más preciada, y -como con Cabárceno años más tarde- el recinto (y el palacio) acabó por ser la joya del turismo santanderino. El emblema de cualquier visita. Hasta osos polares y leones que muchos santanderinos recuerdan haber visto hizo traer para un minizoo hoy en entredicho. Otra vez la forma y el fondo. Su particular estilo.
Esa idea de recuperación de espacios o de edificios, en general, estuvo presente en todo su mandato. El Casino, La Magdalena o la plaza de toros de Cuatro Caminos. En 1976, la sociedad Taurina Montañesa, propietaria del coso -y en manos de la familia Chopera-, solicitó al Ayuntamiento su demolición. Decían que «el negocio de los toros no era rentable» en la ciudad. Cuenta el periodista Diego Ruiz en las páginas de El Diario que el Ayuntamiento se decidió a hacerse con el inmueble en 1979, con Hormaechea al frente. «En los tribunales se mantenía un pleito entre la propiedad y el Consistorio que se resolvió con esta adquisición que evitó, además, la desaparición del coso y la construcción de viviendas, recuperándose una Feria de Santiago que se había devaluado. A cambio, el Ayuntamiento cedería el solar de la antigua Telefónica y dos locales en la calle Andrés del Río a los empresarios».
No fue sólo la plaza. Lo cierto es que el entorno cambió radicalmente su fisonomía con las ideas del alcalde. Allí cerca está la residencia de La Caridad (calle Alta y calle Argentina). Lo actual -que se inauguró en mayo de 1984, aunque luego se han hecho otras reformas y cambios- nada tiene que ver con lo que había a principios de los años ochenta. El problema de suelo que era necesario para la edificación se resolvió con una permuta de terreno y el viejo pabellón de mujeres, cuentan las crónicas de la época, se cedió al Ministerio de Educación y Ciencia para construir un colegio. Y aún quedaban obras y cambios sin moverse demasiado del sitio.
Porque entre la residencia y el coso está lo que ahora es la Plaza de México. Plaza y mercado. Y eso también se construyó durante el mandato de Hormaechea. Otra idea muy propia de su estilo, como se dejó claro en el acto inaugural, abierto al público. Al evento, en octubre de 1985, acudió el embajador mexicano Rodolfo González Guevara. Hubo himnos a cargo de la banda municipal, banderas de los dos países, cortes de cinta... Se inauguró el mercado, el curioso calendario azteca que allí sigue y el monumento a Benito Juárez, obra del escultor cántabro residente entonces en México Enrique Fernández Criach y que fue donado por el indiano Ángel Losada. El caso es que al evento no fueron invitados los concejales socialistas de esa época, que se quejaron porque -decían- no había «democracia» en el Consistorio de la capital cántabra.
Con todo -y en la misma línea-, puede que la obsesión de Hormaechea en su paso por la Alcaldía fuese la de dotar a la ciudad de espacios abiertos. De parques públicos. Abrir para los vecinos zonas que estaban cerradas para ellos hasta entonces. «Era -dijo en alguna ocasión- una ciudad muy cerrada». Y ahí quedó claro ese cueste lo que cueste de los proyectos y las ideas del alcalde. De privado a municipal. Pocas zonas verdes de la ciudad -de las grandes- no tienen detrás la imagen de Hormaechea cortando una cinta. Así, a bote pronto, las fincas de Altamira y Jado, en General Dávila; el enorme parque Doctor Morales, el de La Marga o, especialmente, lo que supuso para la ciudad la recuperación de Mataleñas (puede que, con La Magdalena, su otra iniciativa más ambiciosa). «Juan 'parques'», recordaba ayer alguien que le pusieron en esa época.
Por partes. Para el de La Marga se firmó a finales de 1984 la compra de la finca de dos hectáreas y media de la fábrica de maderas del mismo nombre. La empresa «atravesaba duros momentos económicos y los obreros hacía tres meses que no cobraban». Lo recordaba en un artículo publicado hace unos años Jesús Ceballos, entonces concejal de Barrios y Festejos y que trabajó «codo con codo con los sindicatos para poder alcanzar el acuerdo». Los vecinos colaboraron 'a la fuerza', con recibos de 2.000 pesetas de Contribución Especial del Ayuntamiento. Ceballos jugó un papel decisivo en el famoso monumento a la vaca del parque del doctor Morales (mayo de 1983), otro espacio de la época del Hormaechea alcalde (las vacas jugaron un papel importante, y se organizaron concursos de ganado seguidos por cientos de personas en La Magdalena, por ejemplo). Lo mismo que otros dos en General Dávila. Allí hay dos residencia familiares convertidas después en espacios públicos. 'Villa Antonia', de la familia de Salvador Jado Canales, y 'Quinta Altamira', de los Mora Armada. El Centro Cultural Salvador Jado y su biblioteca fueron inaugurados en 1987. La finca Altamira (en el palacete está el conservatorio municipal), de casi 11.000 metros cuadrados, se abrió al público en noviembre de 1983 (se compró en 1982 por treinta millones de las antiguas pesetas).
Pero, seguramente, uno de los momentos estelares que más saboreó Hormaechea fue el de la inauguración de un campo de golf municipal -el primero de España, según siempre hizo constar- en la antigua finca de las Pérez. Año 1986. Campo y otro parque público para el paseo. Otro proyecto de esos aparentemente imposibles. Otra idea ejecutada al estilo Hormaechea.
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Gonzalo Sellers
l. mena | archivo dm
Olga Agüero
Daniel Martínez
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