Retratista de música grasienta

El universo sonoro de GuitarTown es el 'Ruta 66' y aledaños y «los grupos a los que les va bien esa onda, son los que acaban viniendo aquí a grabar», detalla. En la pared, frente a la mesa de control, está la hoja de trabajo de los Spacers de Barcelona que acaban de terminar su grabación aquí. «Me he especializado en grabar discos a toda hostia; la gente viene de fuera, todo el mundo tiene trabajos, y hay que venir con todo muy bien preparado». Un planteamiento que obliga a venir con el trabajo hecho de casa. «Hay una labor de preproducción y siempre les digo: haced el favor y venid ensayaos». La ventaja de trabajar con grupos de fuera es la posibilidad de alumbrar el resultado con libertad. «Partimos de una confianza inicial -argumenta- por la que voy a mezclarlo como si fuera para mí». Se busca el estilo GuitarTown y eso es lo que sale. Un sonido «orgánico, rock de todas las épocas, un poco de soul, blues. Sonidos de raíces americanas», resume. Algo que unifica las diferencias es que casi todos tocan con el backline del estudio. La batería está clavada al suelo. El visitante se trae sus platos y su caja. Una canción es como una pizza, cuya base es la batería. «Si la batería está bien, todo lo demás se puede cambiar, pero eso tiene que funcionar. O al menos -añade- estar todo el mundo igual de equivocado en muchos momentos». Él toca solo la guitarra. «Hay demasiados instrumentos y demasiado poco tiempo». Aclara, eso sí, la leyenda urbana de que se hace sus propias guitarras. «Sé utilizar tornillos y un destornillador y mis primeras guitarras eran de kit».

Al llegar al estudio, muchas bandas sufren el síndrome de enfrentarse a sí mismos en directo para grabar su disco. «Gran parte del curro aquí es coaching de estar a gusto; no hemos venido a sufrir». Los músicos pueden repartirse por el espacio, sentirse cómodos, buscar su lugar y después, empezar a tocar. «Disfrutad tocando vuestra canción y yo le saco una foto», explica Röver. «Yo simplemente lo retrato».

Al jefe del cotarro le han preguntado a veces si «dispara» baterías, en referencia a la tecnología que mete sonidos en las grabaciones de manera digital. «Yo como mucho he estado a punto de disparar a algún batería», ironiza. La filosofía, aunque graben en digital, es muy analógica. «Se trata de hacer retratos de momentos felices de un grupo de gente que lleva un año o una década ensayando sus canciones».

GuitarTown, dividido en altas y amplias estancias, todas con luz natural entrando por los ventanales, no tiene zona de esparcimiento. «Aquí venimos a trabajar, y cuando acabemos, ya nos esparcimos en el bar de la esquina». En los 80 y 90, sobre todo por conveniencia de los técnicos, se grababa por separado y había partes de tiempo muy largas en las que los músicos no tenían nada que hacer. En Muriedas, si la banda llega puntual a las 10, como muy tarde, a las 11, la primera canción ya se está registrando. Se rinde mejor por la mañana. No se hacen pausas largas para comer «que arruinan el resto del día». Mejor al super, unos bocadillos, un descanso de 45 minutos y a seguir sin perder la concentración. «Me he dado cuenta de lo que funciona y lo que no».

Pone otro ejemplo: no paran a escuchar. Todo el mundo toca a la vez, se hacen varias tomas, se para cinco minutos, se sigue grabando. Al día siguiente, «con los oídos frescos, se escucha para decidir». Su planteamiento también implica un punto de vista de músico: «tratar a la gente como querría que me trataran a mí». «Al final hablamos de arte, y hay días que no sale nada». Un día en el que como productor no pasa la factura; mejor ayudar a desconectar y seguir en la jornada siguiente.

Lo primero que se grabó en GuitarTown fue el 'Six Pack I' de su propia banda, Los Deltonos. Al fin y al cabo, la idea era dedicarse a eso, lo suyo. Con el paso del tiempo, y si bien no escucha los discos en los que trabaja, los años han ido barnizando esas primeras veces. «Lo que grabo y mezclo ahora me suena más grasiento». Una palabra que cree que define muy bien la música.

«Soy cero vintage, y una guitarra es para mí como tener un martillo o un alicate». Con la experiencia -y los años- ahora mismo prefiere las que pesan menos. Cuelgan de la pared distintos modelos con algo en común; están baqueteados, usados, gastados, con las muescas del tiempo y la carretera. Nunca ha entendido «salvo que seas un presumido», a esa peña que cambia de guitarra en cada canción de un concierto. Röver lleva dos. Una afinada en Mi, otra en Sol abierto. Y va cambiándolas. «Soy totalmente resultadista: vamos a hacer el trabajo, a hacerlo bien y lo más rápido que podamos».

Se siente satisfecho de vivir de lo que le gusta y está a gusto haciendo lo que hace; «He grabado buenos discos, escrito buenas canciones y he hecho buenos amigos». Su lista de nuevos sobrinos se reparte por un montón de provincias de España. «Casi todo el mundo que viene a grabar, llega como cliente y se va como familia». En una sola toma.