Mucho han cambiado las cosas desde mediados del siglo XVIII, sobra decirlo. Los vetustos muros del centro educativo pugnan entre su historia y su presente. Dentro, aún los largos pasillos o el laboratorio recuerdan otros tiempos. En la actualidad el Colegio Calasanz de Villacarriedo, como ... así se llaman las antes conocidas como Escuelas Pías, ofrece estudios concertados de Educación Primaria, Secundaria y Formación Profesional Básica (ciclo de Agropecuaria) especialmente para los alumnos de la zona de Villacarriedo y Villafufre, además de ofrecer servicio de internado.
No entraré, sin embargo, en el presente del centro, sino que, atendiendo al sentido de esta serie de artículos, repasaré algo de su historia casi tricentenaria, remitiendo al lector interesado a los trabajos de Clotilde Gutiérrez, sobre todo su tesis titulada Enseñanza de primeras letras y latinidad en Cantabria (1700-1860), y a otros ocios literarios de amena instrucción de los que obtengo discreto conocimiento, como una documentada Memoria publicada en 1914. No es menor descubrimiento hemerográfico para el caso el folletón que el P. Benjamín Navarro publicó en 1918 en El Diario Montañés sobre la historia de la institución.
Inicios
En el siglo XVIII varias órdenes o institutos religiosos implantados en la región, como los franciscanos y los jesuitas, se dedicaban a la enseñanza. Pero la fundación el 13 de junio de 1746 del colegio de los PP. Escolapios, orden instituida por San José de Calasanz en 1617, aportó un importante avance al más bien paupérrimo panorama educativo de la época. El colegio se dedicaba a la enseñanza primaria y de gramática latina, y llegó a impartir enseñanzas superiores, en concreto de Matemáticas y Geometría. Su oferta de estudios no despreciaba las ciencias experimentales, que contaban con un destacado laboratorio (llamado en su día Museo de Física e Historia Natural), y se complementaba con un no poco importante internado que facilitaba la matrícula de los jóvenes burgueses de Santander y otras capitales. Por esto mismo, y por el prestigio instructivo de los escolapios, las Escuelas Pías mantuvieron durante décadas una sana competencia con el Instituto Cantábrico, fundado en 1838 en Santander, recipiendarios ambos, entre otros alumnos, de los jóvenes burgueses, hijos de los emprendedores en una época progresivamente cada vez más cambiante.
Sin embargo, los inicios no fueron fáciles, primero por dar forma a la obra pía y más tarde por el acondicionamiento y las mejoras que fueron necesarias para adaptar la propiedad legada por el fundador, el carredano Antonio Gutiérrez de la Huerta (1680-1736), ampliarla y acondicionarla al uso educativo. El primer rector de Villacarriedo fue el P. Agustín Paúl (1692-1755), que al parecer -no tengo confirmado el dato- era descendiente de San Vicente de Paúl. En 1722 se había terminado el vecino palacio barroco de Soñanes, propiedad del diplomático Juan Antonio Díaz de Arce, que también colaboró en la fundación del colegio. En la citada Memoria de 1914 se pondera el de Carriedo como un valle eminentemente favorable «para la formación de jóvenes sanos, robustos, ágiles, equilibrados, laboriosos y dignos». Es significativa la confianza que ya en otras épocas se daba a las condiciones ambientales para la formación de los individuos: incluso Alfonso X el Sabio ponderaba que el estudio debía hacerse en lugares «de buen aire y de hermosas salidas».
Traslado a Santander
Un suceso que, si bien breve y coyuntural, fue traumático en su momento (cautividad de Babilonia llegó a ser denominado), fue el traslado de la comunidad religiosa a Santander entre 1838 y 1840. El recrudecimiento de la guerra carlista motivó la orden de traslado de los estudiantes y siete religiosos al recién creado Instituto Cántabro, donde fueron recibidos. Precisamente un 26 de agosto de 1840 se inició la vuelta a Villacarriedo. Muchos años más tarde, en 1926, los escolapios fundarían en el paseo de Canalejas de Santander el colegio Calasanz.
Aulas y años
Las Escuelas Pías han ido adaptándose a los diferentes sistemas educativos, a veces tan contrapuestos entre sí. Entre las décadas historiadas despunta la sucesión de congregaciones devotas, fiestas escolapias literarias, los orfeones infantiles o la institución benéfica de la perola, referida al reparto de comida y de artículos de primera necesidad a los más desfavorecidos. Crónicas y memorias no se olvidan de algunos nombres propios fundamentales en la historia de las Escuelas Pías, que han honrado sus aulas y enriquecido el acervo educativo de varias generaciones de alumnos. El P. Isidoro Díaz señala al respecto que «muchos nombres de ilustres profesores se habrán pasado en silencio; muchos libros de texto y de consulta de la biblioteca antigua han quedado sin un ligero análisis; manuscritos del archivo, sin revisar, y en fin, infinidad de omisiones y lagunas notarán los muchísimos discípulos de los Escolapios, que aquí se han educado».
Alumnos ilustres
A lo largo de su larga historia por las aulas de Villacarriedo han pasado alumnos de muy variado pelaje. El listado de los ilustres es importante y sensiblemente extenso, con numerosos profesionales, entre los que despuntan sin duda los médicos Enrique Diego Madrazo y Guillermo Arce, el biólogo Augusto González de Linares, el arquitecto Javier González de Riancho y el banquero Emilio Botín Sanz de Sautuola. Entre los políticos hubo varios diputados a Cortes, como Fernando Fernández de Velasco y Francisco Sáinz Trápaga, un alcalde de Santander, Luis Martínez, y otro de San Sebastián, José Elósegui. Entre los eclesiásticos figuran Luis de la Lastra, arzobispo de Valladolid y Sevilla, Pedro María Lagüera, obispo del Burgo de Osma, Antonio García, obispo de Segovia, y el célebre párroco de la iglesia santanderina de Santa Lucía, Pedro Gómez Oreña, además de los hermanos Herrera Oria.
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