Secciones
Servicios
Destacamos
nacho gonzález ucelay
Santander
Miércoles, 2 de diciembre 2020, 07:04
Juan Hormaechea fue el primer presidente de una comunidad autónoma española condenado por la comisión de delitos en el ejercicio de su cargo tras protagonizar un largo y laberíntico proceso judicial que llegó a traspasar las puertas de todos los altos tribunales del país – ... en varias ocasiones, además– y que derivó en la imposición de una pena de tres años de cárcel que no llegó a cumplir al concederle el indulto el Gobierno de Felipe González.
Muy prolongado en el tiempo, el llamado 'caso Hormaechea' se remonta a finales del año 1994, cuando el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria (TSJC) condenó al expresidente regional a seis años y un día de prisión y a catorce años de inhabilitación por un delito de prevaricación y otro de malversación de fon-dos públicos.
En su sentencia, el tribunal consideró como hecho probado que, en el año 1989, Hormaechea desvió un total de 2.959.132 pesetas (17.785 euros) para emitir anuncios en prensa y en radio en los que se descalificaba a algunos de sus adversarios políticos. Además, también apreció que, entre el mes de junio de 1988 y el mes de diciembre de 1990, hizo a la empresa Oyprocansa –propiedad de un amigo suyo– un total de 650 pagos por valor de 246,5 millones de pesetas (1.481.495 euros) para la confección y colocación de carteles propagandísticos de las obras de la comunidad autónoma sin publicidad ni expediente administrativo alguno previo.
Por esto, los magistrados, que calificaron los hechos como sendos delitos de malversación de fondos públicos y prevaricación, condenaron a prisión al expresidente cántabro, que en el transcurso del proceso cambió tres veces de abogado y terminó defendiéndose a sí mismo.
Ratificada en todos sus términos por el Tribunal Supremo (TS), aquella sentencia fue recurrida ante el Tribunal Constitucional por el propio Juan Hormaechea, que consideró vulnerado su derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial poniendo de relieve la «amistad íntima» del presidente de la Sala, Claudio Movilla, con una de las partes acusadoras, Miguel Ángel Revilla, y su «enemistad manifiesta» con el propio condenado.
Cinco años después, en 1999, la Sección Segunda del Tribunal Constitucional (TC), presidida por Carles Viver Pi-Sunyer, estimaba en parte el recurso de amparo presentado por Hormaechea, anulaba las sentencias dictadas por el TSJC y del TS y ordenaba la repetición del juicio, pero no por las razones alegadas por el expresidente de Cantabria sino por unas manifestaciones realizadas por Movilla meses antes del juicio.
En ellas, el magistrado tildaba de «vergonzosas» las acusaciones de Juan Hormaechea poniendo en duda la independencia de los jueces que iban a juzgarle por su ideología izquierdista, y aseguraba que «revelan una catadura moral que yo no desearía para un presidente de una comunidad autónoma».
En su auto, el TC se reconoció consciente de que el origen de la polémica y la iniciativa constante de la controversia la tuvo siempre Hormaechea y que su rechazo público de dos jueces del caso –Claudio Movilla y García Oliva– apoyado en sus ideas políticas «es objetivamente ofensivo», pero admitió que tales circunstancias no justificaban la reacción del juez.
Así, a su manera de entender, «la global descalificación del acusado antes del juicio no situó al tribunal en las mejores condiciones para garantizar que su veredicto final gozara de la confianza del público y, mucho menos, de la del acusado».
Juan Hormaechea fue apartado de la actividad política durante la noche electoral de los comicios celebrados en 1995 tras hacerse firme una sentencia por injurias al entonces alcalde pedáneo de Cabárceno. Dictado por el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, que le impuso una pena de un mes y un día de arresto, una multa de 100.000 pesetas y una fuerte indemnización al querellante, Juan Sarabia, aquel auto consideró probado que el 26 de marzo de 1994 Hormaechea llamó en público «feo, baboso y enano» al exalcalde durante una discusión mantenida en el Parque de Cabárceno con diversos representantes municipales que reivindicaban al entonces presidente regional el libre uso de muy antiguos caminos.
La queja del recurrente, pues, «se funda en una sospecha objetivamente justificada», dijo el TC, que, en consecuencia, sentenció «retrotraer las actuaciones judiciales hasta el momento inmediatamente anterior a la convocatoria del juicio oral, a fin de que su enjuiciamiento se lleve a cabo por el tribunal que sea competente, integrado por magistrados cuya imparcialidad no se encuentre comprometida en tal proceso penal».
Tres años más tarde, en 2002, luego de recurrir contra la competencia de la Audiencia Provincial de Cantabria para celebrar el nuevo juicio en una maniobra calificada por los jueces como «dilatoria» y «obstruccionista», de recusar sin éxito al presidente del TSJC, Javier Sánchez Pego, y a tres de los magistrados que conformaban la sala especial que debía resolver esa primera –todo para demorar el proceso–, Juan Hormaechea volvió a sentarse en el banquillo.
Fue el 8 de octubre, fecha prevista para el inicio de un juicio repetido en fondo y en forma, porque aquel día Hormaechea, tal y como tenía por costumbre, no se privó de nada.
Llamó dos veces prevaricador al tribunal que le juzgó y verdulero al abogado de la acusación –lo cual le costó sendas multas–, se levantó de su silla para repreguntar a la fiscal, cuyos conocimientos jurídicos puso en duda, y acusó a algunos funcionarios de posibilitar la prevaricación en la Administración regional. Una actitud en la que perseveró a lo largo de todo aquel proceso, que el 6 de noviembre quedaba visto para sentencia tras casi siete horas de alegato ininterrumpido del condenado.
Un alegato que no le sirvió para nada porque el 11 de diciembre, a la misma puerta de la Navidad y por unanimidad de todos sus miembros, el TSJC condenaba al ex presidente Juan Hormaechea a la pena de tres años de cárcel y trece años de inhabilitación para ostentar cargo público tras hallarle culpable de dos delitos: uno de malversación por pagar con fondos públicos anuncios emitidos en prensa y en radio en los que insultaba a sus adversarios y otro de prevaricación por adjudicar 'a dedo' las obras de cartelería de la entonces Diputación regional.
Con esta sentencia, igualmente ratificada en todos sus términos en abril de 2004 por el TS, se ponía punto y final a uno de los episodios judiciales más largos de la historia de Cantabria, que en la memoria redactada por la fiscal jefe Pilar Martín Nájera –que intervino de acusación pública– quedó reflejado como un «despropósito».
Aser Falagán
Juan Hormaechea siempre tuvo un trato arisco y complicado con los periodistas. Incluso en el gabinete de prensa de la entonces Diputación Regional temblaban cuando les llamaba al despacho, como recuerdan los más veteranos del servicio de comunicación. Las reprimendas descomponían a los más curtidos; a las más bregadas. Le gustaba además hacerlo con público. Y esos eran de los suyos. Con los medios de comunicación la relación fue más abrupta, incluido ElDiario Montañés, que llegó a estar vetado en Puertochico por orden directa del presidente.
Tanto fue así que a iniciativa de un redactor jefe de El Diario, José Emilio Pelayo, se instituyó entre algunos periodistas e interventores de Diputación, su otra gran cortapisa, un lazo blanco contra la corrupción con el que iban cuando les tocaba y dejaban ir, a la sede del Ejecutivo. Para el omnímodo presidente, toda una declaración de guerra. Años atrás, aún como alcalde, se había asomado al balcón del Ayuntamiento para decirle a un periodista: 'Esto es mío'.
Llegó a expulsar a muchos redactores de la sala de prensa: desde Donata Bustamante, a la que llegó a faltar al respeto, al propio Pelayo, ambos de El Diario Montañés. Pero no fueron los únicos. Otro periodista sufrió amenazas e incluso denunció una agresión por publicar un reportaje que consideró desfavorable en un medio de difusión nacional. Al final el Tribunal Supremo condenó por delitos contra el honor al entonces alcalde.
Objetivo fue también la vieja sede de El Diario en Moctezuma, al lado de la Plaza Cañadío, en la que una noche se presentó con un objetivo claro: quemar periódicos. «Decía que éramos unos sinvergüenzas», recuerda uno de los responsables de aquella Redacción. Esa animadversión dejó de ser pronto una exclusiva de este periódico. Hubo una época incluso en la que se podía saber la postura de cada cual de una forma muy sencilla: solo convocaba a determinados medios a las ruedas de prensa, relegando a los que no consideraba afines. Llegó al extremo cuando decidió organizar ruedas de prensa en exclusiva para el diario 'Alerta'. Ningún otro medio convocado, ni escrito ni audiovisual.
También la prensa marcó el inicio de su caída, o de una de sus caídas, cuando se difundió lo acontecido una noche en uno de los bares de la calle Panamá, donde profirió exabruptos contra líderes del PP y cantó soflamas políticas. También recordaría aquel episodio.
Noticias relacionadas
Gonzalo Sellers
Álvaro Machín
Olga Agüero
Daniel Martínez
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.