¿Te acuerdas de aquellos trenes de asientos de madera entre Santander y Torrelavega?

No recuerdo sólo el detalle de los asientos de madera, sino unos cuantos más. Qué decir de las máquinas que tiraban del convoy, «de vapor», hogaño materia vintage. Y de las puertas abatibles que tenían los vagones, igualitas a las del 'Saloon' de las películas del Oeste (parecía que en cualquier momento iba a entrar por allí, pistola en mano, el mismísimo John Wayne). Y de las ventanillas, que se atascaban con frecuencia, por lo que no bajaban o no subían, asunto muy problemático en ciertas estaciones… del año. Y del incesante «meneo» que llevaba la cosa debido al estado de las vías. ¡Qué trenes y qué tiempos!

Son también inolvidables los pequeños billetes, de cartón duro, y la figura del revisor, profesional uniformado que, manteniendo como buenamente podía el equilibrio, se encargaba de picarlos en marcha (los chavales le llamábamos «el pica-pica»). Él y su pequeño instrumento taladrador también forman parte de lo que el tiempo se llevó. Consideré siempre de gran mérito el trabajo de los empleados del sector ferroviario, que con escasos medios y en condiciones a menudo dificilísimas tenían que superar múltiples obstáculos de todo tipo para realizar con eficacia su tarea.

¡La de veces que realicé en tren, cuando era un crío y cuando era joven, el recorrido Torrelavega-Santander y Santander-Torrelavega, en años sin 'electrificación' de la red! En días de calor, de frío polar, etc. Y con variedad de pasajeros y, por tanto, de anécdotas. Los calendarios avanzan tan deprisa que aquello, como tantísimas cosas, parece que fue un sueño. Pero no, no. Muchos lo vivimos y nos sentimos felices al poder recordarlo, atrapados en el laberinto de la nostalgia, en plan «batallita del abuelito». Existió el ayer, sí. ¡Qué lejos queda, qué lejos! Snif.