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Hormaechea, el político visionario y excesivo

Muere el exalcalde de Santander y expresidente regional, dejando como legado obras que cambiaron la ciudad y la Comunidad y una controvertida forma de gobernar que acabó en el banquillo

José Ahumada

Santander

Martes, 1 de diciembre 2020

'Hechos, no promesas': el eslogan con que se presentó a la Alcaldía de Santander en el año 87 bien podría resumir toda la trayectoria pública de este político visionario y polémico que dejó honda huella en su paso por el Ayuntamiento de la ciudad y en la Presidencia de Cantabria, pero cuya forma de gobernar le convirtió en el primer presidente autonómico condenado e inhabilitado por los jueces. Juan Hormaechea Cazón (Santander, 1939), falleció anoche en Valdecilla, donde se encontraba ingresado tras sufrir un accidente doméstico días atrás.

Abogado de profesión, este político carismático, capaz de conectar con los votantes de la ciudad y del campo, será recordado sobre todo por los grandes aciertos de su gestión, como la creación del Parque de la Naturaleza de Cabárceno a partir de unas minas abandonadas o la adquisición del Palacio de la Magdalena para Santander, pero también por su carácter volcánico y sus excesos verbales, y su forma autoritaria de gobernar.

Como alcalde (1977-1987), no solo dibujó el futuro perfil de lo que hoy es la capital, que dotó de infraestructuras y embelleció: también marcó la línea que deberían seguir sus sucesores en el cargo, 'obligados' desde entonces a contribuir con algún gran proyecto al desarrollo de Santander. Esa labor realizada en la ciudad, primero con la UCD y posteriormente como independiente en la Coalición Popular, le serviría de plataforma para encabezar el Gobierno regional con un sentido muy personalista de la gestión. Allí, con más fondos y poder, pudo materializar grandes ideas como la modernización de la ganadería y el desarrollo del turismo, pero a costa de endeudar y lastrar para el futuro las cuentas de la Administración regional.

La calma en la que se sucedieron sus diez años en la Alcaldía contrasta con los sobresaltos que acompañaron su paso por el Gobierno regional (dos legislaturas entre 1987 y 1995), en la que tuvo que hacer frente a tres mociones de censura en la etapa más convulsa de la política regional con crisis internas en los partidos y numerosos casos de transfuguismo. No obstante, no fueron los electores, sino los jueces, los que le apartaron del cargo: en 1994, el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria lo condenó a seis años de cárcel y 14 de inhabilitación por prevaricación y malversación de fondos (adjudicó a un amigo la fabricación de los carteles que anunciaban las obras del Gobierno autonómico y pagó con dinero público una serie de anuncios en prensa y radio).

Un adiós discreto y en la intimidad

La familia de Juan Hormaechea ha decidido despedirlo de forma discreta. Rehusó el ofrecimiento del Parlamento de Cantabria de instalar allí su capilla ardiente, como se hizo en el reciente fallecimiento del también expresidente Jaime Blanco, y prefirió velarlo en la intimidad. Este miércoles será incinerado.

Se volvió a presentar a las elecciones de 1995, pero la misma madrugada del día de los comicios la Junta Electoral resolvió que era inelegible, pero no por esta sentencia, que fue ratificada más adelante por el Supremo, sino por otra anterior por injurias, ya firme, que le privaba del derecho a votar y ser elegido: llamó «feo, enano y baboso» al alcalde pedáneo de Cabárceno en una discusión en público por el parque.

Aznar, «charlotín»

En realidad, el inicio de su declive político había comenzado cinco años atrás en un lugar y un momento muy concretos: fue en la madrugada del 31 de octubre de 1990 en el pub 'El Proyector', de la calle Panamá, cuando un Hormaechea desatado se dedicó a poner verdes a los dirigentes del PP, empezando por su nuevo líder, José María Aznar –«charlotín» y «bigotillos», le llamó–, siguiendo con Manuel Fraga, entonces presidente de la Xunta, y terminando con Isabel Tocino, que sería ministra de Medio Ambiente. Como broche final de la velada, entonó 'Montañas nevadas' brazo en alto. Y todo ello ante numeroso público, del que formaban parte dos periodistas de El Diario Montañés.

Tras el consiguiente escándalo, se produjo la obligada ruptura con los populares, seguida de una moción de censura y de un breve mandato del socialista Jaime Blanco, antes de que Juan Hormaechea reconquistara la Presidencia, esta vez con su propio partido, la Unión para el Progreso de Cantabria (UPCA). Ocupó el cargo tras pactar con el PP, partido al que se afilió después de disolver la UPCA pero, tras una nueva crisis de gobierno que se saldó con la dimisión de seis consejeros, resucitó su propia formación para presentarse como candidato al Senado en las elecciones generales de 1992, lo que provocó su baja inmediata en el PP.

Hasta aquí, a grandes rasgos, la peripecia política de Hormaechea, lastrada por ese complicado carácter. Pero quizás fue también esa determinación a prueba de bombas, y su afición a no andarse con miramientos, lo que le ayudó a sacar adelante sus planes más ambiciosos.

Jesús Ceballos, que le acompañó como concejal en el Ayuntamiento y después como asesor en el Ejecutivo autonómico, da fe de aquel legendario vuelo en helicóptero, un día de 1988, en que Hormaechea decidió que Cabárceno, en lugar de convertirse en vertedero –la basura se transportaba entonces hasta Aguilar de Campoo– se transformaría en un templo de la naturaleza.

Él ya sabía que cuando Juan –así lo llamaba– se proponía algo no paraba hasta que lo conseguía: estaba con él en el Ayuntamiento de Santander cuando negoció la compra de La Magdalena –«yo sé los contactos que tuvo con Emilio Botín para conseguir el dinero y poder pagar»–, cuando se propuso acabar con el chabolismo y alfombrar de parques la ciudad. «Era un hombre muy enérgico: lo que pensaba ya lo estaba ejecutando».

Sultán, el semental

Ceballos viajó a Canadá para traer a Sultán, aquel toro legendario que sembró de descendientes la región. «En mis tiempos de activo –recuerda Victoriano Calcedo, que era director territorial de Agricultura– tuve un trato respetuoso con Hormaechea sobre la temática ganadera. En principio, la compra del famoso Sultán me pareció una de sus aparatosas genialidades; luego, vistos los resultados, tuve que reconocer, como en otros campos, que fue una buena idea para enriquecer entonces el patrimonio genético de nuestra ganadería bovina».

Hubo más proyectos vistosos, como la construcción del Palacio de Festivales, el descubrimiento del potencial turístico de Bárcena Mayor, la mejora del teleférico de Fuente Dé, la inversión en Alto Campoo; otros se quedaron en el papel, como el túnel del Escudo y la carretera entre Reinosa con Liébana, que conectaría la comarca con la Meseta y evitaría las estrecheces del Desfiladero. Algunos más no pasaron de simples sueños, como ese puente que volaría sobre la bahía dando lugar al 'gran Santander'. En todo caso, convendría tener en cuenta que todo ese legado que deja Juan Hormechea, tanto en Santander como en Cantabria, fue el fruto de dos legislaturas en el Ayuntamiento y otras tantas en el Gobierno regional, y hace pensar en una actividad frenética.

En realidad, más que un presidente, Hormaechea se comportó como un 'alcalde de Cantabria', haciendo funcionar las consejerías como concejalías sujetas a su mando directo. En cambio, no consiguió que las sesiones del Parlamento fueran equivalentes a los plenos municipales, y posiblemente sintiera cierta irritación ante una mecánica política que frenaba sus ganas de hacer cosas.

Eso se acentuó en su última etapa en la Presidencia, cuando, aislado y en minoría, su Gobierno se fue apagando. Después de tanta luz, su estrella languidecía y terminaba apagándose. Y Hormaechea desapareció.

Retirado, pero no tanto

Completamente retirado de la vida pública tras su salida de la política, en los últimos tiempos reservaba sus contadísimas apariciones para actos de homenaje y reconocimiento a su labor. También pasaba largas temporadas en su residencia de Marrakech: el clima seco y cálido le reconfortaba y aliviaba sus problemas de salud. Cuando se encontraba en Santander, acostumbraba a acudir a su despacho de la calle Burgos, donde escribía artículos de prensa.

Esta discreta existencia nunca supuso una desconexión de la actualidad, que seguía con interés y analizaba en sus escritos. Y no solo eso: varias veces estuvo tentado de volver a la política, pese a la oposición de su familia, que siempre mantuvo fresco el recuerdo del vapuleo recibido. En las elecciones pasadas estuvo cerca de encabezar las listas de Vox y hubo negociaciones que, finalmente, no fructificaron; si son ciertas las confidencias de sus allegados, Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros fueron a explicarle su plan, pero a él no le gustó nada: no sólo no lograron convencerle, sino que acabó echándolos de casa.

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