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La guerra de la basura: una bomba de tiempo...

Los residuos desatan un conflicto mundial

La guerra de la basura: una bomba de tiempo...

Desde que China dejó de comprar nuestra basura en 2021, Europa y Estados Unidos se sientan sobre millones y millones de toneladas de residuos sin saber muy bien qué hacer con ellos, convirtiendo incluso a un país de la OCDE como Turquía en el nuevo gran vertedero tras el cerrojazo asiático. ¿Estamos en el escenario en que la política, las materias primas y las guerras comerciales se mezclan con nuestra 'porquería?

Lunes, 19 de Agosto 2024

Tiempo de lectura: 15 min

Imagine un atasco. Un atasco solo de camiones, camiones de basura, por más señas. Empieza en Madrid, se prolonga por media docena de países durante más de 3000 kilómetros y termina en Bucarest (Rumanía).

Todos esos camiones, uno detrás de otro, son los que hacen falta para transportar los 3,5 millones de toneladas de basura que, según el Banco Mundial, se generan en el planeta cada día. ¿Le parece disparatado? Pues muy pronto, mucho antes de lo que se imagina, el atasco será de ida y vuelta, ya que produciremos el doble.

El mundo, es evidente, tiene un problema. Un problema que permanece semioculto en los países industrializados. Solo nos percatamos de que algo huele a podrido cuando nuestros servicios de recogida se ponen en huelga y las bolsas de basura se amontonan en las calles. Que en Europa y Estados Unidos respirásemos tranquilos dependía, en buena medida, durante muchos años, de la capacidad de China para absorber todo lo que no podemos reciclar. Pero China dijo 'basta' en 2018, ya no recibe basura del resto del mundo y ha pasado a prohibir la importación de yang laji, como llaman a los desechos extranjeros.

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Plásticos, el meollo del asunto. Las hostilidades comienzan en el contenedor amarillo, el de los plásticos. Ahí está el meollo del asunto. Europa se encontró de pronto sin saber qué hacer con los millones de toneladas que le 'colocaba' a China y encontró en Turquía una crítica solución provisional...

De repente, el sector mundial de los residuos –que suplicó en balde una moratoria– entró en pánico. Las inmensas tragaderas de inmundicias de Cantón, Zhejiang y Shandong, conocidas como las 'provincias vertedero', dejaron de admitir 24 tipos de desperdicios. Cartón, textiles, plásticos, electrónicos... A no ser que estén 'limpios'.

Esto es, ya solo importarán material que no tenga más de un 0,5 por ciento de impurezas; 'impropios' en la jerga del sector. Vamos, que si se envía a China una bala con plástico, papel o latas, y en la aduana ven que en el papel hay grapas o que viene impregnado de comida, aceite o cualquier líquido que no sea agua; o que en los envases y botellas hay colillas, alimentos, cáscaras, tierra..., ese contenedor va a volverse por donde ha venido. Y eso es mucho dinero para quien lo envía.

Guerra comercial

En realidad, estamos ante una guerra comercial (y también propagandística) de alcance planetario, pues la basura es un problema, sí, pero sobre todo es un negocio global que mueve más de 400.000 millones de euros al año. Las hostilidades comienzan en el contenedor amarillo, el de los plásticos. Ahí está el meollo del asunto. Europa se encontró de pronto sin saber qué hacer con los millones de toneladas que le 'colocaba' a China en un año. Estados Unidos, por su parte, había estado fletando diariamente 1500 containers en buques mercantes. Los residuos ocupaban el sexto lugar en la lista de exportaciones norteamericanas al mercado chino. El origen de todo aquello era fácil de interpretar: ¿Donald Trump cierra las fronteras al acero? China contraataca: quédense con su 'porquería'. Los aduaneros de Hangzhou empezaron así a devolver cargamentos de desechos sólidos a Estados Unidos, latas de aluminio, briks, metales, baterías, equipos electrónicos; la lista de productos que consumimos de forma voraz es larga. Entre ellos, sin embargo, el plástico se lleva la palma. Al fin y al cabo llevamos produciéndolo en masa desde los años cincuenta. En apenas dos décadas, la producción alcanzó los 50 millones de toneladas. Hoy supera los 300 millones... y subiendo.

¿EE UU cierra las fronteras al acero? China contraataca: quédense con su porquería

Desde que, a mediados de los años noventa, nació el sector del reciclaje industrial, al calor de las nuevas leyes de protección del medioambiente en Europa y Estados Unidos, la basura –entendida como recurso– se vende y se compra. Circula, sobre todo, en dirección a Asia, en una Ruta de la Seda a la inversa en la que el plástico es la mercancía estrella. Y China, la gran fábrica del mundo ávida de materias primas que reaprovechar, es su principal destino: ha estado comprando residuos por valor de 14.000 millones de euros al año.

¿Por qué pagaba China ese 'pastizal' por nuestra basura?

En el caso del plástico, por ejemplo, porque carece de petróleo para fabricar polímeros, las macromoléculas que componen toda la gama de etilenos, vinilos, ftalatos, policarbonatos y propilenos que están en los botes de champú, envases, carcasas de móviles, muebles de jardín, bandejas de comida preparada, juguetes... Así que necesita importar plástico para fabricar y empaquetar los productos 'made in China' que exporta.

La normativa europea es muy estricta. Solo se puede enviar fuera de la UE basura de cierta 'calidad', es decir, que cumpla ciertos requisitos medioambientales y que esté bien separada y clasificada. Sin embargo, a China fue llegando cada vez más plástico, papel y demás materiales mezclados con todo tipo de detritos adheridos. Además, hay residuos muy difíciles de reciclar –como las cápsulas de café–, tanto que la ley ni siquiera las considera envases.

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Mano de obra infantil. Turquía carece de una clasificación de residuos en sus servicios de recogida municipal, lo que da barra libre a medio millón de recogedores de basura callejeros, muchos de ellos refugiados sirios y afganos de todas las edades. En la imagen, un niño kurdo en el centro de Diyarbakir. | Getty Images

Ya en 2013, China se puso seria. Y lanzó la Operación Valla Verde, imponiendo, por razones sanitarias, mayor severidad en las aduanas. La siguió la Operación Espada Nacional, en 2107, con inspecciones en sus 1800 plantas de reciclaje. Una de cada cuatro fue clausurada. Y hubo decenas de detenciones, además de constatar que se empleaba a niños para separar a mano los elementos no reutilizables –que acaban quemados o en vertederos– de todo ese batiburrillo.

Solo en plásticos, los chinos acaparaban el 56 por ciento de las importaciones mundiales. En 2016, por ejemplo, los recuperadores europeos, alemanes y británicos a la cabeza, vendieron a China más de 1,6 millones de toneladas de plásticos para el reciclaje por valor de 400 millones de euros. De esa cifra, los españoles se llevaron 32,5 millones tras enviar 138.000 toneladas, el 46 por ciento de sus exportaciones.

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Turquía coge el relevo de China. En las plantas de reciclaje turcas con licencia como la de la imagen, los residuos plásticos son clasificados, triturados y lavados en la propia instalación antes de convertirse en gránulos reutilizables. Estas plantas, sin embargo, representan sólo una décima parte de las existentes en Turquía, la mayoría ilegales y con condiciones insalubres para sus trabajadores. | Getty Images

En 2018, llegó entonces el cierre del grifo chino. La pregunta era clara: ¿qué hacemos ahora con esa montaña de desechos? ¿Quemarlos? ¿Enterrarlos? ¿Enviarlos a otros países? ¿Dejar de verlos como residuos para convertirlos en 'recursos' y reutilizarlos? Esto último sería lo ideal; y lo que, de hecho, exige la normativa europea. Pero estamos muy lejos de ello. En España, el sector del reciclado plástico gestiona más de 800.000 toneladas cada año. ¿Parece mucho? Es apenas el 38 por ciento de lo que consumimos. El resto acaba en vertederos, en el mar, o en lugares donde no llegan los servicios de recogida. Y eso es solo el plástico. Si juntamos todos los desechos urbanos que producimos, apenas recuperamos el 29,7 por ciento.

Ante el cierre comercial chino, empezó el casting de destinos alternativos a los que enviar los excedentes: Malasia, Tailandia, Filipinas, Bangladés, Indonesia, Pakistán... eran candidatos, pero sin la capacidad del gigante asiático, que engullía el 70 por ciento del plástico que se desechaba en el mundo. Incluido el suyo.

Guía fácil para no confundirse a la hora de reciclar

Contenedor amarillo

‘Es el que más dudas crea entre los usuarios. Para empezar, aquí no hay que tirar todo lo que sea de plástico. Solo envases de ese material, además de latas, briks, aerosoles, espráis y tapones de botellas y tapas de tarros, ya sean de metal, plástico o corcho. Por lo demás, nada de juguetes, cubos, cubiertos y utensilios de cocina, chupetes, pañales, compresas… Todo... Leer más

Contenedor azul

‘Solo papel y cartón limpios. Bolsas, folios, hueveras, sobres, periódicos, cajas, revistas, cuadernos sin anillas… Por cierto, pueden echarse en pedacitos. Pero nada de pañuelos de papel ni servilletas usadas o envoltorios con aluminio adherido. El error más común es echar briks, ya que tienen cartón, pero también plástico y aluminio. Ah, si lleva el papel en una bolsa de plástico, vacíela y deposítela... Leer más

Contenedor verde

¡Ojo!, no es lo mismo vidrio que cristal. Aquí, ¡solo vidrio! Y tampoco todo. Únicamente botellas de vidrio de cualquier color, botes de conserva, frascos y tarros. No eche aquí vidrios decorados u opacos, vidrios de lentes, microscopios o de fármacos, ventanas, lunas, espejos, pantallas, vasos, copas, cristalería, vajillas, cerámicas, porcelanas… ni bombillas. Todo eso se lleva al punto limpio o a un centro... Leer más

Países como Vietnam, por ejemplo, estaban bajo sospecha. En 2015 se destapó que varias empresas de Hanói convertían jeringuillas, sondas y material hospitalario contaminado en cucharas de plástico y pajitas. Organizaciones ecologistas denunciaron, además, que el 85 por ciento de su basura acaba en vertederos. O se lanza al mar. No en vano 12 países asiáticos –China a la cabeza– figuran entre los 20 que más desechos arrojan a los océanos. Aunque el problema es extenso y global: cada año, 12 millones de toneladas de basura terminan flotando en todo el planeta. Sí, en Europa también.

Sólo la India se acerca a China en capacidad. Pero bastante tienen los indios con su propia basura. Producen 62 millones de toneladas anuales y solo procesan el 30 por ciento. Los vertederos indios pueden alcanzar alturas imponentes, aunque no tanto como los de Lagos (Nigeria), equivalentes a un edificio de diez pisos. Más cerca, en Marruecos, el Gobierno estaba dispuesto a recibir basura europea. Llevaba tiempo importando residuos de Italia, pero una campaña de recogida de firmas en redes le hizo pensárselo... hasta el punto de frenar por un tiempo el flujo desde Nápoles a los hornos de las cementeras de Al Yadida. Los marroquíes no se mostraban muy dispuestos a seguir respirando humo tóxico.

La Camorra, la N'Drangheta y la Cosa Nostra no suelen equivocarse al elegir negocios lucrativos, y el de los residuos es ya su tercera fuente de ingresos. La 'ecomafia' italiana se embolsa unos 4100 millones de euros al año

Que la mafia sea el principal gestor medioambiental de Italia, con la complicidad de muchas autoridades municipales, no tranquiliza. Camorra, N'Drangheta y Cosa Nostra no suelen equivocarse al elegir negocios lucrativos, y el de los residuos es ya su tercera fuente de ingresos. La 'ecomafia' italiana se embolsa unos 4100 millones de euros al año. Que una franja de 800 kilómetros cuadrados entre Nápoles y Caserta, donde se han enterrado toneladas de residuos tóxicos, sea una pestilente miasma es solo un efecto colateral. Incluso Silicon Valley ha visto negocio. La empresa Rubicon llegó a desarrollar incluso una aplicación que conecta a los que generan desperdicios –hogares, negocios, oficinas– con compañías de recolección, transporte y reciclaje. Un Uber de la basura.

Al margen de consumir menos plástico —la más obvia de las soluciones, no al alcance de ningún gobierno— o de crear nuevos impuestos sobre el plástico —una medida del todo impopular y poco viable—, la solución se encontró en Turquía, por su proximidad geográfica con Europa y la débil implementación de la política medioambiental vigente. Solo en 2022 (últimos datos de Eurostat), la Unión Europea exportó 33 millones de toneladas de desechos, de los que casi la mitad—12,4 millones de toneladas— tenían a Turquía por destino. El doble que los que allí mismo se enviaban antes del cerrojazo chino y el 39 por cientos del total de desechos enviados a terceros países.

Por detrás de Turquía, el principal destino de residuos comunitarios, se situó la India, que recibió 3,5 millones de toneladas en 2022, seguida del Reino Unido (2 millones de toneladas), Suiza, Noruega y Egipto (cada uno con 1,6 millones), Pakistán (1,2 millones), Indonesia (1,1 millones), Marruecos y EE.UU. (ambos con 0,8 millones).

Turquía, el nuevo vertedero de Europa

Los contenedores con residuos procedentes de la Unión Europea llegan mayormente así a los puertos de Estambul y Mersin, desde donde son enviados a algunas de las casi 2000 plantas de reciclaje que en Turquía poseen licencia para tratar residuos. Parecen muchas, pero son solo una décima parte de las muchas irregulares nucleadas en los alrededores de Adana, plagadas de trabajadores ilegales y niños.

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De tu portal... a tu mesa. Mucha basura termina en vertederos ilegales y, de ahí, en los ríos y en los campos que nutren los vegetales y hortalizas que luego comemos. En la imagen, una zanja en la provincia turca de Adana en la que se hallaron envases de plástico de supermercados británicos y franceses. | Getty Images

Mucha de la basura que enviamos termina de este modo en vertederos ilegales, en las playas, en los ríos, en los campos y, en definitiva, 'nutriendo' vegetales, hortalizas y productos del mar. Esto se ve potenciado porque Turquía —incluso siendo un país miembro de la OCDE— carece de una clasificación de residuos en sus servicios de recogidas municipales, lo que da barra libre a medio millón de recogedores de basura callejeros —los más pobres entre los pobres—, el eslabón más débil de la cadena de reciclaje turca, en la que también muchos refugiados sirios y afganos trabajan día y noche para recaudar algo en las plantas de reciclaje, raramente algo más que 20 céntimos de euro por cada kilo de basura.

Esta falta de normas en la recolección local favorece aún más la preferencia de los recicladores turcos por el plástico europeo, que, a priori, llega limpio y clasificado, lo que facilita su trato y ofrece más beneficios con menos procesos. Nada de esto, impide, sin embargo, que mucho residuo plástico procedente de Europa acabe en vertederos ilegales cercanos a las procesadoras con licencia.

Human Rights Watch denunció que la basura plástica europea causa asma, mutaciones genéticas y cáncer en los trabajadores de las plantas procesadoras de Turquía

Un informe de Human Rights Watch —Es como si nos estuvieran envenenando— publicado en 2021 denunció, por todo ello, las consecuencias que la basura plástica europea estaba teniendo en Turquía. Adjuntaban análisis químicos y documentos médicos de los trabajadores de estas plantas procesadoras, muchos con asma, sin voz o con mutaciones genéticas y cáncer. Se denunció también que muchos de los tóxicos de estas procesadoras —dioxinas, metales pesados y polímeros— acaban en las frutas y verduras que nutren el valle de Çukurova y luego comercializadas dentro y fuera del país.

Ante la publicación de este y otros informes —hubo otro de Greenpeace—, la población manifestó su indignación y cerró la importación de residuos europeos... sólo por dos meses: la presión de la propia industria del reciclaje turca, haciendo su agosto, logró torcer el brazo (o la pose) del gobierno y se reanudó la actividad portuaria para volver a recibir las importaciones.

Así las cosas, las legendarias aguas turquesa que dan nombre al país, son, al menos en la costa sur, las más contaminadas del Mediterráneo, con hasta 4 veces más cantidad de microplásticos en el mar. Ante este escenario, a principios de 2023 el Parlamento Europeo prohibió exportar basura europea fuera de la OCDE y reducir incluso las ventas en el propio contexto de los países miembros en el plazo de cuatro años, lo cual, en 2027, liberaría a Turquía de la basura comunitaria. El tiempo dirá.

Basura, ¿La energía eléctrica del futuro?

‘Valorización energética’ lo llaman. Es decir, cuando la basura se quema para producir energía. En 2017, por ejemplo, España ‘valorizó’ 2,5 millones de toneladas de residuos, lo que generó energía para unos 500.000 hogares. ¿Parece mucho? La cifra nos sitúa a la cola de Europa, con un 14 por ciento de valorización, solo por delante de Bulgaria y Grecia.

Andamos a la cabeza, eso sí,... Leer más