![«Este lugar te deja cicatrices»](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202002/16/media/cortadas/52979972--624x418.jpg)
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A punto de cumplir los 90 años, debido a su puesto en la administración de personal y su prodigiosa memoria, Bonifacio Gutiérrez mantiene frescos no sólo el nombre y apellidos de casi todos los trabajadores que pasaron por la factoría desde los inicios de la ... actividad industrial hasta que le llegó el momento de la jubilación, también el número de expediente que tenía cada uno de ellos asignado. Esa misma capacidad de retentiva le permite rememorar cómo, siendo un chaval, unos señores se presentaron en Dualez con la intención de expropiar de forma forzosa los terrenos en los que ahora se asienta el grupo empresarial que el pasado jueves anunció su liquidación.
Entre los propietarios de aquellas mieses estaban sus padres: «Había muy buen maíz. Les pidieron que esperaran unas semanas, pero tenían tanta prisa que no dejaron que madurara y tuvieron que arrancarlo». Sin quererlo, Facio, como le conocen en el barrio de Chopos, hace una metáfora de lo que ha sido Sniace. «Había gente que seguía cultivando posteriormente en los alrededores, pero el maíz se quedaba negro por el hollín que soltaban las chimeneas y muchas veces aquello ya no servía o había que esperar a que se limpiase». Cuando hubo riqueza -aunque ahora parezca lejano la fábrica generó mucha- no se supo aprovechar el buen momento para invertir y mirar al futuro. Después, con una Sniace que empezaba a entrar en decadencia, ya fue tarde. Su análisis lo comparte una gran parte de los pioneros de la fábrica que siguen vivos, todos ya pensionistas desde hace más de 20 años.
En la década de los 40 -la construcción de la fábrica comenzó en 1941 y abrió tres años después-, muchos se trasladaron a vivir a zonas como el barrio de Chopos o los pisos y casas que la papelera ponía a disposición de sus empleados en Barreda. La pujanza de Sniace entonces sólo se podía comparar en Torrelavega con la de Solvay o Asturiana de Zinc. La compañía lo quiso demostrar con un amplio programa social para las 4.000 familias que alimentaba. No sólo se encargaba de la educación o el transporte de los hijos de los obreros, también miraba por el ocio o aspectos de la vida diaria. De Chopos, por ejemplo, salía a las diez de la mañana un autobús para que las señoras pudieran ir a hacer la compra y no tuvieran que volver cargadas con las bolsas. «A los que nos fue tan bien entonces nos dolía ver cómo se iba deteriorando», apunta Bonifacio.
Su compañero Ramón Cabo no se anda con rodeos y apunta directamente a la mala gestión de las direcciones que se fueron sucediendo, que con honrosas excepciones miraban más por su interés personal que por el de la producción. Se aprovecharon los jefes, pero también algunos empleados vieron allí la gallina de los huevos de oro. «Había quien además de la fábrica tenía también un puñado de vacas y en verano, para poder trabajar en casa, se cogía la baja durante algunos meses. Una vez mi padre pidió el día para ir a un funeral fuera y no pudo cogérselo por toda la gente que estaba de baja»,
Los dos coinciden casi de forma milimétrica en varias cosas: los primeros síntomas de agotamiento llegaron con la crisis de mediados de los 70, después no se supo invertir el dinero que llegó de la reconversión en renovar las instalaciones y modernizar las máquinas, a la vez se dejó marchar a muchos de los técnicos más capacitados y en 1992 y 1993, con las grandes movilizaciones y el encierro, la situación era tan crítica que con subsistir era suficiente.
Pedro Lobeto, exconcejal de IU en los días que las mujeres de los obreros marchaban a las siete de la tarde desde el centro de la ciudad hasta el lugar donde estaban encerrados para llevar la cena, apunta que toda la ciudad se volcó con la causa de los trabajadores de Sniace. Por ejemplo los estudiantes que ocuparon el Ayuntamiento de Torrelavega: «Hubo una avalancha de jóvenes y yo fui uno de los señalados como responsables de dejarles pasar. En la multa de 55.000 pesetas decía que yo había facilitado la entrada desde dentro. Luego, como los estudiantes me conocían, me pidieron que les dejara unas cuerdas para descolgarse y entrar en el salón de plenos por unas ventanas que tenía arriba».
En su época gloriosa, que fue duradera, Sniace llegó a superar los 4.000 trabajadores, siendo la bandera industrial de la comarca del Besaya y una referencia también en la órbita social y deportiva. Contaba con instalaciones que hoy parecen una ruina, con cristales rotos, edificaciones medio abandonadas y las zonas verdes deprimidas. Mariana Rodríguez Alonso, aunque solo tiene 33 años, sabe lo que fue la época de «vacas gordas» en la planta. Su madre, ahora jubilada, fue personal de las oficinas y su tío trabaja en la actualidad en la producción. Ella está en los laboratorios de Sniace, donde ha trabajado en distintas fases. Reconoce que primero la noticia del ERTE y ahora la liquidación ha sentado «como una bomba entre los empleados, que estamos sorprendidos porque no nos lo esperábamos».
Y es que la «incredulidad» coincide entre los trabajadores en activo y aquellos jubilados que siguen de cerca los avatares de esta empresa que como dice una de sus exempleadas que pisó Sniace por primera vez con solo 17 años «esta fábrica, este lugar, te deja cicatrices». El anuncio de la liquidación de la empresa es un episodio más de esta historia de luces y sombras en la que se ha convertido la que un día fue una de las empresas más representativas de la región y motor económico en la comarca del Besaya. Un nuevo capítulo que, según los trabajadores, «esperemos no sea el último».
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